
Clara lleva seis años haciendo la misma ruta. Ahora tiene veintisiete, y sigue decidida a abrir un surco con sus pasos sobre las losas de la acera, sobre el pavimento del hospital. Como las hormigas en el polvo del verano.
Se mira en el espejo y observa que empiezan a aparecer las primeras canas, las primeras arrugas, consecuencia de los horas en vela, de las preocupaciones, de las cobardías sólo contenidas en el último momento. Se mira y sabe que es ella, pero no se reconoce: aún cree que su verdadero rostro es el otro, el de la mujer risueña.
Coge a Alberto de la mano sabiendo que él no lo nota. Lleva seis años en coma, seis años enteros con sus días y sus noches, seis años qué el no ha percibido y ella a ha tenido que contar hora tras hora, hambre tras hambre, pena tras pena.
Era mejor al principio, cuando la zozobra de la duda alejaba la desesperanza, cuando los médicos dudaban aún si podían salvarle la vida. Al final se estabilizó. Se estabilizó demasiado, y Clara recorre los pasillos del hospital sin ir a ninguna parte, las calles sin ir más allá de su casa y del trabajo, su propia casa, su propia cama, sin alejarse más allá de un compás de espera que no afecta a los relojes, porque la vida pasa. Pasa la vida, y pasan las oportunidades, y las esperanzas van cediendo como vigas de madera en una casa agobiada de olor a cerrado, de humedad y de carcoma.
Pasan y pesan sobre todo pesan los años, la vida, los pasos perdidos, los días perdidos, las llamadas perdidas, los regresos a casa en soledad, sobre todo los regresos. Pesan las lágrimas malgastadas en un encierro junto al fantasma de un hombre vivo. ¡Qué tristes son los fantasmas de los vivos!
Y Clara sigue caminando habitación arriba y abajo, afantasmándose ella, escuchando en su cabeza un chirrido de cadenas espectrales: las de su propia juventud, vaporizada, la de su carne fresca, malgastada entre olores de formol, lejía y desinfectante. No le extrañaría ya encontrarse una noche ante el espectro de sí misma, ante el fantasma de los hijos que no ha tenido, ante sus propias mejillas frescas, hoy dolientes, ante un estantigua con su mismo rostro y otro destino. No le extrañaría encontrarse con su propia existencia plena, la que vive en otra parte, la que ríe en otra parte, la que tienen una vida y no una espera.
Vuelve a mirarse y se contempla. ¡Qué tristes son los fantasmas de los vivos!
Es un hora de un exorcismo.
Llovía sobre el epitafio, que amaneció cubierto de agua.
Era un epitafio en bajorrelieve, simbólico en la paradoja de formar su mensaje con la ausencia de la piedra. Todos los cementerios son bajorrelieves: construcciones levantadas con ausencias.
Las flores se apiñaban en torno a la tumba, esperando resignadas al funcionario municipal que las retirase, y entre tanto goteaban con paciencia eterna sobre la sepultura próxima. Algunas, las más frescas, aún no se habían aburrido del trajín de ayudantes, auxiliares y asistentes que arrastraba el juez tras sus pasos, como el séquito de un rey exiliado.
Era la tumba más famosa del cementerio, y la más visitada. Cientos de jóvenes se daban cita cada día ante aquellas pocas letras sin que uno solo se molestase en leerlas, y menos aún en recordarlas. Yo tampoco. Era la tumba de Jim Morrison, en el cementerio de Pere Lachaise, en París, y con eso bastaba.
Jim Morrison era un símbolo, un icono de toda una época, con su propia estética y sus propios mensajes, reinterpretados a cada vuelta de tuerca de las décadas y las corrientes sociales o artísticas.
Desde hacía diez días, la tumba estaba rodeada por una lona que fracasaba constantemente en su tarea de alejar las miradas de los curiosos. La familia del músico había querido trasladar sus restos a América, y al iniciarse los trabajos de exhumación se encontró algo distinto a lo esperado.
No es que hubieran robado su cuerpo, como sucedió con el busto que decoraba su tumba. En esta ocasión era peor que eso: el cadáver estaba allí, pero correspondía a una mujer.
Averiguar cómo había llegado aquella muerta intrusa a la tumba de Jim Morrison había sido la principal preocupación del juez Proudhome, que dirigía ahora los trabajos.
No llegó a descubrirlo, ni creyó que el dinero de los contribuyentes debiera ser empleado en seguir investigando. Se lo había dejado claro a su ayudante, con una frase tan escueta como expresiva: por lo que él sabía, el misterio consistía en que alguien había dado el cambiazo de un yonki por una puta. Sólo eso.
El cadáver que ocupaba la tumba del músico pertenecía a Marie Rose Petit, nacida en Poitiers el ocho de marzo de 1946 y fallecida, como el cantante, el 3 de julio de 1971.
Primero había ejercido la prostitución en un club de moda y finalmente en la calle, donde llegó a una edad más temprana de lo habitual debido a que un accidente de automóvil le desfiguró la cara.
Quedó embarazada e intentó abortar en una clínica ilegal; por alguna razón las cosas se torcieron y los responsables de aquella clínica, o lo que fuera, la abandonaron en la calle. Un transeúnte borracho trató de despertarla a patadas y, al ver que no reaccionaba, avisó a la policía. La encontraron desangrada y no se investigó más.
Habían tenido que pasar treinta y pico años largos para que pudiese saberse lo ocurrido, y sólo porque alguien intercambió su cuerpo con el de un músico desesperado por acabar consigo mismo. Casi cuarenta años: el tiempo suficiente para que prescriba cualquier delito.
—¿Qué hacemos? —preguntó el responsable del cementerio al juez.
—Reunir los restos según lo previsto y enviarlos a América. Que se preocupen allí si quieren —respondió el juez.
—Es una pena —dijo otro—. Era la mejor atracción del cementerio.
—No creo que les importe mucho a los que vienen aquí. Nunca vinieron a ver los huesos, sino un lugar, ¿verdad? No creerán nada de lo que les cuenten y seguirán viniendo igual que hasta ahora —aseguró el juez con una mueca de desprecio.
—No creo —dudó el responsable del cementerio.
—Créalo. La verdad no le importa a nadie: ahí tiene a esa mujer, rodeada treinta años de flores y admiradores. La dejaron morir en la calle, ¿y a quién le importó en su momento? A nadie. ¿Y ahora? Tampoco.
—Ya —acató poco convencido el responsable del cementerio.
El juez sacó sus guantes del bolsillo y comenzó a ponérselos lentamente.
—Además, no hace falta que digan nada.
—¿Y los americanos? ¿qué van a decir los americanos cuando les llegue el cadáver de una mujer?
—Callarán, por supuesto. ¿Qué cree que les importan unos pocos huesos? Lo que quieren es su propia sucursal del circo. Y callarán.
—Pero la verdad...
—Deje en paz a la verdad y no prive a esa pobre chica de sus flores —concluyó el juez antes de dirigirse a la salida.
Era una tarde desierta como un archivo, anquilosada bajo el cielo pálido y polvoriento, desteñido por el ansia de la lluvia: era una de esas tardes desvaídas que parecen anestesias.
De una casa enorme, afianzada sobre la pendiente de la ladera con aplomo de piedras viejas, salió una mujer y se encaminó montaña arriba. Caminaba sin prisa, pero con firmeza, como si quisiera asegurarse a cada paso de que el suelo tendría suficiente consistencia para soportar su peso. En cuanto llegó a la primera curva del sendero, pocos metros más arriba de la casa, miró atrás un instante y esbozó un gesto de despedida que enseguida justificó ajustándose las gafas al puente de la nariz.
La mujer tomó aire y siguió adelante. Llevaba en el rostro las cicatrices de sus dudas como quien lleva una medalla al cuello. Le molestaba jadear cada vez que el camino se empinaba, y no por el esfuerzo, sino por la excesiva consciencia de sí misma que esto suponía. Quería disolverse en la montaña, confundirse con los brezos y los cardos, con la pobre vegetación que se extenuaba en busca de sustento en las grietas de las rocas casi desnudas. Como ella misma.
Todo su cuerpo parecía liviano y transparente, como una gasa que flameara al viento prendida únicamente a unos talones de plomo. Todo en ella era ligereza, o inconsistencia, pero aún así la montaña se resistía a su paso negándose a ser conquistada sin esfuerzo.
