Se vio inmerso en un entorno violento, creció en un barrio donde la pandilla era la única familia que conocía. “No había otra opción”, afirma. La presión social y la búsqueda de pertenencia lo llevaron a cometer actos atroces, convirtiéndose en un engranaje más de un sistema que devora a sus jóvenes. La vida en la pandilla no solo implicaba violencia, sino también una lealtad ciega a sus miembros. “La traición no se perdona”, dice. Esta mentalidad lo llevó a participar en múltiples crímenes, donde la vida humana se volvió un recurso desechable.
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