Si la fuerza de una denuncia no violenta pasa por mostrar las contradicciones del poder –su falta de humanidad, su nula proporcionalidad–, la protesta de Greenpeace contra la pasividad de los gobernantes que participaron en la cumbre de Copenhague ha sido un triunfo. El contraste entre el fracaso climático y el éxito policial es notable. Ahora mismo, en la cárcel de un país democrático miembro de la UE, hay cuatro ecologistas incomunicados, encerrados cada uno en una celda de aislamiento.
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