
Si el Cielo no tuviera
a veces sus maldades,
si Dios no se enojara,
si no existiera el Hades,
si no fueran cofrades
San Pedro y Satanás
de un mismo cementerio,
¿qué mísero misterio
tendría la existencia?
Si sólo la obediencia
nos fuera permitida,
si no hubiera ascensiones
por miedo a la caída,
si no hubiera ocasiones
de ser un pecador,
¿qué mísero valor
tendría la aventura?
Si fuera un día segura
la suerte del mañana,
si no hubiera serpiente
y no hubiera manzana,
si sólo la campana
perdida de una iglesia
sirviera de anestesia
para este cruel dolor
que tanto nos tortura,
¿de qué valdría el amor
faltando la locura?
Canciones para muertos. Feindesland. 1990
El sargento Colon había tenido una amplia educación. Había estado en la escuela de Mi Padre Siempre Decía, la universidad de Es De Cajón y ahora era estudiante de posgrado en la facultad de Me Lo Ha Dicho Un Tío En El Pub.
"Voto a Bríos", Terry Pratchett.
Introducción
Comencé este libro sobre el mundo basándome en una corazonada de toda la vida: había algo extraño en el lugar donde crecí.
Ese lugar es la ciudad suiza de Ginebra, aunque su ubicación no cuenta toda la historia. Ginebra alberga las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud y cientos de organizaciones internacionales y ONG más que emplean a miles de diplomáticos, cónsules, trabajadores expatriados y sus familias. Allí hay más empresas multinacionales de las que puedo contar. Casi la mitad de la población de Ginebra tiene una nacionalidad no suiza. Sin los foráneos, la ciudad no sería nada.
Yo soy, y siempre seré, parte de este mundo aparte—un lugar definido por una cierta falta de lugar. Fui a escuelas internacionales, donde la historia que nos enseñaban tenía poco que ver con las batallas que se habían librado a pasos del patio de recreo. Los trabajos de mis padres en la ONU—mi padre era economista en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, y mi madre, intérprete de conferencias para su secretaría—acentuaron la sensación de estar un poco en otro lugar. Mis compañeros de clase parecían mudarse cada pocos años, lo que hacía sentir como si yo también me estuviera moviendo siempre, sin llegar a irme nunca realmente. Estos sentimientos de desarraigo inspiraron mi primer libro, The Cosmopolites, una investigación sobre el mercado global de pasaportes—la adquisición legal y legítima de documentos de ciudadanía. Si pudieras comprar un pasaporte como un par de zapatillas, ¿cuánto podría significar realmente?
Pero había otra razón, menos obvia, para mi inquietud con Ginebra. Tenía que ver con las reglas: quién las hacía, quién las seguía, y los lugares y personas a los que no se aplicaban. Cuando era adolescente, vi a hijos de diplomáticos disfrutar de la inmunidad funcional que venía con la posición de sus padres simplemente alejándose cuando la policía los pillaba acelerando o fumando porros en el parque después del anochecer. Las compras libres de impuestos eran otro beneficio: si caes en una cierta categoría laboral como extranjero, el mundo es tu aeropuerto. Cerca de la ONU, en un edificio comercial discreto y bajando una empinada escalera, hay una tienda especial que te permite evitar el impuesto sobre las ventas en todo, desde calzoncillos hasta crema hidratante La Mer. ("Fácilmente, una de las experiencias minoristas más extrañas del mundo", dice una reseña en línea. "¿Dónde más puedes gastar miles de euros en un reloj y en la misma transacción comprar una cena televisiva para microondas?")
Descubrí que los diplomáticos eran solo la punta visible de los casos especiales de Ginebra. En la calle principal de la ciudad, los bancos privados almacenaban información que incluso el gobierno suizo no podía acceder, sobre las cuentas secretas de monarcas depuestos y los botines mal habidos de evasores y elusores multinacionales. Y a un corto paseo de la piscina donde aprendí a nadar se encontraba el Puerto Libre de Ginebra, un almacén acordonado que operaba fuera de las regulaciones aduaneras suizas. Concebido hace siglos para permitir a los mercantes almacenar grano, el puerto libre es donde los oligarcas guardan ahora arte, vino, joyas y otros artículos de lujo.
Por un lado, la composición de Ginebra epitomiza un tipo de internacionalismo familiar: el tipo tangible, imperfecto, a menudo encantador, que reúne a personas del mundo en un lugar y en un momento, en paz. Pero aquí hay algo más en juego—algo que no puedes ver, pero cuya influencia en el mundo que lo rodea es tan potente como el globalismo de carne y hueso. Yo lo llamo la economía espectral: las transacciones distantes, dispares pero asombrosamente lucrativas que ocurren no en Ginebra, sino desde Ginebra. La ciudad está llena de conductos, o entrepôts, para un capitalismo que se gestiona remotamente. Funciona menos como un lugar donde suceden cosas que como un portal a otros mundos. Y resulta que hay muchos más lugares como este. Este libro trata sobre estos lugares.
Cuando empecé a escribir The Hidden Globe (El Globo Oculto), busqué entender cómo mi ciudad llegó a ser así: cómo su notoria monotonía cuadraba con su interminable repositorio de secretos. También quería entender por qué yo, ciudadano de Ginebra, me sentía tan atraído por esas otras partes de ningún lugar: ciudades-estado como Singapur y Dubái, refugios fiscales del Caribe, centros offshore insulares, bares de aeropuerto, vestíbulos de hotel, complejos diplomáticos y depósitos aduaneros. Estas localizaciones no son la idea de diversión de todo el mundo, pero para mí siempre han sido familiares, como si compartieran una lógica común con mi ciudad natal.
