Estados Unidos, en efecto, es capaz de fabricar las armas más mortíferas para intentar imponer su voluntad geoestratégica y, al mismo tiempo, de descubrir sin cesar nuevos tratamientos médicos que pueden salvar la vida o mejorarla a millones de personas. En Washington se palpa como ningún otro lugar esta esquizofrénica realidad dual: lo bélico y lo médico, la muerte y la vida, los misiles y los genes, las bombas y las vacunas
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