Los que disfrutamos en su día de las máquinas recreativas tenemos un dulce recuerdo de la recompensa máxima que suponía pasarse el juego: la tabla de puntuaciones. Ver nuestro nombre, en tres letras, grabado en la pantalla era todo un hito que estaba al alcance de muy pocos: los habilidosos o los que tenían la cartera llena de monedas de cinco duros.
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