Había hecho aquel mismo camino decenas de veces, pero cada vez que una curva o una peña estorbaban la visión del horizonte, la mujer se apresuraba para llegar cuanto antes a aquella meta temporal y volver a tener delante suyo la cima de la montaña. No quería perder de vista aquel escarpe ni un momento. Quería contemplarlo como se mira a un amante desleal, o como se mira a un enemigo que sabemos que guarda un puñal en el bolsillo, aunque no lo haya sacado todavía y de momento nos sonría tratando de inducirnos a que nos confiemos.
Todos los árboles le eran familiares. Todas las señales, infructuosas, que habían trazado varios grupos de senderismo para convertir aquella vereda en ruta turística. Todos los matojos. Todas las huellas de sus propios pasos en el atajo que sólo ella tomaba. Todo lo era demasiado familiar, y a la vez demasiado doloroso de tamizar a través del pensamiento o el recuerdo, como la escayola que hemos llevado tres meses después de un accidente.
Siguió avanzando durante una larga hora, bajo el peso del sol y del cansancio, impulsada sólo por la fuerza de una decisión que ni ella misma conocía.
Se detuvo un momento para coger aire, ya muy cerca de la cima, y pensó, contra su voluntad, si no sería mejor regresar; aún estaba a tiempo.
Pero no había subido allí para pensar. No podía seguir pensando o sería todo inútil. Tenía que limitarse a avanzar, a seguir caminando. Esta vez tenía que conseguirlo. Llegar a lo alto de la montaña. Tenía que conseguirlo. No podía permitirse añadir aquel fracaso a todos los anteriores, como capas de un hojaldre amargo, listo para ser saboreado en cualquier solitaria noche de invierno. Algo tan simple no podía ser como todo lo demás.
Pero nada es simple. La existencia se complica en infinitas ramificaciones, gritando todas, una por una, que cada oportunidad es la última, que un momento después será tarde. Crees que no, pero es cierto: no hay marcha atrás. Sólo se puede avanzar: en la existencia y en la montaña. Sólo avanzar. El barco que pasa se toma o se deja; hay quien dice que hay ocasiones que son como líneas regulares, regresando cada cierto tiempo, pero es mejor desconfiar de las oportunidades que son líneas regulares. Es mejor no fiarse de que mañana volverán y cogerlas cuando pasan. Mañana siempre es tarde para empezar, o para acabar, o para reanudar algo. Mañana siempre es tarde.
Siguió caminando hasta que la cuesta se suavizó de pronto y ante ella quedó sólo una pequeña meseta. Por encima de sus ojos no había nada más que el cielo. Estaba en la cumbre.
A su pies podía contemplar el pueblo, con el pequeño río que tan grande e infranqueable le pareciese en la niñez, y que tan pequeño e infranqueable le parecía ahora. Y las casas, con sus tejados negros, desperdigadas por las lomas como si se hubiesen caído del bolsillo de un coloso negligente, y un rebaño de diminutas hormigas blancas que serían sin duda las ovejas de Genaro, y el cerrado ejército de lanzas verdes de la alameda, y la retorcida cinta negra de la carretera, que aparecía desde la altura maquillada de baches y desconchones. El mundo entero era otro desde allí: todo parecía abarcable y recién salido del molde, listo para una exposición o una sesión de fotografía. La distancia cura hasta los paisajes.
La mujer avanzó lentamente por la meseta hasta el borde, y se sentó en una cornisa de roca peligrosamente inestable, con los pies en el vacío, convirtiendo aquella soberbia roca en el más soberbio trono que pudiera imaginar. Se sentó simplemente a esperar el momento, reina de sí misma por una vez, dispuesta a prolongar par siempre su dominio, a sustraerse de las opiniones y los imperativos ajenos.
Sus ojos brillaban con distinta luz al enfrentase a las nubes, al hacerlas suyas en su iris azulado. No había subido hasta allí elevada por sus piernas, por sus flojas energías; era el amor, la ilusión, la esperanza en un mañana mejor la que la había alzado por encima del suelo, del pedregoso espacio cotidiano de frustraciones y desolación. Aquella era la última vez que iba a ver el pueblo como siempre lo viera. De un modo u otro, todo sería distinto después de aquella tarde. Había subido a presentarse y a despedirse, a mostrarse en su verdadera realidad, a retirar el velo de los condicionantes para ver con otros ojos aquel pequeño rincón del mundo y verse a sí misma hasta comprobar si el hilo de su vida pertenecía o no a aquel tapiz.
Para renacer hay que saber sepultarse o sobrevolar la realidad. Ella estaba tan ahíta ya de barro que eligió el camino de las alturas, de los pájaros que no conocen fronteras, del afecto universal por el mundo y sus criaturas. Del afecto o del absoluto menosprecio a lo ajeno. Tanto daba. Quería ser al fin ella misma y sólo eso.
Para encontrar la verdad hay que desprenderse a veces de todas las costras de conveniencia que han ido acumulándose sobre el cuerpo y sobre el ánimo lo largo de los años. De las cobardías. De las apariencias. De las mentiras que se cuentan a los demás y sobre todo de las mentiras que se cuentan a solas. Sobre todo de esas. Es importante dejar de mentir a solas.
Estaba decidida. Era el momento. Cerró los ojos para contemplar sólo su propio paisaje.
Arrojó primero los zapatos, que rebotaron sin ruido en la espalda de la montaña hasta perderse en el vacío.
No quería más pasos viejos ni más pasos repetidos. No quería más aquellos zapatos que tantas veces la habían extraviado por caminos que otros habían elegido en su lugar.
Luego lanzó también el sombrero, y hasta las gafas, porque allí la vista era el menos importante de los sentidos. Todo lo que necesitaba ver estaba dentro y para eso no necesitaba las gafas.
Una tenue brisa salió de entre las nubes para incitarla a seguir. Ella sonrió y se sacó el jersey por la cabeza, y lo vio luego volar en compañía de los pájaros, como un ave más que celebrara la recuperación de su libertad perdida. Se desabrochó el vestido y siguió con el resto de su ropa hasta quedarse completamente desnuda.
Luego se puso en pie ofreciendo su cuerpo al cielo, arrojó por el abismo todas sus prendas y se contempló en el espejo del vacío. Vio entonces que era hermosa y emprendió, desnuda y descalza, el camino de regreso al pueblo.
Llegó con la piel enrojecida por el sol y los pies desollados por la aspereza del camino, pero no era en sus pies donde sus vecinos clavaban la vista. Ella recogió con avidez sus extrañezas, una a una, y supo que, después de aquello, encontraría al fin las fuerzas que siempre le habían faltado para marcharse del pueblo en busca de una nueva existencia.
El hombre para conocer al Dios verdadero no necesita a las congregaciones, pero las congregaciones siempre necesitanán del hombre para existir.
Hace aproximadamente 3 años que llegué en una situación desesperada a una iglesia, en ella me acogieron, me dieron aliento, me contuvieron y me hicieron presa de una palabra que hasta hoy no se definiría si provenía de Dios.
Siempre amé mi libertad o libre albedrío, como sea que quieran llamarle, el valor más grande que siempre he tenido es conseguir todo lo que me proponía, todo, como solía decir: yo me salgo con la mía. Más en esos 3 años, aunque pude recomponer mi ánimo, no solo perdí todo, sino que también me perdí como persona, perdí mi individualidad, alguna vez una deidad que hasta entonces desconocida, cuya única palabra profética era mi conductor de vida y que me había obligado a reconocer que ese era mi destino final, su voluntad, no la mía.
Moralmente destruida, resignada a tener que obedecer por miedo y aceptar, como nunca lo hice antes, la cachetada del prójimo, poniendo - literalmente - la otra mejilla. Fue entonces que un día de rodillas le dije a ese Dios: Si existes muéstrame la salida. Así fue.
A los dos días llegó a mis manos un libro, uno que temí leer por llevar una verdad llamada por los cristianos: diabólica, una lección sobre como el hombre es libre para atraer a su vida lo que desea, que existe un Dios, pero no amedrenta, no castiga, no toma tu dinero, no te quiere someto, es tu creador y te ama. Ese Dios que no responde a tus necesidades, sino a tu fe. Y se hizo la luz.
Allá afuera existe una verdad, contada por maestros desde tiempos remotos, una verdad explicada en el Kybalion , por Helen Hadsell , por Wayne Dyer y por Lain García Calvo. De todos estos, los últimos son menos polémicos, hoy en día ya no hay persecución por causas de fe, pero en los tiempos del Kybalion o en los de la Inquisición "Santa", se les habría conocido como herejes o brujos. Grabar que en su tiempo se crucifico a quien nos dijo que la verdad nos haría libres. Entonces ¿Qué es la verdad? La verdad es que desde que somos niños somos influenciados a creer conforme la enseñanza y el ejemplo de nuestros padres, esa es la forma en la que interpretamos y otorgamos significado a los episodios y situaciones de nuestra vida, así es como hemos interpretado la biblia.
