Vale, que sí, que es cierto que con el paso de los años la gente va atenuando sus ramalazos y se vuelve menos impulsiva, que reflexiona más las cosas y sabe huir de las falsas soluciones, esas que son a la vez sencillas y elegantes. Pero, por contra, con el tiempo, esa misma gente se vuelve también menos activa, menos imaginativa y más adicta a repetir las cosas que le funcionaron, aunque fuesen enormes tonterías o ideas ya obsoletas e inaplicables. Al final, si echamos cuentas, resulta que la experiencia, más que un grado, es un …