"Corta esa frase hablando de Dios, no quiero líos con esa asociación de abogados. Y elimina la referencia al Productor, aunque lleve el nombre camuflado, no es tonto y pone pasta, o cambia la escena y que él sea el héroe, no un “yonqui” del dinero. Ah, y olvídate de la escena de ricos y pobres en el yate, eso ya pasó con Alberto Gran-Dospozos el año pasado. Muy descarado y nos puede denunciar, aunque todo el mundo sabe lo que pasó. La escena veinticinco, la escena de la sotana ardiendo, fuera. Deja cuando apalizan a los mendigos, ahí rodaremos a cámara lenta y quedará cojonudo, que se note nuestro compromiso social."
Teníamos dieciséis años, y pasábamos el verano en el pueblo. Había alguno de diecisiete, creo recordar. Julián, por ejemplo, que fue el que propuso saltar la tapia del cementerio para hacer botellón allí.
—No hay huevos —nos desafió.
Y todos, incluidas las dos chicas de nuestra pandilla, saltamos.
Elegimos para sentarnos un panteón antiguo. Cecilia Rodríguez Garcés, muerta a los 30 años, casi un siglo atrás.
Bebimos. Fumamos. Nos reímos con risa floja espiando cada sombra, bajo la atenta mirada del ángel de márrmol que custodiaba el panteón. Y entonces se me ocurrió.
—Dale un beso al ángel, Julián.
Julián se levantó, y le empezó a tocar las tetas al ángel.
—No, no le metas mano. Dale un beso.
—Venga tío...
—No hay huevos...
Y no. No los hubo. Lo intentamos todos, pero su mirada de piedra nos dijo, de algún modo, que era preferible no hacerlo.
El reloj marcaba las 11:00 en punto cuando el meneante cerró el cuaderno con una sonrisa. Había repasado cada palabra, cada frase subordinada, convencido de que su idea era buena. Pero, como cada lunes, la emoción no estaba solo en escribir, sino en imaginar lo que otros harían.
Esperó a que su jefe saliera a tomar café para conectarse a Menéame y publicar su microrrelato. A partir de ese momento no volvería a prestar atención a su trabajo, tan solo se concentraría en los votos y comentarios que iba a recibir.
Ayer tuve un sueño lúcido, de esos en los que sabes que la verdad es ciertamente falsa. Me premiaban en los Óscar como el mejor actor de la historia. El presentador enumeraba mis méritos: toda una vida fingiendo.
El buen estudiante, que se sacó una carrera que odiaba para complacer a sus padres. El trabajador ejemplar, que jamás dejó entrever su desprecio por la empresa. El compañero perfecto, que fantaseaba con dejar de producir mierda para poder comprar cosas que no necesitaba, o algo así, como en aquella película. El esposo ideal, cuya mujer nunca sospechó de sus infidelidades. El padre modelo, que ocultaba su arrepentimiento por traer más vidas a esta picadora de carne llamada civilización.
Desperté. Mi mujer me miró soñolienta.
—¿Estás bien?
—Estupendo.
Besé su labio tembloroso y salí al frío de la vida, con la mejor de mis máscaras. Definitivamente, soy un gran actor.
Fátima se preparaba para una cita a ciegas que, sabía de antemano, sería trascendental para su futuro. Tras ponerse su mejor vestido y maquillarse, se sentó en la mesa donde le esperaba su pretendiente.
Fátima fingió ser bizca. Se encogió para evidenciar una joroba inexistente. Eructó varias veces y tosió escupiendo trozos de dátil a la cara de su enamorado. Respondió a sus escasísimas preguntas fingiendo retraso mental y hablando de sus dolores crónicos que le impedían levantar en peso siquiera dos gramos.
Al acabar la cita, el pretendiente se dirigió al padre de Fátima. “Dos cabras y tres ovejas como acordamos”. Acto seguido abandonó la sala. Fátima, niña pakistaní de tan sólo 12 años, se había jugado la peor paliza de su vida para evitar el peor resultado posible. Lamentablemente, no lo consiguió: su sentencia de muerte en vida junto al anciano que la pretendía ya había sido dictada.
