La ausencia de empatía justifica el gozo y la barbarie de miles de espectadores eufóricos y sin escrúpulos ante los ojos doloridos del toro que les mira. La depredación vestida de fiesta y maquillada de cultura es el argumento esgrimido desde la fuentes conservadoras para justificar la sangre de un animal, cuya mayor debilidad es la bravura de llamarse toro.