A nadie jamás se le regalará como primer libro una biblia, puede que si, pero no conozco a nadie, sin embargo, en la vida adulta cuesta entenderla, por supuesto algunos pasajes más que otros, es entonces que por alguna u otra razón, ya sea por costumbre o tradición, acudiendo a una congregación, la que fuera, recibiendo la particular interpretación del predicador en turno.
Es cierto, no podemos decir que todas las congregaciones sean iguales, pero grabamos muchas de ellas con mi madre en la infancia y puedo decir que tienen factores comunes, atrapan tu mente para hacerte creer que no puedes ser tu solo, que con tus fuerzas jamás conseguirás nada, a través de ellos y de tus diezmos alcanzarás tus anhelos, que si caes en desgracia debes aceptar la voluntad de Dios que así lo quiso, que si tuviste un desliz es culpa del enemigo (el diablo), siga orando y venga a la iglesia, tenga temor de desobedecer por que ¡Ay! del que caiga en manos de un Dios vivo, etc., etc., etc.
Se ha usado la biblia, una verdad real, para justificar millones de mentiras.
Tantas veces se ha culpado al enemigo por todo lo malo que nos pasa que siento pena por el pobre diablo.
Para ponernos en contexto, hoy en día de seguro tenemos mil palabras más en nuestro vocabulario que hace mil años, así como un día esos vocablos quijotescos nos hicieron dejar un lado su obra mas representativa, la biblia fue escrita en hebreo, cuando el lenguaje no tenía la evolución de hoy, probablemente parte de su esencia se perdió en las innumerables traducciones. Por ejemplo, cuando Jesús dice que si tu mano es el objeto de pecado, las cortes, no quiere decir que para conectar con Él debas tomar un cuchillo y apartarla de tu cuerpo, quiere decir qué evitas qué es lo que conduce a la acción de pecar
La voluntad de Dios no es aceptar la vida como viene, quiere decir que elijas la vida que desee llevar a cabo viendo el resultado final y agradeciendo por ello, que el como se hará realidad se lo dejes a Dios, porque de una forma u otra lo , esa es la verdadera fe, la convicción de lo que no ve y no llorar de rodillas por 24 horas.
Desde que comencé a estudiar sin limitaciones mentales, sin prejuicios y sin ataduras religiosas y habiéndome alejado de las congregaciones, me volví a tomar mi biblia y entendí se hizo tan claro como la mañana. No es difícil, todos pueden hacerlo, pero nos enseñamos que es aburrido, que es difícil, que no sabemos como.
En esos años cuando siempre tuve todo lo que quise, me di cuenta de una manera u otra se realizaba porque yo creía que así sería, sin dudar, y por supuesto lo lograba, no dependía de congregación alguna. Cuando comencé a delegar mi éxito a las palabras de Dios a través de un predicador, perdí todo, cuando comencé a echarle una culpa al diablo, perdí todo.
No debería ser un grupo de personas manipular sus vidas prometiéndoles una salvación que es específicamente personal, eso también lo dijo cristo, y significa que no es necesario ir a la iglesia todos los domingos, lunes o toda la semana, la salvación es personalmente relacionada a que debes salvar tu mente, por que de ella proporciona los pensamientos y las emociones, y como bien dice una biblia de lo que hay en el corazón habla la boca, por lo tanto, se salva en la mente para no pecar en esencia y mantenga su verdadera conexión con Dios, sin mediaciones, sin pastores, sin congregaciones.
No lo podréis entender. No es el miedo al desastre lo que ofusca nuestra mente, sino el temor a los propios sentimientos, a los despojos mal enterrados de una derrota sin lucha.
¿Qué haremos cuando el verdugo acaricie a nuestra novia y un ascua de memoria nos susurre que hace bien, porque él se lo ganó?, ¿qué le diremos a ella cuando nos mire condescendiente?, ¿a qué dios le rogaremos, mano sobre mano en casa, después de aceptar nuestro destino?
Cualquiera puede perder, pero se rinde sólo el que quiere.
¿Qué nos librará de esta mancha de ceniza sin haber probado el fuego?
Sólo son rumores, sólo palabras transmitidas de boca en boca, de beso en beso, entre transgresión y abandono. Rumor entregado por los labios carnosos de la niñera al mentón bien rasurado del sacerdote; palabra apenas esbozadas que pronunciaban los labios de la esposa fidelísima sobre el pecho del mozo de almacén; secreto confesado por la dependienta al gran doctor. Palabras de olvido, de indigencia moral, de pasión mal reprimida encarnada en liviandad para escapar de su asfixia y extrañar otros temblores.
Esta noche nada puede ser real, ni los abrazos que se prestan ni los ojos que se huyen en la oscuridad mal conseguida de una ciudad en guerra que reluce demasiado. Ya no hay miedo a la aviación, ni se asustan las matronas con los estruendos lejanos de los obuses teutones: vuelve la claridad cuando menos se necesita, cuando todos quisiéramos ser sólo manos para abrazar y cuerpos estremecidos en ese hiriente placer, en la caricia resentida y voluptuosa de los que se odian a sí mismos.
Es la noche en que nadie puede avergonzarse de sus actos, la noche en que nada importa, porque alguien entró en Sevres y se llevó en un gran saco las medidas y los pesos, las barras de platino e iridio con que antes se cuantificaba el mundo, los termómetros, las escalas y las conciencias. La conmoción es demasiado grande para que alguien se preocupe aún por el decoro: cuando se pierde el orgullo se abandona también toda contención, todo recato. Cuando se pierde el orgullo, sólo queda por defender el animal, y el animal humano se debate en el fango, entre espasmos de rabia, semen, saliva y bilis.
Esta noche se perdió la autoridad. Nadie se atreve a mandar, ni sirven las cerraduras, ni existen lugares santos. Esta noche todo vale porque todo perdió valor: los cálices son copas y las banderas son trapos, las leyes cantar de ciego y el vecino anciano una oportunidad de obtener un buen botín sin riesgo y sin esfuerzo. Hoy los lobos son más lobos para el otro. Hoy los otros son infierno, purgatorio y paraíso, sin lindes que los separen.
Esta noche corre el fuego, entre los ladrillos de las esquinas, desgastados por el roce de los carros, entre los adoquines demasiado pulidos y los látigos de los cocheros. Esta noche corre el fuego, entre las prostitutas que no lo son, porque el naufragio todo lo iguala, y los clientes que no pagan, y los chulos que se miran los nudillos entre copa y copa, entre cerveza y cerveza, entre la espuma derrotada de su arrogancia de ayer.
Esta noche la ciudad aguarda, como un muchacho en posición de firmes al que se la ha prometido una bofetada. Y sabe que el golpe llegará, pero el profesor camina en torno a él, apostrofando su falta; a veces se detiene y mira cara a cara al alumno, pero espera. Prefiere esperar. Sigue con su clase y entre explicación y explicación vuelve a pasar al lado del muchacho, y lo hará hasta que la bofetada sea recibida con alivio.
Esta noche el enemigo espera fuera, celebrando su victoria y preparando el desfile del día siguiente. Hace días que aguarda en los arrabales, en los castillos y en los palacios, en las fértiles landas donde cazaban los reyes y se reunían los jacobinos. Espera porque sabe que ha vencido sin luchar y que no hay ninguna prisa para tomar posesión de lo que se entrega con mansedumbre. Espera porque se siente amo y no sólo vencedor. No habrá fusiles en las ventanas, ni trampas en los recodos. No habrá más granadas que las que vendan los fruteros ni más luchas cuerpo a cuerpo que las libradas entre las sábanas de los que se cobren el botín. Habrá fotografías y desfiles, y paseos junto al Sena, y un gobierno de agua con gas para reírles las gracias y ejecutarles los muertos. Y treinta o cuarenta judas por cada triste partisano que quiera sacudirse el yugo.
¿Para qué darse prisa?
París es ciudad abierta. Una ciudad que los suyos entregamos sin defender. París no es siquiera una ciudad mártir, ni una ciudad derrotada, ni una víctima de la guerra. Es ciudad abierta, madre entregada, novia vendida, botín graciosamente ofrecido. Regalo y no conquista.