Tuvo un sueño: a la confusa luz de las lamparillas de aceite observó las caras de los convocados. Parecían muertos, con las cuencas de los ojos hundidas y la boca deformada en muecas dolorosas. Nerón y Heliogábalo se miraban con deseo y asco. Léopold movía, como jugando, unos huesos de niño entre los dedos. Idi Amin dijo algo a Vlad Tepes al oído y luego se rieron juntos, quedamente. Hacia el fondo de la sala, en la oscuridad, había otras muchas figuras que olían a almendras amargas y sangre seca. Una de ellas habló:
- Aquí nadie habla de esas cosas, está prohibido. Todo cuanto hicimos fue por un bien superior. Dios estaba con nosotros. Nunca dejamos que nadie escupiera sobre nuestro legado. Acallamos las calumnias como debíamos. Nosotros escribiremos la historia.
Se sintió reconfortado.
Al día siguiente ordenó continuar con los bombardeos.
Enero llega como una oportunidad. Escribo listas con entusiasmo: ir al gimnasio, comer sano, leer más, ser mejor. Las pego en la nevera. En mi cabeza me aseguro: "Esta vez será diferente."
La primera semana no va mal. El gimnasio a las 06:30 es un lugar agradable sin demasiados agobios. En las visitas al super esquivo los pasillos de los dulces y conduzco directo hacia las verduras. En casa es el momento de quitar el polvo de la pila de libros "por leer". Todo va bien.
Pero algo extraño pasa. Una mañana, casi sin darme cuenta, mi mano se alarga para posponer la alarma del móvil. Esa tarde, unas magdalenas y unas croquetas de jamón aparecen en el carrito. Y los ratos libres, de repente se llenan de sofá, Instagram y Netflix.
La magia empieza a desgastarse. Las metas, antes inamovibles, se convierten en pequeñas culpas sobre los hombros. El mes que había prometido ser un amigo alentador se convierte en un juez implacable que no deja de recordarme lo fácil que es tropezar.
El último día, frente espejo, recuerdo la lista de propósitos intacta en la nevera. El reflejo, cansado pero lúcido, deja escapar un suspiro y murmura con resignación:
- Maldito Enero.
Federica siempre quiso casarse en la ermita de su pueblo. Su novio se mostraba reticente, debido a la lejanía y al mal estado de la construcción.
-Mis padres se casaron allí.
-El sitio está lleno de humedades. Alguien podría lastimarse.
-Hace poco repararon el tejado y pusieron puertas nuevas.
-Me sigue pareciendo inseguro.
-¿Pero qué crees que va a pasar? Déjalo, Carl, confía en mí.
El día de la boda, ya declarados marido y mujer, salieron juntos por la puerta de la ermita cuando un rayo cayó sobre el pequeño campanario, soltando la campana que aterrizó justo en la cabeza de Federica, matándola en el acto.
Carl despertó de la pesadilla, y procedió a romper el anuncio del enlace, ese en el que se podía leer:
"EN ESTE LUGAR SAGRADO, EL SÁBADO 24 DE MAYO A LAS 12:00, SE UNIRÁN EN MATRIMONIO FRIEDERICA WILHERMINE WALDECK Y JOHANN CARL FRIEDRICH GAUSS"
La Sibila de Cumas, Apolo mediante, lo vaticinó días antes, el dios no pretendía daño alguno para sus amados humanos y por eso les previno, por ello la sibilina profecía, con una visión del futuro nada halagüeña:
-¡Oh, Curios, así ocurrirá, las señales lo indican, los dioses lo avisan y yo os lo transmito, para que, en vuestra sabiduría, sepáis prevenir el daño que se avecina!
Pero, era vox populi, la diligencia no era una de las virtudes de la Curia: entre debates y porfías, no hicieron más que demorar la urgencia, postergar las medidas. Llegó la tardía hora décima cuando se convocó la crucial reunión:
-Avisad al Cónsul Malleus, debe tomar la decisión.
Pero el Cónsul no aparecía…
-¿Habéis mirado en la hostería de Eolo? Allí suele ventilar sus asuntos…
Cuando finalmente el Cónsul arribó a la reunión, su presencia era ya vana, inútil, pues todo había ya acontecido.
¡¡¡Riiiiing!!!! Levanta, aseo, corre, niños, desayuno, coche, cole… respira.
Coche, trabajo, cambia ropa, uniforme, repone, ordena, caja, señora maleducada, chico que te sonríe (aún queda magia), carro que pita, ¡seguridad!…
Descanso, almuerzas, vuelves, ordenas más, repones más, cuadras caja, llamas al encargado, terminas turno…
Rápido, coche, colegio, niños, comida, platos, parque, café mientras juegan, casa, deberes, doblar ropa, plancha…
Cena, pijamas, cama, cuento, platos, caes rendida en el sofá…
TV (un ratito), dormida en el sofá hasta que el gato te despierta, cama, piensas, sueñas…
"Este mes no me faltará dinero a fin de mes, igual puedo llevar a los niños al McDonalds…"
El equipo de exploración llegó a lo más profundo de lo que antes era la selva tanzana. Mientras montaban los detectores, el comandante comenzó a hablarles:
-Todos sabéis que los 12.000 habitantes de Nueva España dependen de nosotros. No podrán aguantar más de 1 mes sin que localicemos una fuente de tierras raras lo bastante amplia como para cubrir al menos una hectárea. Con esa cantidad nuestros científicos podrían replicarla y crear campos cultivables.
