Hace 2 meses | Por esbrutafio a youtube.com
Publicado hace 2 meses por esbrutafio a youtube.com

El Canal du Midi atraviesa Francia de este a oeste uniendo el Mediterráneo y el Atlántico. Inaugurado en 1681, es una gran obra de ingeniería construida durante quince años por 12000 obreros. El documental cuenta este proceso y sus desafíos, como atravesar ríos o aportar agua al canal. El récord está 1856, se transportaron 110 millones de toneladas y 100 000 pasajeros.

Comentarios

francesc1

#1 mil gracias

francesc1

#3 Es algo que tengo pensado hacer algún día y me has dado un montón de info.

e

#4 Ánimo, tiene que ser una gozada.

e

#4 #9 Con toda la historia del canal he recordado este libro leído en mis años mozos, tal vez te sea de ayuda para tu proyectado viaje.
Tres hombres en una barca de Jerome K. Jerome.


Algúnos párrafos.

El río era nuestro, absolutamente nuestro; a lo lejos, a gran distancia, se divisa una barca, anclada en el centro de la corriente y ocupada por tres pescadores; nosotros apenas rozábamos las aguas, pasando al lado de los frondosos márgenes envueltos en profundo silencio.

Yo iba al timón…

Parecíamos caballeros de alguna vieja leyenda, navegando en algún fantástico lago hacia el reino desconocido del ocaso, hacia las tierras de la puesta de sol… empero no fue al reino desconocido de las sombras a donde llegamos, sino —rectos como una flecha— a la barcaza de los tres respetables ancianos que pescaban con caña. De primer momento, no supimos lo ocurrido, pues la vela nos privaba la vista, pero después, dada la clase de lenguaje que rompió la paz del atardecer, comprendimos que nos hallábamos próximos a unos seres humanos que se sentían positivamente furiosos por haber sido molestados con nuestra presencia.

Harris recogió la vela y entonces nos dimos cuenta de los hechos: los tres honorables ancianos habían caído de sus sillas, formando una humana pirámide, en el fondo de la barca, y estaban esforzándose penosamente para zafarse unos de otros y recoger el pescado que les cubría; durante estas nuevas operaciones de pesca no cesaban de maldecirnos, no con palabras corrientes, sino con maldiciones premeditadas que cubrían todos los amplios horizontes de nuestras vidas, alargándose hasta el futuro e incluyendo a nuestros parientes y todo lo que con ellos se relacionaba.

El bueno de Harris les dirigió la palabra, diciéndoles cuán reconocidos nos debían estar por ese poco de emoción en su monótona tarea de pescar durante todo un día, añadiendo que le sorprendía y le dolía al mismo tiempo que unos hombres de su edad se dejaran llevar por el genio. Sin embargo… sus palabras no tuvieron éxito.
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La barca parecía pesar cincuenta toneladas, y por lo que toca al camino, ¡ni que cubriésemos cincuenta millas en marcha contra el reloj!… Al fin, a las siete y media, pasamos la esclusa, subimos a la barca y nos aproximamos a la orilla izquierda a buscar un punto de amarre.

Nuestro propósito era llegar a la Magna Charta Island —lugar lleno de encanto por donde el río serpentea entre valles de suave verdor— a fin de acampar en una de las pintorescas calitas que existen en la minúscula playa. Si he de ser sincero, debo decir que eso ya no nos atraía tanto como en las primeras horas del día, y con un poco de agua entre una barcaza de carbón y un gasógeno teníamos suficiente; no queríamos bonitos paisajes, queríamos cenar y dormir… No obstante, remamos hasta Picnic Point, deteniéndonos en un hermoso rincón, bajo un gran álamo, en cuyas ramas atamos la barca. Pensamos en cenar inmediatamente —no habíamos merendado para no perder tiempo, y teníamos hambre— pero George se apresuró a decir que teníamos que montar el toldo antes de que anocheciera y, comprendiendo lo razonable de sugerencia, acatamos esa orden.

¿Verdad que eso de poner un toldo parece ser una operación sencilla? Pues es todo lo contrario; requiere tanta exactitud y justeza que jamás pasó por nuestra acaloradas mentes la idea de lo complicado que iba a resultar su colocación. Dicho así, con palabras, parece sencillo: se cogen cinco puntos de hierro parecidos a gigantescos arcos de croquet, y se clavan en la barca; luego se extiende la lona, que es convenientemente sujetada.

