"Me ofreció dos alternativas. En palabras textuales, 'menos agresivas que la eutanasia', pero que a mí me parecen mucho más agresivas: La primera era dejar de comer hasta que estuviese tan débil que me tuvieran que ingresar y sedarme". Ni siquiera se la planteó. "Uno no sabe cuánto va a aguantar el cuerpo sedado, cuánto va a tener que estar el familiar esperando a que yo termine… Además, creo que sería un sufrimiento estar sin comer hasta ese momento", reflexiona.  
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