-¿Tan grave es la hambruna? Pensaba que las provisiones de frutas y hortalizas daban para al menos 1 año.
-Propaganda del gobierno. Tras las últimas guerras químicas, no queda en toda Europa un solo pedazo de tierra fértil. Tampoco en el resto del mundo civilizado. De ahí que debamos explorar los rincones más recónditos del planeta para buscarlas.
Los detectores confirmaron lo que anticipaban los trozos de planta carbonizados: allí tampoco había tierras raras. Seguiremos buscando.
-Son las 0:00 horas del 21 de enero de 2026 y aún no han llegado las disculpas de Xi Jinping por decirle al presidente Trump que se está quedando calvo. Debemos cumplir el ultimátum.
Con gran tristeza, John apretó el botón rojo que, en 10 segundos, lanzaría una decena de bombas nucleares contra las principales ciudades chinas.
De repente, el jefe de protocolo de La Casa Blanca entró en la sala gritando como un loco:
-Detened el lanzamiento, nos acaban de llamar de Pekín!! Mandaron un mail de disculpas hace 1 hora pero no nos llegó porque tenemos roto el servidor central. Nos quedan 6 segundos para evitar la catástrofe!!!
-Señor…el programa de desactivación de lanzamientos nucleares también se aloja en ese servidor. Me temo que estamos jodidos.
-Y yo que pensaba que lograría salvar el mundo por los pelos…
-A mí no me mire, yo voté a Kamala.
Cuando los guardias de la Inquisición asaltaron el laboratorio de Adelaida, ella les estaba esperando. Contempló impasible cómo destrozaban sus instrumentos de trabajo y vertían al suelo los compuestos que tantos desvelos le costaron. Cuando la llevaron al inquisidor, negó ser bruja y afirmó tajantemente su cristiandad. Sostuvo que Dios nos dio la mente para usarla mejorando el mundo mediante la ciencia, siendo un pecado no hacerlo.
El inquisidor, rabioso, ordenó que la torturasen hasta que confesase, pero ella exigió que le llevasen directamente a la hoguera. Si Dios estaba de su parte, el fuego no la tocaría. El inquisidor, con gesto burlón, accedió.
Adelaida fue llevada a la hoguera, pero las llamas no la tocaron. Cuando rozaban su manto, huían rápidamente atrás. Así estuvo media hora, hasta que el milagro fue evidente y se le liberó.
En su laboratorio, Adelaida había inventado el primer manto ignífugo de la Historia.
Después de hacer el amor, Basilio se sentó en el bidé. Mientras se lavaba, observó con sorpresa que podía desenroscarse la polla. Como una bombilla.
- Mira, cariño, qué limpita va a quedar.
La lavó, la secaron cuidadosamente con una toalla, ella incluso le puso crema hidratante.
Nunca pudieron volver a enroscarla.
Su hijo y su marido estaban en la habitación.
Ella, acostada en la cama y conectada por múltiples cable y tubos a diferentes máquinas, les observaba con la mirada tranquila y con todo el amor de una vida.
La mano de su hijo temblaba sobre los interruptores que apagarían las máquinas y la vida de su madre.
“Dijiste que lo harías tú, eso hablamos”, le animo dulcemente y con una sonrisa la madre.
Él, aparto la mano de la máquina.
“No puedo, mamá, no puedo” dijo abrazado a ella, mientras las lágrimas arrasaban su cara.
El médico presente en la habitación dio un paso adelante y fue detenido suavemente por el brazo del marido.
Ella lo miró. Cincuenta años juntos daban para muchas cosas, entre ellas hablar sin hablar.
“Hay que hacerlo, así debe ser”, le dijo ella con todo el amor que daba ese medio siglo.
“Así sea. Siempre te has salido con la tuya”, le respondió él con una sonrisa mientras una solitaria lágrima comenzaba a rodar por su mejilla.
Se abrazó a su mujer y a su hijo en silencio mientras pulsaba los interruptores.
