En la Europa urbana del siglo XV, la prostitución no fue un vicio clandestino, sino una institución reconocida y gestionada por los propios concejos municipales. Lejos de limitarse a tolerarla, las ciudades la regularon, la fiscalizaron y la convirtieron en un instrumento de orden social. Esta política encontraba su legitimación en una doctrina teológica muy influyente: la del “mal menor”.
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