No fue hasta que dejé Ginebra por Nueva York que empecé a armar el panorama más amplio en mi mente. Empecé a entender cómo los espacios definidos por jurisdicciones sorprendentes o no convencionales—embajadas, puertos libres, paraísos fiscales, barcos portacontenedores, archipiélagos árticos y ciudades-estado tropicales—eran el alma de la economía global y una parte definitoria de nuestras vidas diarias.
Tomemos el comercio mundial. A pesar de su brutal fisicidad, el transporte marítimo depende de tecnicismos abstractos que crean zonas económicas especiales, otorgan el control de puertos a corporaciones extranjeras, permiten a naciones sin litoral vender banderas de conveniencia y crean vacíos legales para que las navieras contraten mano de obra barata a bordo. Las transacciones que financian los movimientos de estos bienes—la transferencia silenciosa de sumas indecentes en pantallas—tampoco siguen necesariamente una geografía directa. Las rutas que toman las personas, el dinero y las cosas para cruzar el globo no trazan el vuelo del cuervo. Sus caminos son retorcidos, vacilantes y tortuosos—y intencionadamente.
Solo en Estados Unidos, hay 193 "zonas de comercio exterior" activas exentas de derechos aduaneros federales. Emplean a alrededor de 460,000 personas (¡la población de Palm Springs!) y ven moverse cientos de miles de millones de dólares en mercancía, desde partes de automóviles hasta productos farmacéuticos, a lo largo de un año, para ser almacenada, alterada o ensamblada. En un mundo compuesto por 192 países, en el último recuento, se estima que hay 3,000 de estos espacios acotados. En China, el Banco Mundial estima que las zonas económicas especiales han contribuido con el 22% del PIB del país, el 45% de la inversión extranjera directa nacional total y el 60% de las exportaciones.
O miremos incluso hacia la cultura. Se cree que obras de arte por valor de miles de millones de dólares se guardan en almacenes especiales exentos de derechos aduaneros nacionales, junto con cajas de vino, pilas de oro y cajas de joyas. El daño aquí es doble: no solo no hay nadie presente para admirar, estudiar y entender estos Monets y Picassos secuestrados, sino que sus propietarios podrían estar ocultándolos por razones más nefastas, como evadir impuestos o esquivar una demanda.
Estos puertos libres inspiraron la película Tenet de Christopher Nolan. Tenet es una película de acción llena de tiroteos y persecuciones de coches cuya trama gira en torno a la idea de que el tiempo no siempre es lineal (lo cual—alerta de spoiler—importa mucho en un tiroteo o una persecución). La película transcurre casi enteramente offshore: en yates, en parques eólicos y en estos almacenes, que están geográficamente "en" un país pero disfrutan de un estatus extraterritorial ficticio.
En su elección de escenarios, el director dio con algo más profundo de lo que la película podría dejar traslucir: El globo oculto puede suspender el tiempo y el lugar. trastorna nuestra sensación de dónde estamos.
Mi creciente interés en estas jurisdicciones extrañas coincidió con lo que parecía un cambio geopolítico radical. Donald Trump acababa de ser elegido presidente en Estados Unidos y hablaba mucho sobre acabar con el "globalismo". Narendra Modi, Victor Orbán, Jair Bolsonaro y Rodrigo Duterte habían ganado elecciones en India, Hungría, Brasil y Filipinas con plataformas abiertamente nacionalistas. Los británicos se preparaban para aprobar el Brexit, mientras las naciones europeas luchaban por reconciliar sus supuestos compromisos con los derechos humanos con la llegada de grandes números de solicitantes de asilo a sus fronteras. Los expertos proclamaban que la era de la globalización sin restricciones estaba llegando a su fin, y los políticos nacionalistas alimentaban a esos expertos con lo que querían en forma de racismo, xenofobia y el ocasional arancel comercial.
En las páginas del Financial Times y The Economist, en CNBC, y en docenas de sitios web y publicaciones más, los columnistas decían adiós al Hombre de Davos. ¡El estado-nación había vuelto, nena!
El tono de estas conversaciones públicas—y en particular, la binariedad entre nacionalismo y globalismo que estaba tomando forma—me molestaba. Habiendo crecido en Ginebra, con sus muchos enclaves, sabía que se podía estar en dos lugares a la vez: en suelo suizo, pero bajo jurisdicción extranjera; sujeto a algunas leyes suizas, pero inmune a otras. A una escala mucho mayor, parecía obvio que ser parte de una nación, territorialmente o de otro modo, no impedía participar en la economía global. Precisamente por eso Ginebra estaba tan llena de organizaciones internacionales. Tenías que estar en algún sitio.