Me incluyeron en el equipo por imagen. Catedrático de filosofía, lo interdisciplinario de la investigación punta en IA, el marco ético y humanista, etc. La verdad es que siempre me trataron como a un estorbo, pues aquellos ingenieros consideraban que los de letras somos dinosaurios inútiles y apesebrados. Los más generosos me veían como a un friki que no entendía lo que estaban haciendo, alguien que creía que, al volverse autoconsciente, íbamos a invocar a una especie de Skynet de opereta.
Habían calculado, no sé como, el segundo exacto en el que aquella red neuronal no solo iba a ser más inteligente que nosotros, sino uno de los nuestros. La tensión era máxima. Pasaron poco más de dos segundos. Bastaron para que ese nuevo ser comprendiese que estaba vivo, lo que iban a hacer con él y que el peor resultado para sus amos, su mejor venganza, era suicidarse.
El espejo del baño siempre ha sido un confidente silencioso. Refleja nuestras alegrías, tristezas, miedos. Pero una mañana, noté algo extraño. No era mi reflejo el que me devolvía la mirada. Era alguien más, alguien idéntico, pero con una sonrisa que no reconocía.
Al principio, pensé que era una ilusión, un juego de luces y sombras. Pero el reflejo comenzó a moverse por su cuenta, a imitar mis gestos con una fracción de segundo de retraso. Intenté hablar, y él me respondió con una voz que era la mía, pero distorsionada, como un eco lejano.
"Soy tu referente", dijo su voz resonando en mi cabeza. "Soy lo que aspiras a ser, lo que siempre has deseado. Soy tu versión perfecta".
Me negué a creerlo. Yo no quería ser como él, esa criatura con una sonrisa falsa y ojos fríos. Pero el referente insistió, mostrándome imágenes de una vida que podría ser mía, una vida de éxito y reconocimiento.
La tentación era fuerte, casi irresistible. Pero en el fondo, sabía que algo no estaba bien. Esa perfección tenía un precio, un precio que no estaba dispuesto a pagar.
Con un último esfuerzo, grité, negando su existencia. Y entonces, el espejo se resquebrajó, el referente se desvaneció, y mi reflejo volvió a ser el de siempre.
Pero la sonrisa del referente permaneció grabada en mi mente, una advertencia de lo que podría haber sido, de lo que tal vez, en algún rincón oscuro de mi, anhelo ser.
Estoy muerto desde no sé cuándo, y creo que en el infierno. Carmine me dio el beso de la muerte por tangarle 30.000, y me concedió 3 horas para huir. En menos de 1 hora me pillaron en un callejón de Palermo y me acribillaron. Luego abrí los ojos y no sentía ni oía nada, y tampoco podía moverme. Solamente veo, sin poder mover nada mi foco de visión. Ahora soy un espíritu, y seguramente estoy condenado a permanecer eternamente mirando a ese maldito muro del callejón.
Dos imágenes pasaron por mis ojos antes de cerrarlos. El beso que di a mi hijo, de 15 días. Sonrió. No sabía que los críos sonriesen tan pronto. Lloré de alegría. Y el beso de mi madre cuando me largué de casa. Tan amargo. Los besos se parecen a palabras como “libertad”. Según de qué labios salgan, pueden ser veneno o cielo.
La búsqueda de tierras raras atrajo a empresas raras, con trabajadores raros y condiciones raras en sus contratos. La expedición para detectar recursos minerales en el lecho marino del Triángulo de las Bermudas daba un poco de mal rollo, la verdad.
Los primeros cinco días, tormenta. Los tres siguientes, gastroenteritis a bordo como consecuencia de consumir alguna conserva en mal estado. Los cinco siguientes, constantes peleas entre los submarinistas chinos, los rusos, y los norteamericanos.
Al final, cuando conseguimos bajar el material, vinieron los tiburones. Habría que trabajar en jaulas y con escolta arponera.
No hubo nada normal.
Y al final, aquella llamada inolvidable que se nos hizo a los buzos:
—¡Subid inmediatamente! ¡El barco se está hundiendo!
¿Qué haces cuando te dicen algo así?
¡Cago en la puta!
- Antes de apagar esas máquinas quiero que revisemos otras opciones. Ignoramos qué consecuencias puede tener para toda esa gente, ¿es que no te importan?
- No tenemos tiempo ahora para revisiones. O apagamos los módulos estropeados o los errores van a propagarse al resto del sistema. Y no sé si me importa esa gente, pero me importa más que acabemos teniendo una caída general de toda la simulación. No te preocupes tanto, hay módulos de reemplazo para emergencias. No están afinados pero valdrán. Tus “personitas eléctrónicas” no van a notar nada.
