«Nos sentimos solos y desprotegidos. No se nos valora. Dan ganas de tirar la toalla, aunque al final siempre se imponga nuestra vocación por esta profesión y por esta tierra». La frase, con sus diversos matices, puede ser suscrita por cualquiera de los más de dos centenares de jueces y magistrados que trabajan en Euskadi. El colectivo se siente cercado y abandonado ante la escalada de críticas a su labor de las últimas semanas.
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