Pensamos hacerlo con la máxima rapidez, mas sufrimos una equivocación; cogimos los arcos, encajándolos dentro de las piezas reservadas a este efecto (estoy seguro que no creerán que esta operación sea peligrosa; sin embargo, doy fe de ello, y hasta me extraña poderlo contar, ¡no eran arcos de hierro, sino furias del Averno, espíritus infernales!). Resultaba imposible encajarlos como no fuese a patadas y estacazos; al fin los colocamos, pero nos dimos cuenta de que no correspondían a los encajes y tuvimos que sacarlos. Entonces, claro está, los arcos se obstinaron en no salir, parecían tener la idea fija de tirarnos al agua, para vernos alegremente ahogados. En medio, tenían ciertos resortes que cuando no mirábamos nos daban vigorosos golpecitos en los lugares más sensibles de nuestras humanidades, y mientras «discutíamos» con el extremo derecha para convencerle de que cumpliera con sus obligaciones, el extremo izquierda se aproximaba y nos golpeaba la cabeza cobardemente; finalmente, logramos encajarlos y sólo nos quedó por colocar el toldo. George lo desplegó sujetando uno de los extremos a proa; Harris se puso en medio de la barca para hacerlo pasar a popa donde yo lo esperaba, pero transcurrió mucho rato antes de que llegase a mi poder; George cumplía maravillosamente, pero como se trataba de una actividad desconocida para Harris, este actuaba con una carencia de lógica y sentido común sencillamente lamentables.

Es cierto que ignoraba los detalles relativos a la colocación de toldos, empero nunca he logrado comprender —y él a su vez ha sido incapaz de explicármelo— cómo, merced a qué misterioso procedimiento, consiguió, sólo en diez minutos, envolverse de pies a cabeza con tal perfección que, a pesar de sus frenéticos esfuerzos para recobrar la libertad (derecho inherente a todo británico desde su nacimiento) no logró zafarse de la lona y no sólo esto, sino que fue la causa de que el pobre Harris cayese cuan largo era y acabase aprisionado por la pesada tela.
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Las embarcaciones a vapor nos molestaron extraordinariamente aquella mañana. La «Semana de Henley» se aproximaba y numerosas barcas remontaban el río, algunas solas y otras remolcando casas flotantes. Por lo que a mí respecta, sólo puedo decir que siento un verdadero horror hacia ellas, como supongo que debe de ocurrir a todos los buenos aficionados al remo; siempre que veo uno de esos diabólicos artefactos, me entran furiosos deseos de conducirlo a un solitario lugar del río y allí, protegido por el silencio y la soledad, hundirlo en las claras aguas del Támesis.

La barca a vapor posee tal aire de insolencia que tiene el poder de despertar mis instintos sanguinarios y quisiera que la vida fuese como en los tiempos antiguos cuando uno, acompañado por un hacha, un arco y unas flechas, podía emitir su opinión particular sobre los seres animados y los inanimados. Esa expresión que aparece en el rostro del individuo apoyado a proa, con las manos en el bolsillo del chaleco y fumando un cigarro, es más que suficiente para justificar un principio de hostilidades y el aristocrático silbido con que se exige dejar el campo libre… estoy seguro de que sería suficiente para obtener de un jurado de remeros un veredicto de «inocente» en caso de homicidio, pues lo considerarían —y vuelvo a repetir que estoy seguro— como acto de propia defensa.

Tenían que tocar la sirena para que les dejáramos paso libre, y si se me permite hablar sinceramente, sin temor a parecer fatuo, creo poder decir, honradamente, que nuestra barca les causó más retrasos, molestias, preocupaciones y disgustos durante esos ocho días que todas las demás embarcaciones juntas.

—¡Buque a la vista!… —exclamaba uno de nosotros al divisar un artefacto infernal de esos, y en menos de lo que canta un gallo, todo estaba dispuesto para ofrecerle una gentil acogida. Yo me encargaba del timón, Harris y George se sentaban a mi lado y la barca continuaba deslizándose dulcemente por el centro de la corriente.

