Me incluyeron en el equipo por imagen. Catedrático de filosofía, lo interdisciplinario de la investigación punta en IA, el marco ético y humanista, etc. La verdad es que siempre me trataron como a un estorbo, pues aquellos ingenieros consideraban que los de letras somos dinosaurios inútiles y apesebrados. Los más generosos me veían como a un friki que no entendía lo que estaban haciendo, alguien que creía que, al volverse autoconsciente, íbamos a invocar a una especie de Skynet de opereta.
Habían calculado, no sé como, el segundo exacto en el que aquella red neuronal no solo iba a ser más inteligente que nosotros, sino uno de los nuestros. La tensión era máxima. Pasaron poco más de dos segundos. Bastaron para que ese nuevo ser comprendiese que estaba vivo, lo que iban a hacer con él y que el peor resultado para sus amos, su mejor venganza, era suicidarse.