En esta última edición, más que la indiferencia, se buscaba el aplauso, el entusiasmo ante el trabajo de los verdugos. Los cuales no dejaron de trabajar incluso al compás de las diferentes horteradas: lanzando drones, arrasando campamentos de refugiados y quemando gente viva. Para el caso, bien podía haber salido a escena Netanyahu berreando una canción que hablara de asesinar niños, secundado por una coreografía aderezada con tanques, sangre y cráneos humanos.
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