Valencia se presenta a sus turistas con la cara lavada, pero a sus vecinos es la suciedad del resto del cuerpo lo que importa. Un paseo por el Marítimo o por la Plaza del Ayuntamiento revela una ciudad limpia. Pero basta con entrar en las calles adyacentes para notar lo obvio: andar por ellas se convierte en una aventura en la que uno tiene que esquivar los excrementos de perros, apartarse las moscas y taparse la nariz. Las calles están sucias. Y huelen mal.
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