En los callejones del crimen organizado, el dinero no huele a pólvora ni a sangre. Huele a licor caro, a construcción nueva, a obras colgadas en salones impolutos. El narcotráfico, esa maquinaria que mueve toneladas de droga cada año, necesita algo más que barcos, mulas y camiones para sobrevivir: necesita legitimidad. Y para conseguirla, el blanqueo de capitales se ha convertido en su arte más fino y rentable. Millones de euros en efectivo sucio, procedente de actividades ilegales, atraviesan un sistema financiero global casi sin dejar rastro.
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