Machado cruzó la frontera francesa apenas con lo puesto: un traje de chaqueta desgastado, unas pocas pesetas republicanas que guardaba de su último artículo y un bastón de madera. Era un frío enero de 1939 y dejaba atrás su vida, su carrera y su esperanza. A pesar del cansancio y la extenuación del momento, se atrevía a bromear. Soñaba con una guerra no perdida. Su destierro fue breve: murió el 22 de febrero. Lo amortajaron con una sábana blanca y una bandera republicana. Así fueron sus últimos días.
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