El tipo, vecino de Buenos Aires, pedía socorro a grito pelado corriendo de un lado a otro, mientras los sanitarios de una ambulancia que habían sido llamados no daban crédito ante semejante escena. No se sabe de dónde diablos salió y por qué no se quedó en casa ante tamaño despropósito, pero allí estaba: tocándose el culo como un poseso y no por vicio, sino porque tenía un juguete sexual metido hasta el fondo.