Desde su fundación, el Washington Post no fue simplemente un periódico, sino una institución. Era una piedra angular en la apuntalada arquitectura de la democracia americana, un lugar donde los hechos contaban más que las opiniones y donde las palabras eran armas afiladas contra el abuso de poder. Esto empezó a cambiar cuando Jeff Bezos lo adquirió en 2013; desde entonces el Post parece haber cambiado su brújula moral por un cronómetro digital que mide clics, «engagement» y métricas de tráfico.
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