Leer las búsquedas que otros han hecho es por tanto algo parecido a estar en el lado divertido del confesionario pero sin sotana, a ser un psicólogo que no está obligado mantener el rictus serio mientras escucha majaderías. A solas frente al ordenador, quien teclea en la cajita del centro de la pantalla no pretende impresionar ni provocar, ni guardar las apariencias, añadiendo un “eh, que en realidad lo pregunto de broma, ¿eh?”. Simplemente busca una respuesta.
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