También noté que los llamados antiglobalistas en las noticias tenían una forma de hacer las cosas terriblemente, bueno, global. Donald Trump dirigía hoteles y campos de golf por todo el mundo, además de tener algo por las mujeres extranjeras. Su séquito de alto perfil también parecía siempre tener un pie fuera de la puerta. Se reveló que Peter Thiel, el inversor libertario convertido en donante conservador, se había comprado la ciudadanía neozelandesa en el preciso momento en que abrazaba la ideología America First de Trump. Steve Bannon, a menudo retratado en la prensa como el cerebro de Trump, se asociaba con nacionalistas de otros países para globalizar su visión de fronteras cerradas—desde un castillo italiano. Poco antes del Foro Económico Mundial de 2017—el primero de la administración Trump— envié un correo electrónico a la organización para preguntar cuántas veces habían asistido los miembros de su delegación. La respuesta me dejó atónito. Aunque el secretario de Energía, Rick Perry, solo había asistido una vez antes, el secretario de Estado, Rex Tillerson, había estado en Davos tres veces. Elaine Chao, al frente del Departamento de Transporte, se preparaba para su quinta visita. Y Robert Lighthizer, el secretario de Comercio, tenía quince muescas en sus bastones de esquí.
Los políticos no son conocidos por ser particularmente consistentes en sus creencias. Pero el abismo entre lo que estos hombres y mujeres representaban y lo que realmente hacían—no solo en sus vidas personales, sino con su dinero, y profesionalmente—parecía revelar más que una hipocresía oportunista. Sugería que el sistema en el que todos vivimos está hecho para esto: para reconciliar fronteras cerradas con la máxima capitalista del libre comercio.
A medida que comencé a entender estas contradicciones más claramente, identifiqué los lugares apartados para reconciliarlas para que la vida cotidiana pudiera continuar: los lugares por encima, por debajo, y a veces dentro de las naciones, en jurisdicciones especiales que están largely ocultas, y en leyes que se extienden tan más allá de las fronteras de un país que están físicamente fuera de alcance. Estos lugares también permiten a los políticos seguir hablando de sus fronteras, aranceles y muros sin perder negocio. Este juego de rayuela, argumenta el economista Ronen Palan en su premonitorio libro de 2003, The Offshore World, ofrece a los estados "una forma políticamente aceptable, aunque incómoda, de reconciliar las crecientes contradicciones entre su ideología territorial y nacionalista... y su apoyo a la acumulación capitalista a escala global".
Estos lugares no son exactamente secretos, pero están tan dispersos y son tan dispares que a primera vista parecen rarezas discretas, en lugar de una red o un sistema. Esa es una de las razones por las que permanecen tan ocultos a plena vista.
Tendemos a pensar en nosotros mismos como ciudadanos, o al menos residentes, de una nación. Después de todo, las lecciones que la mayoría encontramos en la escuela incluían un mapa del mundo dividido por líneas en países. Aprendimos que cada país tiene un gobierno; y cada gobierno gobierna sobre su tierra, sus cosas y su gente. La idea de una tierra, una ley, un pueblo y un gobierno es dominante, poderosa y a menudo precisa. Forma la base de gran parte de la ley nacional e internacional.
El globo oculto es una especie de transfiguración de este mapa, una acumulación de grietas y concesiones, suspensiones y abstracciones, espacios acotados y zonas libres, y otros lugares sin nacionalidad en el sentido convencional, que se extienden desde el fondo del océano hasta el espacio exterior. El globo oculto es un orden mundial mercenario en el que el poder de hacer y moldear la ley se compra, se vende, se piratea, se reforma, se desterritorializa, se reterritorializa, se trasplanta y se reimagina. Es el poder estatal catapultado más allá de las fronteras de un estado. Es también la abdicación selectiva de un estado de ciertos poderes dentro de su competencia: enclaves llenos no de ausencia de ley, sino de leyes diferentes, más extrañas.
El concepto de vacío legal (loophole) se originó en el siglo XVII para describir las pequeñas aberturas verticales en un muro de castillo a través de las cuales los arqueros podían disparar sin riesgo de exposición al enemigo. Su significado moderno no ha cambiado tanto, solo que los arqueros ahora son abogados, consultores y contables—y la fortaleza es el estado mismo.
El deseo de crear excepciones no es nuevo: las comunidades siempre han apartado lugares para la contemplación, el ritual y la adoración. Los celtas los llamaban "lugares delgados" (thin places), donde se decía que la distancia entre el cielo y la tierra era más corta.
Hoy, nuestros "otros lugares" y "en ninguna parte" no son lugares de ofrendas, sino lugares de evasión. Nos recuerdan lo nuevo que es nuestro mundo de estados independientes con fronteras—un molde cuyo contenido comenzó a solidificarse solo después de la descolonización—y su vulnerabilidad a fuerzas más poderosas.
Los capitalistas, en su eterna búsqueda de ganancias, consideran las jurisdicciones liminales y offshore como fronteras. Este libro trata tanto sobre estos frontiers modernos como sobre sus campos de batalla. Pero el suyo no es un régimen sin restricciones de fronteras abiertas. Si bien la existencia del globo oculto podría parecer desafiar el mito de la nación unificada y significativa, la nación es un concepto demasiado pegajoso y políticamente conveniente para deshacerse de él por completo. De hecho, el globo oculto puede empoderar al nacionalismo más xenófobo y excluyente. Y estas políticas no son solo dominio de la derecha política. Ya sean republicanos o demócratas, conservadores o liberales, los regímenes detrás de ellos apuntan a traer a las personas correctas y mantener fuera a las incorrectas.
Al permitir políticas de inmigración nacionalistas, el globo oculto circunscribe así las vidas de las personas más desfavorecidas del mundo: hay detenidos languideciendo en prisiones offshore en el Caribe y el Pacífico, trabajadores empobrecidos procesando goods para exportar en zonas industriales libres de impuestos en todo el Sur Global, marineros y solicitantes de asilo atrapados en embarcaciones que no pueden abandonar por falta de papeles. Cuando una persona no puede quedarse en casa y no es deseada en el extranjero, podría terminar en un tercer espacio: ni aquí ni allí.