París es ciudad abierta porque prefirió ser ramera antes que matrona despeinada.
Sobre las tablas ennegrecidas del salón bailan abrazados el joyero y la modista, el locutor de ojos enrojecidos y la pálida maestra de latín. Bailan como bailaron siglos antes las víctimas de la peste y los feriantes hambrientos.
Un aragonés republicano, empapado hasta las cejas de vino, baraja sus documentos sobre la mesa sin hule arrumbada en una esquina. Tuvo que marchar de España, y no sabe adónde irá. Al infierno si es que existe, y si no a fundarlo de una vez, que buena falta va haciendo. Con los párpados cargados por el sueño y el alcohol mira a su alrededor mientras recuerda su tierra, y piensa que en España no hay ciudades abiertas, como no sea en canal. Recuerda entonces en la voz de un maestro viejo y mal afeitado una frase de Galdós: Zaragoza no se rinde. La recuerda palabra por palabra, y peleando dignamente con la borrachera consigue ponerse en pie:
—Y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que París sí que se rinde, y sin disparar un tiro.. ¡Porque París no es Zaragoza, hostia! —grita antes de caer de bruces sobre la mesa.
Yalo han dicho. Ya no es pensamiento oculto espesándose entre las vigas hasta apagar los candiles.
Ya lo han dicho, pero nadie escucha. Todos bailan.
El tabernero con la esposa del banquero. El abogado con la niñera.
Todos bailan a la espera de la bofetada.
Nadie dormirá esta noche. Despiertos, soñaremos todos con que no amanezca.
Los presagios no existen: te equivocas, hijo mío, al juzgar como importantes las penurias que te acucian.
Nada está escrito que no pueda enmendarse. No hay palabra tan solemne que esté expuesta a un tachón, ni pergamino tan sagrado que no pueda rasparse.
Los presagios no existen: no te asustes al ver otros ojos mirándote desde el espejo, ni cuando distingas nubes en el lago en días de cielo despejado. Lo incomprensible está fuera de toda norma, de toda regla, de toda ley incluso, y si has de ser grande deberás amar la trasgresión; más aún, la ausencia de ella por falta de imperativo que esté a tu altura. La desobediencia será tu marca, también tu estigma, y habrás de servirte de ella sin permitirte nunca ser su víctima, porque habrá también ocasiones en que te mandarán lo mismo que te conviene, y entonces serás dócil.
Ningún daño ha de causarte mostrar un rostro amable; antes bien, procura mantener siempre tu sonrisa tan a mano como tu daga.
No temas el poder de tu enemigo, de ningún enemigo, porque podrás hacer tuya su energía si hallas el valor preciso para enfrentarle. Y no busques adversarios miserables aunque sean numerosos, porque tu gloria será la suya, invariablemente la suya, y no hay renombre alguno en aplastar un hormiguero.
Mira al pasado conmigo y guarda cuanto aprendas para el día, no lejano, en que todos los consejos sean pocos.
Al principio de los tiempos, cuando eran ya todas las criaturas pero aún no tenían consciencia de sí mismas, un grupo de ángeles se rebeló contra Attá y hubo una gran batalla en la que triunfaron los del Creador, aunque muchos murieron en ambos bandos, porque la Muerte no sabe de facciones cuando ve llegada la hora de su cosecha. Entonces Osimén, príncipe de los ángeles fieles, preguntó a Attá:
—Dime, oh Attá, ¿por qué contemplaste la batalla sin intervenir en ella?, ¿por qué dejaste que murieran tantos de los que te aman cuando un gesto tuyo hubiera bastado para destruir a los que reniegan de tu Santo Nombre?
Y Attá contestó:
—Porque si yo intervengo, ¿cuál sería la razón de tu existencia, capitán de mi guardia? Cada ser y cada cosa deben servir a la consumación de su destino. Cada vida debe servir a su muerte como cada vasallo ha de servir a su señor siendo vasallo y cada señor a su vasallo siendo señor, porque ninguno podría consumar su destino sin el otro y su paso por el mundo quedaría vacío.
Pero Osimén preguntó:
—Si tu sabías de la rebelión, porque tú todo lo sabes, ¿por qué no cambiaste el Destino para que la paz reinara y pudieran vivir los míos?
Y Attá contestó:
—Porque en un mundo en paz no habría destinos que cumplir, sino sólo diferentes modos de crecer y envejecer, y sería así hasta que el Universo entero fuera tan grande y tan viejo que ya no pudiera soportarse a sí mismo. Si la paz reinara siempre no podría existir el sentimiento y la vida se reduciría a un triste arrastrarse por el mundo. El sentimiento es el mayor regalo que yo he hecho a mis hijos, y para que haya sentimiento es necesario que exista también el dolor, igual que para que haya día es necesario que exista también la noche, por triste y oscura que pueda parecer a veces. Por eso no hay paz: por eso murieron los tuyos, que antes que tuyos fueron míos, aún lo son y lo serán para siempre. No te inquietes por las cosas que están más allá de tu alcance, pues la ignorancia es también como la noche que hace más deliciosa la llegada de la luz del conocimiento.
Osimén se inclinó ante Attá y se retiró, pero en su corazón había germinado la semilla de la duda. Y con el tiempo esa semilla creció hasta ser tan evidente que Attá no pudo fingir por más tiempo no verla y llamó a Osimén a su presencia.
—Dime Osimén, capitán de mi guardia, ¿qué es lo que se agita en tu pecho que tanta quietud te roba?
—Es la guerra, que aún persiste, mi Señor. Los renegados siguen extendiéndose: muchas criaturas nobles han sido seducidas por sus inquinas y se han unido a ellos en la rebelión contra ti. Nuestras fuerzas son muy superiores, pero no podemos vencerlos completamente porque son iguales a nosotros y todo lo que somos capaces de pensar lo han pensado también ellos. Además, cuando mueren, queda libre su espíritu para seguir causando daño. ¿Por qué cuando mueren los míos no permanece ningún espíritu?
Attá respondió:
—No envidies a los renegados viendo crecer su número. La simiente del mal es miserable y por eso da ciento por uno allá donde cae, pero a la semilla del bien cualquier viento la malogra. Cuando muere una de las criaturas que me sirven no permanece nada porque su espíritu viene a unirse conmigo para gozar de mi grandeza, pero cuando muere uno de los que me niegan, su espíritu no puede unirse al mío y debe marchar errante para siempre, porque no hay alternativa a mí. Por eso, no envidies a los renegados, que son más causa de lástima que de envidia. Pero dime, ¿qué más hay en ti, alimentando esas dudas?
—Sí, mi Señor, hay algo más. No puedo comprender por qué dejas que siga esta guerra que tanto dolor nos causa a todos; no puedo comprender por qué creas a tus hijos para hacerlos morir luego en una guerra que conocías de antemano y no quieres impedir. No veo sentido a todo esto.
Y Attá, comprensivo, respondió:
—Todas las criaturas nacen y mueren para cumplir su papel en una gran obra, mucho más grande que la suma de todas ellas. Todas cumplen su destino para que se cumpla el Destino del Universo, y así todo siga su propio curso.
Pero las dudas no se apagaron por completo en el corazón de Osimén y una última pregunta brotó de sus labios:
—¿Y cual es mi destino, Señor?
Attá sonrió ante la facilidad con que el capitán de su guardia le hacía una pregunta tan importante, y con suave voz le respondió:
—Servirme siendo el más grande de los que luchan por mi Nombre, el más fuerte e infatigable de los míos, y también el que más alta gloria alcance en mi corazón cuando llegue el momento.
Entonces Osimén se adelantó, y alzando los brazos dijo:
—Pues Señor, yo he roto el Destino, porque ya no te serviré más. Allí donde tú pongas un camino inevitable, yo te saldré al paso con un desvío; allí donde tú pongas un muro infranqueable, pondré yo una brecha; allí donde tú pongas un océano, yo pondré una balsa; allí donde tú pongas montañas, pondré yo desfiladeros; allí donde tú pongas desiertos, yo pondré oasis, y de este modo siempre habrá quien pueda salirse de tus caminos, franquear tus muros, vadear tus océanos, cruzar tus montañas y atravesar tus desiertos, porque yo quiero que las criaturas del Universo sirvan a su propia libertad y no al cumplimiento de ningún Destino, ni siquiera el que tú impongas, oh Attá. Los seres del Universo serán libres, porque siempre habrá una rendija para que entre la esperanza mientras yo exista, y existiré para siempre, porque no quiero unirme a ti. Y los destinos que yo quiebre quebrarán otros destinos hasta que la Fatalidad entera salte en pedazos.
