El primer concierto para adolescentes sin alcohol y sin tabaco puso ayer en evidencia, una vez más, que no se le pueden poner puertas al campo. Sobre todo si en ese espacio abierto hay un Hipercor donde se venden bebidas alcohólicas sin apenas control. Los cientos de jóvenes que se arremolinaron frente al palacio dos horas antes de su apertura tenían claro que no podrían beber dentro. Pero también sabían que nadie les iba a impedir llenar el depósito de cerveza y calimocho mientras guardaban cola.
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