La sirena gemía lastimosamente, sin inmutarnos lo más mínimo; a un centenar de metros volvía a oírse el agudo silbato, como si de repente se hubiera sentido presa de un ataque de indignación; los pasajeros se apoyaban en la borda, injuriándonos de lo lindo, pero sus insultos no llegaban a nuestros oídos. Harris nos explicaba divertidas anécdotas sobre su madre, y George y yo no queríamos perder, ni por todo el oro del mundo, una sola de sus palabras.

Del vapor salía una última advertencia, un silbido desesperado; parecía que la caldera estaba a punto de explotar; haciendo marcha atrás, la embarcación reculaba entre sacudidas y estremecimientos; los pasajeros, vueltos hacia nosotros, aumentaban la temperatura de sus imprecaciones; los que se paseaban por las orillas se detenían a dar voces y las demás barcas y botes se paraban hasta que el río, en toda la extensión que nuestra vista alcanzaba, se hallaba en un estado de febril excitación.

Harris hacia una pausa, y siempre en el momento más interesante de su narración, miraba en torno suyo, dulcemente sorprendido, y decía a George:

—¡Vaya, por Dios!… Oye George, mira, una lancha a vapor…

—A mí ya me había parecido oír algo —respondía este.

Entonces nos poníamos nerviosos y avergonzados, no sabíamos que hacer para apartarnos; los de a bordo nos daban instrucciones:

—Más adelante… ¡el de la derecha!… Usted… ¡Usted… pedazo de tonto!… Atrás el de la izquierda… ¡No… usted no… usted no!… ¡El oooootro!… ¡No toque las cuerdas!… Los dos a la vez… así… ¡No!… Por este lado no…

A última hora bajaba una falúa y venían a echarnos una mano; al cabo de un cuarto de hora de esfuerzos combinados, nos apartaban de su camino de manera que pudiesen navegar tranquilamente. Nosotros les dábamos las gracias de todo corazón y les pedíamos que nos remolcasen, pero jamás quisieron complacernos, ¡no sé por qué!

Además de este, descubrimos otro sistema para crispar el sistema nervioso de los vapores: hacerles creer que nos confundíamos y tomamos a sus ocupantes por grupos que viajan con tarifa reducida, preguntarles si pertenecen al personal de los señores Cubit o a los Templarios del Bermod y, finalmente, pedirles amablemente:

—¿Quieren prestarnos una cacerola?

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En otra ocasión probamos agua del río, aunque con resultados poco halagüeñ

iñakiss

#1 yo lo hice en 2017, me fui con el coche y la bici en el maletero hasta toulouse, desde ahí hasta sete, pasando por castelnadury ( eran fiestas y me invitaron a una comida popular) carcassone…llegué a sete y de ahí en tren hasta el coche y vuelta, me encantó la experiencia, un poco aburrido estando como estaba solo pero 100% recomendable.

e

#15 Que envidia, felicidades.

T

Los muelles donde se intercambiaba la carga entre carros y barcos es la primera versión del interfaz midi.


Ya apago al salir

bronco1890

Aquí también lo intentamos con el canal de Castilla, pero la orografía no es la misma claro y no se pudo acabar, merece la pena una visita.
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Canal_de_Castilla

m

#8: Genial, lo añadiré a la larga lista de proyectos dejados a medias en #Valladolor , que no es corta. lol

a

Si os gustan los grandes canales tambien podeis informaros del gran canal de China, mas largo y mas antiguo (del s. vii)

c

Se hace en bici, aunque he de reconocer que no es tan bonito como parece. Pero en un periquete y sin esfuerzo (apenas tiene desnivel) sales del cantábrico y te pones en el mediterráneo.

javibaz

#10 alquilan barcos si necesidad de títulos y lo recorres en barco casa a buen precio.

h

#11 Las esclusas hacen el viaje eterno.

eduardomo

Manda huevos, lo tengo como quien dice al lado y no lo he visitado. Algo que corregiré en breve.
Gracias por el aporte.

Estoeslaostia

Gran invento el MIDI.
Con mi AtariST conecto el mundo.
Ya cierro yo, gracias.