Ser víctima es un estigma, una muesca en el espíritu que señala al que la porta como cordero elegido, nacido para la ofrenda. Algunos, pocos, lo ocultan, plantean encarnizada resistencia a su destino y consiguen a menudo escapar del sacrificio; pero los más lo enarbolan pretendiendo impunidad a cambio de mansedumbre, y así la mancha se acrece, se ensancha, prospera, se convierte en santo y seña que avisa al sepulturero. Muchas vidas, demasiadas, se resumen en la búsqueda febril de un postrer sepulturero, porque al final siempre es …