Si hay una película que me educó emocional y sentimentalmente es «La ley del deseo » de Almodóvar. Muchos no tienen ni idea de lo que fue ir verla en 1987. Ni veinte minutos de película pasaron cuando la gente en el cine se volvió loca lanzando vasos y botellas a la pantalla y gritando «¡MARICONES!». Juro que llegué a asustarme mucho, hundido en la oscuridad de la butaca para que nadie me reconociera. La audacia de la película era tal que puso a aquellos bestias en una tesitura en la que no les quedaba duda de lo que estábamos presenciando.
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