Para muchos ciudadanos, el izquierdista se ha vuelto un personaje insoportable por sus aires de superioridad moral. Los dirigentes y organizadores de las izquierdas siempre han tenido una relación complicada con su comunidad de apoyo. Vivimos una época de individualismo empoderado, donde nadie quiere que se le diga lo que tiene que pensar. Cualquier intento de adoctrinarlos, de influir en sus creencias, se encuentra con una fuerte resistencia.
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