Los sindicatos funcionan bien como centros de resistencia contra las invasiones del capital. Pero generalmente fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en lugar de intentar también cambiarlo. La única manera de hacer que el lugar de trabajo sea justo es acabar con un sistema irracional basado en la estricta separación entre los que trabajan, pero no poseen, y la ínfima minoría de los que son poseedores, pero no trabajan.
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