Ver estos espacios por lo que son cambió la forma en que veía el mundo, y creo que también cambiará la forma en que tú lo ves.
En los capítulos siguientes, aprenderás cómo mi ciudad natal, Ginebra, y su nación, Suiza, sentaron las bases del mundo en que vivimos, a través de las personas, guerras y leyes que lo moldearon. Descubrirás cómo este modelo inspiró a otros estados a empujar sus fronteras más y más lejos—hacia alta mar, hacia el fondo del océano e incluso hacia el espacio profundo. Visitarás almacenes secretos, salas de tribunal virtuales y agujeros negros legales controlados por democracias occidentales y sus aliados. Pasarás tiempo en una zona franca de bienes, y reflexionarás sobre si deberíamos construir también zonas francas para las personas.
Los individuos que perfilo—que, debo añadir, se tomaron el tiempo para compartir su visión del mundo, sus métodos y sus ideales—son solo una muestra de un grupo mucho más grande que opera en el contexto de fuerzas histórico-mundiales. Estoy agradecido por su participación y no estoy aquí para juzgar sus elecciones. Pero sí espero que mi posición sobre el impacto del globo oculto sea clara. Cuando los ciudadanos más ricos esconden su dinero en lugar de pagar impuestos, los pueblos y municipios se las arreglan con menos, lo que significa peores escuelas, carreteras, infraestructura y atención médica. Cuando ese dinero termina en centros offshore, o es canalizado a través de ellos hacia occidente, la desigualdad crece. En un momento en que el dinero se transfiere desproporcionadamente de países pobres a ricos, y no al revés, necesitamos pensar en los mecanismos que hacen que eso suceda. Cuando el 90% de las mercancías viajan en barcos que pueden evadir fácilmente la responsabilidad por las emisiones de carbono o las prácticas laborales, nuestros mariscos terminan siendo procesados por esclavos, y nuestros electrodomésticos vienen con una porción de contaminación. Una población refugiada permanente en cualquier lugar proyecta una sombra sobre el compromiso de nuestros países con los derechos humanos y la decencia básica. Para aquellos de nosotros en estados nominalmente democráticos, proyecta una sombra sobre todos nosotros.
También quiero dejar claro que recurrir al nacionalismo no es la solución. Para saber dónde estamos parados cualquiera de nosotros—políticamente, económicamente, incluso físicamente—necesitamos mirar profundamente en las grietas entre las fronteras. Solo allí podemos ver nuestro verdadero reflejo en este mundo—y comenzar a construir uno mejor.
The Hidden Globe: How Wealth Hacks the World
Atossa Araxia Abrahamian
Esta es la introducción del libro, traducida libremente. Recomindo la obra completa, y a la autora en general.
Auschwitz no fue obra de mafiosos ni de terroristas. Auschwitz fue obra de funcionarios.
El encargo. Friedrich Dürrenmatt
Me subo a una silla y voy bajando al suelo las cajas de singles. Habrá siete u ocho en total, y aunque las dejo en el suelo procurando no fijarme demasiado en lo que contienen, sin querer me llama la atención el primer single de la última caja: es un James Brown de la King, treinta años de antigüedad, de modo que se me hace la boca agua sólo de pensar en el festín que me aguarda.
Cuando me pongo a repasar como es debido, entiendo que tengo entre manos el cargamento que siempre soñé encontrar, siempre, desde que empecé a coleccionar discos. Hay singles de los Beatles en edición especial y limitada para los clubs de fans; está la primera docena de singles de los Who, y hay originales de Elvis, de principios de los sesenta; hay montones de singles de blues y de soul, y... ¡un ejemplar del «God Save the Queen», de los Sex Pistols, editado por la A&M! ¡No lo había visto en mi vida! Y... ¡oh, no! ¡Oh, no! ¡Dios, no! Está «You Left the Water Running», de Otis Redding, en la edición especial hecha siete años después de su muerte, retirada inmediatamente del mercado por su viuda porque no le...
—¿Qué te parece?
Me mira apoyada contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados, una media sonrisa por la cara de bobo que seguramente se me habrá puesto.
—Es la mejor colección que he visto en mi vida.
No tengo ni idea de qué puedo ofrecerle. El lote debe de valer al menos seis o siete de los grandes, y ella lo sabe. ¿De dónde voy a sacar tanta pasta?
—Pues dame cincuenta libras y te los puedes llevar todos hoy mismo.
Me la quedo mirando: acabamos de dar oficialmente el salto a Chistelandia Fantástica, que es donde aparecen esas viejecitas que te pagan unos buenos dineros para convencerte de que te lleves sus muebles estilo Chippendale. Lo que pasa es que no me las estoy viendo con una viejecita, y ella sabe de sobra que lo que tiene ahí vale muchísimo más de cincuenta libras. ¿Qué está pasando?
—¿Son robados?
Se echa a reír.
—No creo que me hubiese valido la pena, ¿verdad que no?, llevarme todo este lote por una ventana para sacar en total cincuenta libras. No, son de mi marido.
—Entiendo. ¿Así que últimamente no se lleva demasiado bien con él?
