A finales del siglo XIII médicos y sanitarios de diversos países de Europa exigían que se acabara con los enterramientos dentro de las iglesias pues, en ocasiones, se convertían en aliados naturales de pestes y epidemias. Con la promulgación de las Reales Cédulas de Carlos III ( 3-8 de abril de 1787), se establece el uso de cementerios ventilados fuera de las poblaciones. No todas las poblaciones acataron este decreto que se fue imponiendo de manera lenta y gradual en ciudades, villas y aldeas, muchas veces por sus dificultades económicas.