Y dicho esto, Osimén se retiró de la presencia de Attá y se fue con todos los que quisieron seguirle.
Así fue como empezó la segunda rebelión, la de los Inesperados, que ni siquiera Attá había previsto.
Ellos son los que prestan su fuerza a los que tratan de escapar de una vida en la que nada esté en manos del azar, y así lo harán hasta que no haya un sólo ser aprisionado en la trama del Divino Dramaturgo, porque si suyo es el poder de escribir el Libro, nuestra es la potestad de hacer borrones.
Y ahora que conoces la historia, dime tú, amado discípulo mío, quién es en verdad el Todopoderoso.
En noches perpetuas de blancos colmillos
danzaron los sueños de tu juventud
boleros de llanto, mazurcas de miedo
al ritmo mellado de un cielo voraz.
Olvida conmigo aquel tiempo marchito
enlaza mi mano y siente este vals.
Quizás las palabras no tengan sentido
quizás el crujido del viejo temor
crepite en tus ojos, tus brazos, tu vientre
atando al silencio la luz de tus pies.
Bailemos ahora y muramos después.
Un vals de promesas que a nadie le importan,
un vals de almanaques sin tierra y sin voz,
el vals de las años perdidos en guerras
sin paz, sin victoria, sin patria y sin dios.
Bailemos heridos de púrpuras sombras
en círculos locos, elipses de amor,
bailemos el vals de los viejos salones
sepulcros vacíos, pirámides huecas
llorando los huesos de su faraón.
Bailemos por todo lo que se perdió.
Y si hay todavía eternos retornos,
albures perpetuos o bucles sin fin
traeremos a lomos de este melodía
los años cautivos en Siempre Jamás
que ya sólo esperan para rebelarse
el son de tus pasos bailando este vals.
Gaspar González no solía aceptar aquella clase de encargos, pero esta vez no pudo menos: una voz interior le decía que el artista que sólo tiene obras en los museos es poco menos que una especie protegida, en vías de extinción.
Por eso, cuando la Sociedad Mariana se dirigió a él para pedirle una inmaculada concepción que coronase el nuevo santuario, respondió que la haría. Ni siquiera preguntó lo que pensaban pagarle por el trabajo.
La Sociedad Mariana tampoco le preguntó lo que quería cobrar: diez días después, Gaspar González estaba ya en las canteras de mármol eligiendo el bloque adecuado.
Luego se pasó dos meses bocetando sobre el papel la figura que quería tallar. Y otro más moldeando en arcilla una prueba.
Cuando hubo concluido estos preliminares, se lanzó al trabajo con furia. Con verdadera pasión.
Talló en primer lugar los demonios del pecado, retorciéndose de dolor al ser pisoteados. Luego la luna, de escondida semejanza a un alfanje musulmán.
Con todo el cuidado pasó luego a dar forma a los pies, y a los pliegues de la túnica. Y luego al torso, y a los brazos. Cuando llegó a la cabeza estaba ya perdidamente enamorado de aquella mujer sin rostro.
Revisó durante semanas cientos de facciones femeninas, y sólo cuando logró fundir la perfección de todas ellas en su mente se atrevió a esculpir la cabeza de la inmaculada.
No le pondría corona alguna: la única corona sería su belleza.
Era el momento de llamar a la Sociedad Mariana para comunicarles que el encargo estaba terminado. Pero Gaspar González no se atrevía a descolgar el teléfono. Ni a acercarse a él siquiera, por miedo a que fueran ellos los que llamasen para arrebatarle a su adorada.
Día tras día acariciaba las gráciles formas, doliéndose ya del momento en que tendría que separarse de ella para que la colocaran en lo alto de un enorme retablo, a treinta metros de altura. La acariciaba como si cada hora fuese la última, antes de que se volviera para él tan inalcanzable como la auténtica madre de Dios.
Cuando al fin venció el plazo, pasaron a recoger la imagen los representantes de la Sociedad Mariana. Gaspar González no pudo evitar despedirse de ella con lágrimas.
Todo el mundo alabó su obra, pero aquellas felicitaciones le sabían al artista sólo a derrota.
Entonces un día oyó decir que la estatua se estaba deformando y acudió alarmado a la basílica.
Efectivamente: para estupor suyo, Gaspar González pudo comprobar que el vientre de la inmaculada se estaba hinchando.
Y pasó el tiempo, y el vientre se abultó aún más.
Y cuando llegó el día de la inauguración de la basílica, los miles de feligreses que asistieron al acto alternaron su mirada entre el prominente vientre de la imagen y el rostro del escultor.
Gaspar González no pudo resistirlo. Antes de que acabara la misa salió de la basílica, seguido por miles de miradas y murmullos, cada vez más insistentes.
Fue a su taller y se colgó de una viga del techo.
No pudo menos.
Nunca escribí esta historia y como ya, por motivos más que obvios, esta historia no tienen ningún sentido, comparto con vosotros las notas que suelo hacer antes de encarar un proyecto tan lento y duro como escribir un tocho de futuro incierto (que se publique, claro). Son notas internas, no esperéis prosa elaborada ni nada parecido. Algunas notas, no todas, el resto son datos y documentación aburrida. Os garantizo que la fecha de las notas es la correcta: 2009.
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2080.- Primera víctima reconocida del virus HBHV-234, también llamado enfermedad de Bulgan (ciudad de Mongolia), ya que los vectores epidemiológicos trazaban hasta allí y posiblemente hasta el jerbo de Mongolia, éste último dato sin confirmar a día de hoy.
2085.- El virus se ha extendido por toda Asia, aún sin saber cómo ha dado el salto al contagio aéreo y a afectar sólo a las mujeres de la especie humana, se registran algunos casos en hombres, para los que se descubre un tratamiento que hace que la enfermedad no termine de desarrolarse y se convierte en una enfermedad crónica, con asma, gripes continuadas, y problemas renales.
Ese mismo año se intenta “blindar” Europa, América, Australia y parte de Oceanía. Sin éxito. El virus viaja en el aire y en las gotas de lluvia.
2086.- Se descubre que el virus tiene dos formas de contagio a humanos, vías respiratorias y a través de la piel. El número de mujeres que fallecen aumenta exponencialmente.
2087.- Un tercio de las mujeres de Asia muere en breves semanas tras el contagio. El virus muta de nuevo y se crea una cepa más virulenta que produce hematemesis (expulsión de sangre por la boca, en forma de vómito.)
2090.- El virus se extiende por Europa, América y Australia.
2095.- Se envía una expedición de mujeres a la estación espacial, terminada hace muchos años. Se las llama “Las 12 elegidas”. Graves disturbios en todo el mundo que terminan desencadenando en el comienzo de las Guerras Suicidas.
2110.- Finalizan las Guerras con un planeta diezmado y la sociedad –sólo de hombres ahora- intenta recomponer lo posible de los restos que quedan. En esos años fue destruida la estación espacial y por tanto la única vía posible de continuidad de la especia. Nueva China informa que su base secreta submarina con mujeres ha fracasado debido a fallos en el sistema de reclicaje de agua. Murieron 120 mujeres. Rusia confirma la muerte natural de su colonia oculta bajo los hielos de Siberia, 40 mujeres y las 24 hijas de éstas a la edad de la pubertad. En una isla perdida de la micronesia muere la última mujer Nahnm Warkis, víctima de la enfermedad.
2126.- Concluye la creación del primer ser humano (hombre) mezclando genes masculinos. Su nombre: Adam. Se consiguió crear en úteros mecánicos seres humanos de nuevo, recombinando adn sólo de hombre. Un logro y una desgracia a la vez. Matizar.
2127.- Se crea el banco mundial de ADN de varones de la especie. En las cámaras de seguridad repartidas por todo el mundo, se guardan congelados, materiales genéticos de mujeres (por si se encuentra una cura en un futuro) contaminadas con el virus, y esperando una cura para poder volver a crear una sociedad hombre-mujer.
2129.- La sociedad aumenta con hombres creados en laboratorio. Se plantea un debate filosófico y social sobre las sociedades hombre-mujer y el futuro de la Humanidad construida sobre la base de mezclas genéticas de varones de la especie.
2130.- Se crea una mujer en los laboratorios. Parece que sobrevive a la adolescencia. Esperanza mezclada con miedo.
