En los últimos meses, la atención de la OTAN se ha desplazado hacia un frente menos visible pero cada vez más crítico: el lecho marino europeo. La protagonista de esta nueva preocupación es, otra vez, el Yantar, un buque espía ruso que, disfrazado de navío civil, recorrió durante casi 100 días las aguas del Atlántico y del Mediterráneo con un objetivo preciso: mapear y vigilar los cables submarinos de los que dependen Europa y Norteamérica para sus comunicaciones digitales, sus transacciones financieras, su energía y sus sistemas militares.
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