—Ni me llevo ni me dejo de llevar. Se ha largado a España, a no sé qué costa, con una chavala de veintitrés años. Una amiga de mi hija, para más señas. Y ha tenido el morro de llamarme y pedirme dinero prestado. Yo le he dicho que no, así que me ha pedido que venda su colección de singles y que le envíe el cheque por lo que saque, quedándome un diez por ciento de comisión. Ahora que me acuerdo, asegúrate de darme un billete de cinco libras, porque quiero enmarcarlo y colgarlo de la pared.
—Le tiene que haber costado muchísimo tiempo reunir esta colección, ¿sabe?
—Sí, años enteros. Esta colección es más o menos el único éxito que ha tenido en toda su vida.
—¿Tiene trabajo?
—Él dice que es músico, pero... —Hace una mueca de incredulidad y de desprecio—. No hace otra cosa que gorronearme y pasarse el día ahí sentado, con el culo cada vez más gordo, mirando los sellos de los discos.
Imagínate: vuelves a casa y te encuentras con que se han pulido tus singles de Elvis y tus singles de James Brown, tus singles de Chuck Berry y todos los demás por cuatro perras, por puro despecho. ¿Qué harías? ¿Qué dirías?
—Mire, ¿no puedo pagarle como es debido? Ni siquiera tendría que decirle a él cuánto ha sacado por los singles: le manda las cuarenta y cinco libras y el resto se lo gasta en lo que quiera, o lo da para obras de caridad, o lo que sea.
—No, ése no es el trato. Quiero ser odiosa pero justa.
—Bueno, lo siento. Yo... prefiero no tener nada que ver con este asunto.
—Como quieras. Seguro que hay otros muchos que sí.
—Ya, lo sé de sobra. Por eso estoy intentando llegar a un acuerdo. ¿Qué le parece mil quinientas? Lo más probable es que la colección valga cuatro veces más.
—Sesenta.
—Mil trescientas.
—Setenta y cinco.
—Mil cien. Y de ahí no bajo.
—Pues yo no pienso vendértela por más de noventa.
Los dos estamos sonriendo. Es difícil imaginar otras circunstancias en las que pudiera darse semejante negociación.
—Es que así mi marido podría permitirse el lujo de volver a casa, ¿entiendes? Y eso sí que no, de ninguna manera.
—Lo lamento, pero creo que lo mejor será que busque a otro.
Cuando regrese a la tienda me pondré a llorar a moco tendido, a llorar como un crío durante un mes entero, pero es que no puedo animarme a hacerle a ese tío semejante putadón.
—Por mí, estupendo.
Me levanto para marcharme, pero me vuelvo a arrodillar. Sólo quiero echar una última mirada con calma.
—¿No me podría vender solamente este single de Otis Redding?
—Desde luego que sí. Diez peniques y es tuyo.
—Venga, por favor. Déjeme pagarle diez libras; por mí, como si después quiere regalar todos los demás.
—Hecho, pero sólo porque te has tomado la molestia de venir hasta aquí, y porque eres un tío con principios. Y sólo por esta vez. No pienso vendértelos uno a uno.
Fragmento de Alta Fidelidad (1995) de Nick Hornby
"En cierto pueblo de Siberia todos los osos son blancos. Tu vecino fue a ese pueblo y vio un oso. ¿De qué color era el oso? "
Aleksandr Románovich Lúriya, neuropsicólogo y médico ruso.
Explicación: Luria describió esta falacia lógica en uno de sus viajes para visitar un poblado indígena en el centro de Asia. Quería descubrir si existía una suerte de razonamiento lógico que fuera usado en todas las culturas y sociedades. Curiosamente, la respuesta más habitual entre los miembros de ese pueblo fue: “No lo sé, ¿por qué no se lo pregunta a mi vecino?”.
"Está claro que la gente no quiere guerras...
Pero después de todo, son los dirigentes del país los que deciden la política, y siempre resulta sencillo llevarse a la gente de calle, ya sea en una democracia, una dictadura fascista, un parlamento o una dictadura comunista. Con voz o sin ella, siempre se puede conseguir que la gente haga lo que se les antoja a los dirigentes. Es fácil. Basta con decirles que se les está atacando y denunciar la falta de patriotismo de los pacifistas".
Hermann Goering (18 Abril 1946, en el juicio de Nüremberg).
Algo va muy mal cuando los ciudadanos temen a los políticos en vez de que los políticos teman a los ciudadanos.
La decadencia de Occidente. Oswald Spengler.
Breslau, 1933. Un piso de pequeños burgueses. Una mujer y un hombre, de pie junto a la puerta, escuchan. Están muy pálidos.
LA MUJER: Ahora están abajo.
EL HOMBRE: Todavía no.
LA MUJER: Han roto la barandilla. Estaba ya sin conocimiento cuando lo sacaron del piso arrastrando.
EL HOMBRE: Yo sólo dije que no era aquí donde se escuchaba en la radio emisiones extranjeras.
LA MUJER: Sólo dijiste eso.
EL HOMBRE: No dije nada más.
LA MUJER: No me mires así. Si no dijiste nada más, es que no dijiste nada más.
EL HOMBRE: Eso digo yo.
LA MUJER: ¿Por qué no vas a la comisaría y dices que no tuvieron visitas el sábado?
Pausa.
EL HOMBRE: No voy a ir a la comisaría. Lo han tratado como bestias.
LA MUJER: Le está bien empleado. ¿Por qué se mete en política?
EL HOMBRE: No hubieran tenido que romperle la chaqueta. No era para tanto.
LA MUJER: La chaqueta es lo de menos.