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4 de febrero de 2023. Hace 3 meses que los aero taxis de conducción autónoma son una realidad y operan con relativa normalidad. Son vehículos sin conductor que sólo necesitan saber dos cosas para hacer su trabajo: dónde te tienen que recoger y a dónde quieres ir. Y lo mejor de todo es que te llevan volando.
El aero taxi con número de licencia 8473974949A, al que por comodidad llamaremos TAXI A, viaja un hombre barbudo, flaco y con aspecto de vagabundo, cuyo nombre no es relevante, y al que por comodidad llamaremos EL BARBUDO.
A una distancia de 1 kilómetro y 400 metros y avanzando en la misma dirección pero sentido contrario, se acerca el TAXI B, cuya ocupante es una joven promesa del sector bancario con un ligerísimo sobrepeso que se esfuerza en disimular. A esta ocupante la llamaremos LA PROMESA.
La probabilidad de que dos aero taxis de estas características sufran una parada de motor simultánea en el mismo tramo de autovía volante es de una entre 2 billones. Así que se puede decir que les tocó la lotería, pero la mala, porque esto es exactamente lo que sucedió.
El Sistema Aútonomo de Control de Tráfico Aéreo, al que llamaremos por su siglas SACTA, registró automáticamente la incidencia y 0,0000000001 segundos después lanzó un dron autónomo de rescate para que salvase a uno de los aero taxis. Y ese era el problema, que sólo podía salvar a uno, ya que el sistema de rescate estaba diseñado con una relación coste-eficiencia que dejaba un suceso tan improbable como este muy lejos de sus parámetros.
Así que el DRON alcanzó velocidad supersónica en 0,3 segundos según trayectoria de intercepción calculada por SACTA y se lanzó en pos del TAXI B, ocupado por LA PROMESA.
Mientras tanto, EL BARBUDO había entrado en pánico a la vez que experimentaba una notable ingravidez, fruto de la caída libre de su nave.
Continuará...
Hermógenes se pegó un tiro cuando supo que su mujer se iba con otro. Con un hombre casado además.
En realidad no fue todo tan rápido: llevaba siete años casado con Helena y todo iba bien, o eso le parecía a él. No tenían hijos y ella a veces se entristecía pensando en un futuro demasiado sosegado y demasiado silencioso, pero encontraban el uno en el otro el apoyo necesario para sobrellevar las pequeñas cargas de cada día sin temer demasiado al calendario.
Todo era armónico. No eran ricos pero llegaban a fin de mes sin apreturas. Se acatarraban de cuando en vez pero no padecían peores enfermedades. Discutían lo bastante para no aburrirse pero no tanto como para irritar a los vecinos.
Todo iba bien, pero falló algo.
Nunca supo cómo conoció ella a Ulises. Ulises vivía en un ciudad a doscientos kilómetros de la suya y era médico pediatra. Probablemente se cruzaron en un foro de internet, o en alguno de esos lugares donde las frustraciones y los deseos de todos se rozan un microinstante en el espacio antes de reaparecer en otra pantalla en cualquier lugar del mundo. Y si los elementos químicos se combinaron por azar hasta llegar a formar la vida, ¿por qué no iban a combinarse entre sí las ideas, los miedos y las esperanzas hasta crear nuevas formas de consciencia?
Tuvo que ser eso. Otra cosa era imposible.
Hermógenes se resignó al abandono de Helena, hizo las maletas y se presentó en casa de Ulises, sabiendo que él no estaría. Lo recibió Andrea, la esposa abandonada, y compartieron la tarde intercambiando amarguras, soledades y orgullos maltrechos.
Antes de irse, Hermógenes le propuso a Andrea que se fuera a vivir con él. No podía ser de otro modo.
Andrea se negó escandalizada y Hermógenes no pudo entenderlo. Para él, aquello era peor que la quiebra de los pilares del mundo: era la destrucción de todo lo que era y todo aquello en lo que creía.
Por eso escribió una carta contando lo que le había sucedido y se pegó un tiro.
Sus amigos de la Sociedad Matemática sufragaron su lápida, grabada con unas pocas palabras:
HERMÓGENES
(1968 - 2009)
BIYECTIVO
Según hemos podido saber, la persona que se precipitó desde la azotea de nuestra redacción responde a las iniciales JCB y tiene 37 años. En estos momentos está siendo operado en el Hospital Martínez de Lesma, donde fue trasladado de urgencia en estado crítico. La extraña circunstancia de que cayese al vacío con el casco puesto parece que ha bastado para salvar, de momento, su vida, aunque aún es pronto para pronosticar el desenlace de este incidente. Varios agentes de Policía se han personado ya en esta redacción para recabar más datos.
Ampliaremos la información a medida que conozcamos más datos.
Subscríbase a Prensa Nueva News. Siempre al servicio de la noticia.
Santiago Luna lee la noticia en su móvil como quien se informa de un diagnóstico funesto. Cáncer de glande, hay que joderse. ¿Cómo es posible que el hijoputa no se matara? Hay ratas que tienen un león como ángel de la guarda: otra cosa no se explica.
El encargo parecía fácil: echar mano a un mensajero, desvalijarlo a punta de pistola y embarcar hacia donde le dijeran con lo que llevase el tipo aquel. Lo que fuese. Un pendrive o una pizza: lo que fuese. Cogía el contenido, recogía los billetes donde le ordenasen y se iba a Barajas a tomar el avión que los billetes indicaran, daba igual si a Caracas, a Moscú o a Estambul. Lo mejor de cumplir órdenes es que, cuando te levantas de la taza del water por la mañana, puedes dejar que el cerebro se quede allí cagando, tranquilamente. No lo necesitas para nada.
Fácil. Sin riesgos.
Los cojones.
A los sicarios del cine no se le ponen los semáforos en rojo mientras la moto perseguida sigue avanzando entre la fila de coches atascados. Los sicarios del cine siempre encuentran, a la primera, un sitio libre para aparcar cerca de donde tienen que hacer el trabajo. Y no aparques en doble fila porque, si te pillan, encima te corta los huevos tu jefe. Y con razón. Por mequetrefe.
A Luna le había costado no perder a su presa. De hecho, perdió a la presa, aunque consiguió localizar la moto, esquinada de cualquier modo entre dos plazas de minusválidos. Putos minusválidos. ¿Por qué mierda se le reserva plaza un cojo pero no a un ciego? Sería cojonudo que existieran plazas de aparcamiento reservadas para ciegos, se dijo Luna a sí mismo, intentando espantar el mal humor. No tardarían en crearlas.
-Plazas para ciegos y rotondas para bizcos. Cago en la hostia -masculló mientras pulsaba el botón de llamada. Había que llamar a Alfaro, aunque le apeteciese tanto como una colonoscopia.
-¿Lo tienes? -preguntó Alfaro a los tres timbrazos.
-Ha habido problemas, jefe...
-O sea que no has sido capaz de echar mano a un puto mensajero...
-Es como si me deja en medio del campo, con un BMW, y me pide atrapar a a una liebre. No es tan fácil. En primer lugar....
-¡No quiero saber por qué fallaste! - lo interrumpió Alfaro-. Quiero que aparezca lo mío.
Luna mascó un inexistente chicle antes de responder. Un chicle con sabor a alpargata, más o menos.
-Le eché mano en el portal y lo subí en el ascensor hasta la azotea. Allí hablamos un rato hasta que se cayó. Pero ha sobrevivido.
Alfaro dedicó medio minuto a dejar que su subordinado saborease su propio páncreas. Sus silencios, según decían, sonaban a panteón.
-O sea que, si lo he entendido bien, el paquete se ha perdido y el mensajero no puede hablar, de momento.
Luna carraspeó.
-Ya habló. Entregó dos paquetes en el edificio. Uno en un despacho de abogados y otro en la redacción de un periódico de tercera fila. Luego intenté quitarle algo que llevaba en la mano y se puso violento. No quería tirarlo para abajo. Fue un puto accidente.
-Dos paquetes en la misma dirección... Me dices... ¿He oído bien?
-Hasta los perros tienen un día de suerte, jefe.
-Pues no es el tuyo -aseguró Alfaro.
-Ya me hago idea. Si me dice lo que buscamos, a lo mejor puedo intentar recuperar el paquete.
-Una llave. Una pequeña. La llave de una consigna en el aeropuerto.
-Me haré con ella. No paró antes en ningún otro sitio. Puede que aún le quedasen más paquetes por repartir. Le voy a echar un vistazo a la moto -intentó congraciarse Luna, que acababa de tener la idea, acuciado por el miedo. El miedo es un lubricante insuperable para los cerebros atascados.
Alfaro chasqueó la lengua.
