Quienes piensan que el signo de exclamación inicial (¡) es una prerrogativa de la lengua española, se equivocan. En 1668, John Wilkins sugirió emplear ese mismo signo para marcar cualquier afirmación que no se debía interpretar de forma literal, que, para resumir, definió como el signo de puntuación de la ironía. Quizá parezca paradójico que, dos siglos después, Alcanter de Brahm propusiera utilizar una especie de signo de interrogación invertido (⸮), llamado point d’ironie, con el mismo fin. Y en 1982, Scott Fahlman, investigador.
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Las otras lenguas ya han dejado demostrado que no hacen falta ni ¡ ni ¿ , debería ser hora que la famosa academia que "limpia, fija y da esplendor" limpiase un poco de verdad.