Colas en tiendas para comprar vodka, estanterías llenas de salsa para tapar la falta de otros productos y funcionarios corruptos exportando caviar de contrabando. A finales de los años ochenta, la Unión Soviética era un gigante agotado que sus líderes trataban de reanimar. La revolucionaria tarea de modernizarlo estaba en manos de un político moderado, Mijaíl Gorbachov, pero todos parecían estar en su contra: los nacionalismos emergentes aprovecharon su benevolencia, mientras que los detractores, fieles a las ideas de la Guerra (...)