-Si se puso violento es que algo sabía. No era un mensajero cualquiera. Voy a ver qué puedo averiguar de él.
-Lo acaban de ingresar en el Martínez de Lesma -aportó Luna, recordando el breve del periódico.
-¡Busca la puta llave! -se despidió Alfaro.
-Sí, jefe- respondió Luna a la nada, que siempre es un interlocutor agradecido.
Continúa en estado crítico el mensajero precipitado desde la azotea de esta redacción. Los médicos han conseguido estabilizar sus constantes, pero sigue pendiente de varias operaciones por múltiples fracturas. Seguiremos informando de su estado.
Subscríbase a Prensa Nueva News. Siempre al servicio de la noticia.
Dos figuras silenciosas flanquean la cama de Julián Cortina, evaluando daños, sumando pronósticos, dividiendo atrocidades, tratando de esquivar una filamentosa y residual conciencia de estar reparando un ser humano, vivo, en lugar de una máquina, una turbia sensación que no se termina de apagar del todo con los años.
Gámez repasa el informe concentrado en no olvidar nada importante, mientras Nuria corrige el ritmo de los goteros, rompiendo el metódico silencio con una cadencia episódica de plásticos que crujen.
Por más que los números cuadren, Gámez se rinde ante la ironía de tanta combinatoria funesta, mientras observa con una prófuga decepción lo mal que contiene el pijama las nalgas de su compañera.
- Parece estable, pero tiene muchos frentes abiertos. ¿ Hoy tampoco hay familiar para informar ?
- No ha venido nadie, aparte de la policía. Como no llamemos a su ex...
- Legalmente no podemos, ya te lo he dicho. No os estudiáis estas cosas, y luego queréis prescribir.
Nuria fingió una mueca irónica condescendiente, a la vez que imaginaba a su compañero muy seriamente empalado con una escoba.
- Le dejamos el antibiótico, y la sedación hasta que pase el anestesista. Voy a ver al de la trece.
Luna observó al doctor marchándose ensimismado, y esperó a que saliera también la enfermera, fingiendo ajustar el freno de una silla de ruedas. Vestirse de celador era a la vez sencillo y una cierta excentricidad profesional, sabiendo como sabía que a esas horas podía pasearse vestido de Mary Poppins sin que nadie le preguntase nada. Pero joder, algunas cosas hay que hacerlas bien. Un novato no sabría que los celadores se comparten entre plantas y es más difícil que a alguien le extrañe ver personal desconocido en la suya, como sucedería si hubiera elegido pasar por médico o enfermero. Qué coño, un profano se hubiera disfrazado de "señor de la limpieza", que canta más que Ozores vestido de flamenca.
Mascullaba estos sinsabores de profesión mientras rebuscaba en las taquillas y en la mesilla, con una entrenadísima tranquilidad, que le hacía permanecer fácilmente en la normalidad ante cualquier imprevisto. Casi sentía que era otro profesional más haciendo su trabajo, igual de justificadamente que el resto del hospital, como si su rol estuviera previsto en la orquesta de la sociedad, y eso le daba mucha credibilidad a su personaje.
Nada.
Ni en la basura del baño, ni entre las jambas metálicas de la ventana, ni detrás del espejo.
Su semblante parecía ensayar caras estoicas y solemnes ante la previsible reacción de Alfaro, pero breves espasmos del cigomático le traicionaban, arrugándole la boca y la nariz, mientras recordaba la cara de gilipollas que se le quedó cuando miraba cómo los municipales se llevaban la moto, por estar mal aparcada.
Puta vida, y puto mensajero saltimbanqui.
Le puso las manos en el cuello mientras se mordía inconscientemente el labio inferior, pero vaciló un momento, y respiró hondo mirando hacia la puerta, y otra vez al mensajero. Apartó las manos, de costumbre firmes y habituadas a ejecutar sin paliativos.
Seguramente no merecía la pena. El infeliz tenía la mandíbula rota en tres partes, y si lograba salir de esta él ya estaría muy lejos.
En algún país desdibujado.
O muerto.
Juan Antonio se despertó de golpe. Abrió los ojos y se quedó unos segundos hipnotizado por el movimiento de las aspas del ventilador de techo.
Lentamente intentó reincorporarse pero le resultaba muy laborioso. Sus movimientos eran torpes y bruscos. Comenzó a retorcerse y al hacerlo le dio una patada a un cojín que tenia a sus pies, que cayó junto con la Biblia.
Aquel sonido seco alertó a Paula, que se dio prisa y apareció de inmediato en la habitación.
- ¡Buenos días cariño! Aquí tienes tu desayuno corazón, le dijo, arrastrando la z y convirtiéndola en una s alargada y sonora.
Él la miró fijamente a los ojos con cara de estupor. Intentó decirle algo pero no le salieron las palabras.
De golpe le vinieron a la memoria ráfagas, recuerdos de la noche anterior.
Se acordó de que tocaron el y su colega al timbre de aquella casa en los bajos de un edificio a medio derruir. Ella les invitó a entrar, sin duda le pareció una chica graciosa y amable. Estuvieron un rato hablando de la llegada del Señor. Él le preguntó a ella si estaba preparada para la inminente venida y ella les contestó que si, que lo estaba, que estaba ampliamente preparada.
Les ofreció un té con galletas a ambos, lo bebieron lentamente mientras discutían acerca de cual de los cuatro jinetes del Apocalipsis les parecía más interesante. Cuando él iba a dar su opinión acerca del corcel bermejo del jinete de la victoria, se le cayó la taza de las manos. De repente todo se volvió nebuloso y desde ese momento no recuerda nada.
- ¿Y mi colega? ¿Dónde esta mi colega? Se preguntó a si mismo con desesperación. Su respiración comenzó a agitarse, quería preguntarle tantas cosas pero le resultaba imposible articular palabra alguna. No paraba de mirar fijamente a los ojos de la chica, intentando hacer una conexión visual.
Pero la verborrea de ésta le impedía concentrarse en ningún pensamiento. La chica no paraba de hablar. De cuales serían los planes para ese día, para la semana y para el mes. De que vestido elegiría para la boda, de cuantos serían los invitados, quien organizaría el banquete. Parecía muy ensimismada en sus elucubraciones.
Quería gritar pero no podía, juntó aire en sus pulmones y en cuanto le permitieron hacerlo soltó un grito de alarido, de desesperación, interrumpido abruptamente por una almohada que se dirigió hacia su boca.
Lo siguiente fue el silencio. Y se quedó dormido otra vez mientras Paula no dejaba de mirarlo con cara de embobada.
Personajes:
EUFRASIO, un rinoceronte.
MIGUELÓN, un león.
RAMONA, una leona.
FRASQUITA, una hiena.
HUGO, un elefante.
CASIMIRO, CASIVEO, CASICASI, tres ratones.
LAILA y LEOCADIO, dos jirafas.
GOTAS DE LLUVIA.
***
ACTO I
El escenario muestra la sabana africana, hierba de cartón de colores pardos repartida en el suelo, una gran piedra hecha de madera y telas en el centro del escenario, un árbol grande al fondo, un forillo pintado con montañas y un cielo luminoso pero con el sol semicubierto por una nubecilla de tormenta. Por el lateral derecho entra RAMONA, seguida muy de cerca por MIGUELÓN.
RAMONA: (A Miguelón) Que no pesado, que no, ya te he dicho venticincuenta veces que no iré contigo al baile...
MIGUELÓN: Anda, Ramona, no seas así, van a estar todos en el baile de la primavera... hasta vendrá Eufrasio y todo...
RAMONA: Mira, que no iré contigo al baile...
MIGUELÓN: ¿Y con quién irás?
RAMONA: Ay, qué pesadito que eres, no lo sé.
MIGUELÓN: (Nervioso) P-pero los bailes, los bailes...
RAMONA: Bueno, yo me voy al río a beber agua, adiós, pesado. (Sale por el lateral izquierdo con paso decidido).
Miguelón se queda solo en el escenario. Se sienta en una piedra apoyando la cara en las manos. Suspira. La mirada perdida. Suspira otra vez, ahora con más fuerza que antes. Por el lateral derechos entran CASIMIRO, CASIVEO y CASICASI, riéndose en silencio y tapándose la boca para que no les oiga Miguelón, se acercan hasta él por detrás en silencio y se ponen a su espalda.
CASIMIRO, CASIVEO y CASICASI: ¡¡¡BOOOO!!!
