A finales de los años 50 la oficina de diseño OKB-1 de Serguéi Korolyov había logrado la hazaña de lanzar el primer satélite artificial de la historia gracias al misil intercontinental R-7. Pero al mismo tiempo que el Sputnik surcaba los cielos, se diseñaban nuevos cohetes y sistemas que pudiesen mantener la primacía soviética en el espacio.
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