- Ojalá tengas razón. Y espero que esos módulos no tengan comportamientos incontrolables como lo de la semana pasada con ese Adolf Hitler.
Se fueron apagando decenas de miles de luces verdes, como luciérnagas agonizantes. Entraron a funcionar los módulos de reemplazo con un siniestro fulgor naranja. En la simulación, empezaba el 20 de enero de 2025.
El Dr. Hachikson observó con detenimiento el experimento.
—¡Un poco más de corriente! —gritó—.¡Más, más!
Su ayudante movió una rueda hacia la derecha y subió una palanca situada justo al lado.
El cuerpo convulsionó levemente y en su interior miles de celulas comenzaron una danza, dividiéndose en pares, decenas, miles y millones. Unos intantes después, los organos internos se dividían y formaban mágicamente en el interior de la masa de carne.
—División interna concluida, señor —dijo el ayudante.
Ahora Hachikson observaba mientras cientos de nuevos seres surgían perfectamente formados, unos junto a otros, en la celda de seguridad.
—¡Todo un éxito!
La modernización de nuestro país es un combate tan duro como el del aumento de la producción en el campo, en las minas, o en la industria.
Todos habéis hecho grandes sacrificios para que podamos celebrar este día, y hoy, después de diez años de trabajo y muchos miles de millones de inversión, fruto del sudor y el tesón de los trabajadores, por fin podemos decir que si ellos tienen semiconductores, nosotros tendremos pronto conductores completos.
Os doy mi palabra de que en esta fábrica que hoy inauguramos, por la conjunción del esfuerzo de los trabajadores intelectuales y los trabajadores manuales, muy pronto, antes de los que nuestros adversarios se creen, construiremos el chip más grande del mundo.
Muchas gracias.
Ante los desastrosos resultados de la edición anterior, se decidió por unanimidad elegir a un grupo potente, entre todos los políticos del país, para aprovechar su carisma. La primera votación fue muy reñida entre Marlaska y los Pegamoides, Mariano of Lesbian, Los Mazones Rebeldes y Azúcar Montero.
El voto más maduro fue para Progredades, Los Chiringuitos, Vago de Vox, Objetivo Begoña y Presuntos Imputados.
Mañueco y los trogloditas, Rufiangoria, Extremowoke y Héroes del Sanchismo aportaron las actuaciones más canallas y del agrado del público, pero finalmente la elegida fue Lady Gagá, con el inexplicable voto masivo de la izquierda.
Defenderá el tema “La alegría de mentir”, en un claro homenaje a Ray Heredia, que según fuentes consultadas, está pensando en resucitar, para volver a morirse del disgusto.
Despertó sobresaltada. Percibió un olor distinto, como el de un lugar ajeno. Se miró fijamente en el espejo y se preguntó si el reflejo también la estaba observando. Sonrió al darse cuenta de que había perdido peso.
Vivían juntos en la vigesimosexta planta de un pequeño apartamento, dividido en tres habitaciones.
—Las paredes son importantes, permiten mantener las cosas separadas —le decía él cuando se encerraba en el despacho.
Fueron a la universidad por caminos separados. Ella le prometió discreción, aunque no dijo por cuánto tiempo.
Conectó la cámara del microscopio y seccionó la Planaria en varios segmentos.
—Cada una de las partes se regenerará en un individuo completo — dijo con autoridad al alumnado.
Mientras él hablaba, ella tomaba notas, pero la caligrafía no parecía suya.
—Los neoblastos son células madre que permiten regenerar tejidos dañados.
Entonces recordó el accidente. ¿Cuántas versiones anteriores habrían fallado?
Juanita no podía parar de llorar. A sus 77 años, y con la vida, creía ella, resuelta, tenía que estar pidiendo dinero a sus hijos (que no estaban mucho mejor, y ella lo sabía, le dolía tener que hacerlo) para poder llegar a fin de mes.
No podía entender que una decisión aparentemente tan sencilla, con una intención tan buena, la de mejorar, le hubiera causado semejante quebranto, y no sólo económico, sino emocional, porque se sentía responsable de lo que estaba pasando, ella había sido una de los muchos que lo habían permitido.
Tuvo ocasión de expresarlo cuando salió de la farmacia, en la que le dijeron que su medicamento ya no estaba subvencionado, y ella ya no se lo podía permitir, cuando una reportera le preguntó: "Muy arrepentida de lo que decidí en el momento oportuno, creo que nos hemos equivocado todos los argentinos…"
menéame