"Dos conversaciones con grandes científicos –una bióloga americana y un físico europeo– sembraron en mí la simiente de la duda en torno a la singularidad de la conciencia, hace ya muchos años. La bióloga americana, señalando los movimientos de bacterias inducidos por una corriente magnética en el laboratorio, musitó ensimismada, sin dirigirse a nadie: «¿Y si las bacterias tuvieran conciencia?»..."
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