Los robos eran perpetrados en calles céntricas de la capital granadina, a altas horas de la madrugada, aprovechando la escasa o nula afluencia de personas que pudieran socorrer a las víctimas, escogiendo a mujeres y hombres jóvenes que volvían solos a casa, a los que abordaban de manera sorpresiva o por la espalda, y abusando de su superioridad en número.
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