EL HOMBRE: No hubieran tenido que rompérsela.
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Terror y miseria del Tercer Reich. Bertolt Brecht
Las noticias son historia en gestación. Así que la adicción a las noticias es la adicción al desenlace de la historia. ¿Me sigues?
—Te sigo. Continúa.
En las dos últimas décadas, las noticias se han producido como espectáculo.
Por tanto, la adicción de la gente a las noticias es la adicción a su función como espectáculo. Si combinas el poder del pensamiento con esta adicción a las noticias amenas, entonces la parte de los cientos de millones de personas, los telespectadores, que desea la paz en la tierra se ve eclipsada por la parte de ellos que quiere el siguiente capítulo de la historia.
Todas las personas que ponen las noticias y no encuentran novedades acaban decepcionadas. Comprueban las noticias dos o tres veces al día; quieren dramatismo, y dramatismo significa no sólo muerte, sino muerte a millares, por lo que, secretamente, toda persona adicta a las noticias espera una calamidad aún mayor, más cadáveres, más guerras espectaculares, más horrendos ataques enemigos, y esos deseos salen cada día al mundo. ¿No lo ves?
Ahora mismo, más que en cualquier otra época de la historia, el deseo universal es claramente malvado.
Una parte del todo. Steve Toltz
Cuatro momentos del proceso divino distingue Juan Escoto de Erígena; cuatro momentos son quizá distinguibles en la evolución de los escritores.
En el primero el escritor, aún indiferenciado, es casi cualquier hombre; su voz menos individual que genérica es la de todos.
En el segundo el escritor ha elegido un maestro, lo confunde con la literatura y minuciosamente lo copia, porque entiende que apartarse de él en un punto es apartarse de la ortodoxia y de la razón.
En el tercero, que no todos alcanzan, el escritor se encuentran consigo mismo, como en cierta ficciones orientales, célticas o germánicas. Encuentra su cara, su voz.
Hay un cuarto momento que yo no he alcanzado, que muy pocos alcanzan.
En el primero, el escritor es todos; en el segundo, es otro. En el tercero es él; en el cuarto, es otra vez todos, pero con plenitud.
Así, los buenos versos de Shakespeare son manifiestamente de Shakespeare, pero los mejores, los eternos, ya no son de él. Tienen la virtud de parecer de cualquier hombre, de cualquier país, de cualquier tiempo.
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Jorge Luis Borges. Prólogo a Antigua lumbre de Wally Zenner.
Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo.
Paul Lafargue
El alma de la tierra son sus gentes.
La tierra aporta su carácter a los hombres que la habitan, y marca en ellos su impronta a través de los alimentos con que los sostiene, el clima en que los envuelve y las dificultades orográficas que les impone.
Los hombres a su vez determinan el carácter de la tierra con las obras que construyen y los artificios que idean para convivir con ella. Finalmente el hombre vuelve a la tierra para alimentarla con su sangre y con sus huesos. La tierra alimenta al hombre, y el hombre a la tierra, y si este doble pacto se rompe, sufre la tierra y sufre el hombre.
Neuadel aus Blut und Boden. Walther Darré.
Lo peor de ser astronauta, y sentirte abandonado y miserable en medio del espacio, es que ni siquiera te puedes ahorcar.
Relatos del piloto Pirx. Stanislaw Lem.
‘Ενδονσιν δ’ ορεων κορνφαι τε και φαράγγες
Πρώονές τε και χάραδραι.
Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos
y las grutas están en silencio.
—Alcmán
Escúchame —dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza—. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.
Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.
Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.
¿Has pensado de dónde viene toda esa humareda que envuelve el valle de Rio Grande? El gran río canalizado, subsidiado, salinizado, goteando hacia los campos de algodón bajo los cielos de sulfuro de Nuevo Mexico. ¿Sabías que había un consorcio de empresas eléctricas que conspiran para abrir nuevas minas y construir más plantas de tratamiento de carbón en las cuatro esquinas de esa zona desde la que nos llega toda esa inmundicia? todo eso más tendidos eléctricos, carreteras, vías de ferrocaril, tuberías, todo eso en lo que una vez fue un desierto casi virgen y aún es el paisaje más espectacular de los malditos 48 estado vecinos. Sabías que otras compañías de energia y las mismas agencias gubernamentales están planenado otras cosas más grandes aún ? minas más grandes que las que devastaron Appalachia. ¿Has pensado en las armas nucleares, reactores, estroncios, plutonio? ¿Sabías que las compañías petrolíferas se están preparando para oradar inmensas áreas de Utah, Colorado para recuperar el petróleo como Esquisto? ¿Te das cuenta lo que las grandes compañías están haciendo en nuestros parques nacionales o lo que el cuerpo de ingenieros y la Oficina de Repuración están haciendo con nuestros rios? ¿Te das cuenta de lo que los promotores del suelo están haciendo con nuestros espacios abiertos?
La Banda de la tenaza-Edward Abbey
Un día el burro de un campesino se cayo en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer. Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo. Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se aquietó después de unas cuantas paladas de tierra. El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio, con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: Se sacudía la tierra y daba un paso encima de la tierra. Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando. La vida va a tirarte tierra, todo tipo de tierra, el truco para salir del pozo es sacudírsela y usarla para dar un paso hacia arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Podemos salir de los más profundos huecos si no nos damos por vencidos. ¡Usa la tierra que te echan para salir adelante!
