"A los ancianos les ha dicho que para que ya no roben oxígeno mejor se den un balazo y cuando alguien se confiesa en la misa revela lo que la persona le ha dicho en secreto de confesión", añadió el vecino, indignado. Al parecer, la última ofensa del párroco, que desencadenó la crisis, fue cuando se negó a dar la bendición a un difunto, molesto porque habían abierto el ataúd. Los inconformes con el sacerdote le acusaron incluso de haber robado objetos de arte de la iglesia del pueblo y de otros tempolos de la zona, de los que ha estado a cargo
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