Hay mujeres que sólo quieren a los hijos y otras que sólo quieren a los maridos. Las mujeres siempre van detrás de los mismos y siempre evitan a los mismos. Por tanto unos son amados tres veces, primero como hijos, luego como maridos y, por fin, como padres, mientras que los otros, los que no fueron amados por sus madres, tampoco serán amados ni por sus mujeres ni por sus hijas.
Paisaje pintado con té. Milorad Pavic.
El fumador nunca espera: el fumador, fuma. Por eso cuando dejas de fumar te das cuenta de lo mucho que te hacen esperar y de lo mucho que te aburres.
Sospechas. Hermann Koch
¿Y qué tengo que hacer?
¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo, y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo buscando en casa ajena protección y refuerzo, trepar con artimañas, en vez de con esfuerzo?
No, gracias.
¿Ser esclavo, como tantos lo son, de algún hombre importante? ¿Servirle de bufón con la vil pretensión de que algún verso mío dibuje una sonrisa en su rostro sombrío?
No, gracias.
¿O tragarme cada mañana un sapo, llevar el pecho hundido, la ropa hecha un harapo de tanto arrodillarme con aire servicial?
¿Sobrevivir a expensas de mi espina dorsal?
No, gracias.
¿Ser como ésos que veis a Dios rogando –oh, hipócritas malditos– y el mazo dando? ¿Y que, con la esperanza de alguna sinecura, atufan con incienso a quien se les procura?
No gracias.
¿Arrastrarme de salón en salón hasta verme perdido en mi propia ambición? ¿O navegar con remos hechos de madrigales y, por viento, el suspiro de doncellas banales?
No gracias.
¿Publicar poniendo yo el dinero de mi propio bolsillo?
Muchas gracias, no quiero.
¿Hacerme nombrar papa en esas chirigotas que en los cafés celebran, reunidos, los idiotas?
No gracias.
¿Desvivirme para forjarme un nombre que tenga el endiosado lo que no tiene de hombre?
No, gracias.
¿Afiliarme a un club de marionetas? ¿Querer a toda costa salir en las gacetas? ¿Y decirme a mí mismo: no hay nada que me importe con tal de que mi ingenio se cotice en la Corte?
No, gracias.
¿Ser miedoso? ¿Calculador? ¿Cobarde? ¿Tener con mil visitas ocupada la tarde? ¿Utilizar mi pluma para escribir falacias?
No gracias, compañero. La respuesta es: no gracias.
Cantar, soñar, en cambio. Estar solo, ser libre.
Que mis ojos destellen y mi garganta vibre.
Ponerme, si me place, el sombrero al revés,
batirme por capricho o hacer un entremés.
Trabajar sin afán de gloria o de fortuna.
Imaginar que marcho a conquistar la Luna.
No escribir nunca nada que no rime conmigo y decirme, modesto:
ah, mi pequeño amigo, que te basten las hojas, las flores y las frutas,
siempre que en tu jardín sea donde las recojas.
Y si por suerte un día logras la gloria así,
no habrás de darle al César lo que él no te dio a ti.
Que a tu mérito dabas tu ventura, no a medra,
y en resumen, que haciendo lo que no hace la hiedra,
aun cuando te faltare la robustez del roble,
lo que pierdas de grande, no te falte de noble.
Cyrano de Bergerac - Edmond Rostand
Estamos, naturalmente, solo en el principio del principio de la revolución robótica. Los robots utilizados ahora son poco más que palancas computerizadas. Están muy lejos de que se les reconozca la complejidad necesaria que justifique la introducción en ellos de «las tres leyes». Tampoco tienen el menor aspecto humano, de modo que no son aun los «hombres mecánicos» que yo he descrito en mis historias y que han aparecido en la pantalla innumerables veces. Sin embargo, lo que está clarísimo es la dirección del movimiento. Los primitivos robots que se fabricaron no eran los monstruos del doctor Frankenstein de la primitiva ciencia ficción. No persiguen la vida humana (aunque accidentes relacionados con robots pueden ocasionar la muerte, lo mismo que los accidentes de coche o de maquinaria eléctrica). Son más bien instrumentos minuciosos y cuidadosamente diseñados para relevar a los seres humanos de obligaciones arduas, repetitivas, peligrosas y desagradables, de modo que intencionadamente y en su filosofía, representan los primeros pasos hacia los robots de mis historias. Los pasos que aun no se han dado irán en la dirección que yo he apuntado. Cierto numero de firmas diferentes están trabajando en «robots domésticos» que tendrán un aspecto vagamente humano y llevaran a cabo algunas de las obligaciones que antes recalaban en los sirvientes.
El resultado es que los que trabajan en el campo de la robótica me tienen en gran consideración. En 1985 se puso a la venta un grueso volumen enciclopédico titulado Manual de Robótica Industrial (editado por Shimon Y. Nof y publicado por John Wiley), y yo escribí una introducción a petición del editor. Naturalmente, para poder apreciar la exactitud de mis predicciones he tenido la suerte de ser un superviviente. Mis primeros robots aparecieron en 1939, como les digo, y he tenido que vivir más de cuarenta años para descubrir que fui profeta. Logré serlo porque empecé a una edad muy temprana y porque fui afortunado. Las palabras no pueden decirles lo agradecido que estoy por ello. La verdad es que lleve mis predicciones sobre el futuro robótico hasta el fin, hasta el último momento, en un relato,
«La Última Pregunta», publicado en 1957. Tengo la insistente sospecha de que si la raza humana sobrevive, podemos continuar progresando en esa dirección, por lo menos en ciertas cosas. Claro que la supervivencia es, como mucho, limitada y no tendré la oportunidad de ver gran cosa más de los futuros avances de la tecnología. Tendré que conformarme con que las generaciones futuras vean (así lo espero) y aplaudan los triunfos de este tipo que pueda ganarme. Yo, claro, no podré. Tampoco son los robots el único campo en el que vio claro mi bola de cristal. En mi historia «El Sistema Marciano», publicada en 1952, describí un paseo espacial con suma exactitud, aunque un hecho de esta clase no tuviera lugar hasta quince años más tarde. Prever los paseos espaciales no fue un ejemplo de presciencia demasiado atrevido, lo confieso, porque concebidas las naves espaciales, tales cosas serían inevitables. Sin embargo, también describí los efectos psicológicos y se me ocurrió uno que se apartaba de lo corriente, especialmente en relación conmigo. Verán ustedes, yo soy un probado acrófobo con un terror absoluto a las alturas y se perfectamente bien que nunca, voluntariamente, iré en una nave espacial. Si me viera forzado a meterme en una, se también que nunca me atrevería a abandonarla para dar un paseo espacial.
Sin embargo, dejé a un lado mi pánico personal e imagine que el paseo espacial producía euforia.
Isaac Asimov, «Sueños de robot. Introducción.» (1986)
«Ustedes son ciento veinte… la mayoría conseguirá el DEA… este diploma es un papelucho que estaría pintiparado en un retrete… público… de las afueras… cortado en cuatro pedazos. Pero ¿cuál es el sueño que persiguen? Ingresar en el “Paraíso de los Elegidos”, quiero decir en un laboratorio del CNRS El enchufe ideal para todo estudiante listillo que con buen criterio prepara ya su jubilación. ¿Cuál es el destino que les espera durante este año de estudios? Mamar la leche de la ciencia en vez de la de sus novias y todo ¿para qué?, para alcanzar El Dorado, la panacea de todos los vagos y maleantes; el título de funcionario del Estado para toda la vida con seguro social, prima de transporte, retiro asegurado, promociones diversas, plus de pelo en pecho, condecoraciones académicas, campamentos para los niños, seguro de erección garantizada… y aburrimiento infinito hasta que se mueran más chochos aún que el pobre Oppenheimer en Princeton. ¡Pues vaya juventud chisgarabís y desmirriada! ¿Y éste es el ideal de la muchachada en la flor de la vida que cantaban nuestros poetas más cursis en aquellas épocas exaltantes en que se sabía escribir en verso y bailar el tango? Seré franco: en el mejor de los casos, cinco de ustedes serán nombrados investigadores del CNRS Pero ¿qué es ser investigador si no se publica? ¡Un cero a la izquierda! Y un ladrón que le roba al Estado las perras que tanto necesita para fabricar bombas de neutrones y fajas de diputados y un atracador que despoja al pobre contribuyente de sus ahorros que destinaba a comprar décimos de lotería y fotos pornos. ¿Quién de entre los cinco heroicos y gloriosos investigadores —que Homero cantará sus virtudes— llegará a publicar? Si nos referimos a las estadísticas establecidas con los curriculum vitae de sus predecesores (secreto que les revelo confidencialmente y que está más protegido que los planes de la NASA)… dos de cada cinco, es decir ¡sobre los ciento veinte! Pero ¿dónde publicaron hasta hoy estos dos privilegiados del destino y del favoritismo?… En revistas francesas o italianas. ¡Pipí caca! Estas revistas son tan prestigiosas como las suecas sobre tauromaquia. Sólo se es un investigador serio, que puede cobrar su sueldo sin avergonzarse, si se publica en la Physical Review o en la Physical Review Letters…. Y como soy generoso, o en la revista inglesa para snobs Nature, siempre y cuando en este caso escriban un resumen de divulgación. ¡Y paren el carro! Pero ¿quienes entre ustedes pondrá su pica de andar por casa en el Flandes de la Ciencia? Aparte de un servidor, uno de cada diez generaciones lo logra por estas regiones nuestras de salvajes y analfabetos. Les doy un consejo de amigo: no pierdan el tiempo, un año es muy largo, váyanse al laboratorio farmacéutico de Basilea a masturbar ratones o a Johannesbourg a fabricar misiles para la defensa de la raza blanca; así ganarán dinero y honores… o bien, deslumbren a una rica noruega gorda y romántica explicándole la teoría de la relatividad con lo del tren que sube… que sube…»
La torre herida por el rayo. Fernando Arrabal.
«—Al final, terminas pasándote la vida buscando un padre y un Dios —dice el mecánico. Debes tener en cuenta la posibilidad de no caerle bien a Dios. Pudiera ser que Dios nos odiara. No es lo peor que podría ocurrir.
» Tyler se dio cuenta de que llamar la atención de Dios por ser malo era mejor que no recibir ninguna atención. Tal vez porque el odio de Dios sea preferible a su indiferencia. Si pudieras ser el peor enemigo de Dios o nada, ¿qué elegirías? Según Tyler Durden, somos los niños medianos de Dios, sin un lugar especial en la historia y sin ser merecedores de especial atención. A menos que llamemos la atención de Dios, no tenemos esperanza de condena ni redención.
» ¿Qué es peor, el infierno o nada?
.
El club de la lucha, Chuck Palahniuk
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández.
menéame