MIGUELÓN: (Salta asustado). ¡¡¡Qué susto, recontra!!! No podíais dedicaros a hacer ratonadas y dejaros de asustar a los animales.
CASIMIRO: (Riéndose). Anda que el susto que le dimos al elefante del claro al lado del lago... (A Casicasi) ¿cómo se llama...?
CASICASI: Hugo, el elefante se llama Hugo, pero cuando lo asustamos nosotros le decimos...
CASIMIRO, CASIVEO y CASICASI: (A coro). ¡¡Hugo, tarugo, asustón!!
MIGUELÓN: (No le hace gracia la broma de los ratones). ¿Y eso es gracioso?
CASIVEO: ¿Qué te pasa, Miguelón, que tienes hoy la cara de un melón? (Los tres ratones se ríen del supuesto chiste).
MIGUELÓN: Nada, el baile es mañana por la noche y... (Dándose cuenta que mejor no les cuenta nada a los liantes de los ratones). Nada, voy a beber al río... (Sale por el lateral izquierdo cabizbajo).
CASICASI: Uy, seguro que Miguelón le ha pedido a Ramona, la leona mona, (todos se ríen del chistecito)... que lo acompañe al baile y le ha dicho...
CASIMIRO, CASICASI, CASIVEO: (A coro). ¡...Que no! (Se ríen).
CASIVEO: Podríamos echarle una mano, jijijiji...
CASIMIRO: Sí, podríamos ayudarle... jejejeje...
CASICASI: Y de paso reirnos un rato de la parejita... jajajaja...
CASIVEO: ¿Se te ocurre algo, Casicasi?
CASICASI: (Pensativo). Casi casi...
CASIMIRO: Y yo Casimiro y éste Casiveo...
CASICASI: Burro, que casi casi se me ocurre algo...
CASIVEO: Hay que hablar con Ramona y convencerla de algún modo para que quiera ir con Miguelón...
Por el lateral izquierdo entra FRASQUITA y viendo que están distraídos con sus planes se acerca hasta ellos por detrás en silencio.
DOÑA FRASQUITA: ¡¡¡¡BOOOO!!!
Los tres ratones se dan un gran susto y cada uno sale corriendo hacia un lado del escenario.
FRASQUITA: (Riéndose). Los bromistas de la sabana se asustan por nada, jajajaja...
CASIVEO: Nos has pillado distraído, Frasquita...
CASIMIRO: ¡Muy distraídos!
CASICASI: ¡Distraídisimos!
FRASQUITA: ¿Qué, planeando alguna de vuestras bromas pesadas?
CASIVEO: (Negando con la cabeza). NooOOoOoo...
CASIMIRO: Hablábamos del tiempo, de si lloverá mañana por la noche...
CASICASI: (Dándole un codazo a Casimiro para que no siga hablando). ...O lloverá la semana que viene al mediodía o...
FRASQUITA: (Lista, aguda). Ahhh, mañana por la noche es el baile, pillastres, espero que no se os esté ocurriendo liarla en el baile...
CASIVEO: (Negando con la cabeza). NooOOoOoo...
CASIMIRO: Hablábamos del tiempo, de... NoooOooo, no pensamos hacer nada en el baile...
CASICASI: (Dándole un codazo a Casimiro para que no siga hablando). ...Ni siquiera vamos a ir, Frasquita...
FRASQUITA: (Mirando al cielo). Pues a lo mejor sí que llueve, me voy corriendo a casa que a mí el agua, psé...
CASIVEO: (Susurra a Casicasi). Es que mojada de lluvia es tres veces más fea, jijijiji...
FRASQUITA: (Cogiéndose las orejas). Lo he oído, botarate, no ves que tengo un oído finísimo...
CASICASI: Nosotros ya nos vamos, que... (Señalando al cielo) va a llover... (Coge a Casiveo y a Casimiro del brazo y se los lleva por el lado izquierdo.)
DOÑA FRASQUITA: (Viendo cómo se marchan los ratones). Ay, espero que no estropeen el baile de este año... ayy... (Sale por el lado derecho). (En OFF:) El año pasado estuvieron tirando petardos toda la noche...
El escenario se queda vacío. De los laterales entran gotas de lluvia y cambian en el escenario la hierba de cartón de colores pardos por otras hierbas de vivos colores verdes, cada gota coge una de las hierbas pardas y la cambia por otra verde brillante, otras gotas le cambian al árbol grande las ramas por otras más bonitas y muy verdes, otra gota se queda al lado de la nubecilla que tapa al sol y cuando todas las demás gotas han terminado y salen de escena, quita la nube dejando un sol grande y brillante. Mira a su alrededor para comprobar que todo está en orden y sale por el lateral derecho.
(...)
No le des vueltas, Justino: para todo problema complejo hay siempre una solución simple. Lo tuyo, la verdad, son ganas de liar las cosas. Porque te aburres, y nada más.
No existen conspiraciones, ni complots para hacer que las cosas parezcan distintas de lo que son.
No existen los conjurados, reunidos en oscuros salones, con una careta cada uno y un cuchillo que se echa a suertes para determinar quién va a ser el asesino.
No existen los subterráneos debajo de los edificios, construidos en tiempos remotos para que frailes siniestros se movieran como topos por el vientre de la noche, el pecado y la traición.
No existen códigos ocultos en las obras de los pintores, ni vale de nada buscar acrósticos inversos en poemas aburridos, atorados en bostezos de tanto como hace que nadie los lee.
No existen archivos secretos en el Vaticano, ni listas negras en las televisiones, ni vetos editoriales. No hay más secretos que los que guardan algunos gobiernos desconfiados por miedo a que les roben no sé qué, y aun esos, son como los tuyos: el número de la tarjeta de crédito, que no es alquimia, ni cábala, sino que lo guardas por precaución.
No existen trapicheos en salones privados, ni gente que se concuerda para sacar más provecho del normal. Eso pasa en las dictaduras, pero en las democracias los políticos saben que eso les puede costar el puesto y se agarran a su escaño como una mancha a un mantel.
No existen comisiones ilegales, ni tráficos de influencias, ni más favores que los normales. Porque es normal que un empresario contrate a su hijo antes que a otro, porque conoce el oficio, y lo mismo es normal que llegue catedrático el hijo del catedrático, y por la misma razón.
No es tan raro que un chorizo y tres camellos aprendiesen en tres días a montar bombas de precisión, ni que luego se suiciden los que pudieron hacerlo antes para hacer doble de daño. No tiene por qué haber nada detrás de las cosas, Justino. Lo normal es que las razones vayan por delante.
Lo que pasa es que tú te crees más listo quela televisión, y que la radio, y que los periódicos.
Eres capaz de creer en Dios y en la Virgen y no en lo que te dicen las personas que saben más que tú. Todo te vale con tal de desconfiar y llevar la contraria y meterte en lo que no te corresponde.
Tienes que pensarlo todo por tu cuenta, y pensarlo torcido.
Y no, Justino, que no: Que las cosas son como las vemos.
No me tomes el pelo, que otra cosa no, pero el sol lo veo todos los días. Y el sol gira alrededor de la Tierra y lo demás son pamplinas: no me quieras convencer de una cosa cuando veo yo lo contrario con mis propios ojos.
Tanto complicar las cosas cuando están claras.
¡Qué ganas de enredar!
Nos fuimos quedando solos: el mar, el barco y nosotros.
Poco a poco fue desapareciendo de los muelles la carga que transportábamos: otros buques más rápidos ofrecían fletes más baratos. Otras fábricas manufacturaban más deprisa. En otros cafetales se pasaba más hambre.
Nos fuimos quedando solos.
Los bancos dejaron de escuchar al armador y los prácticos de los puertos nos dejaban a menuda trasnochar en mar abierto. Amarrar cuesta dinero, y no había dinero a bordo. Ni en la oficina de la naviera. Ni clientes a la espera de nuestro regreso.
Nos fuimos quedando solos.
En Montevideo nos dijeron que no podríamos volver a España. La naviera había quebrado y el barco se vendería como chatarra. El capitán y los doce tripulantes volveríamos en avión. Tampoco teníamos dinero para volver y tuvo que ocuparse de ello la embajada. Al principio se ocuparon de nosotros, pero luego se cansaron de aquellos marineros viejos y malhumorados.
Y nos fuimos quedando solos.
Dormíamos en el barco. Comíamos en el barco. Bajábamos a tierra sólo a enterarnos de la ausencia de novedades. Se arreglaron al fin los visados y once marineros sufrieron la humillación de regresar en un vuelo chárter. El capitán se quedó: sentía que era su deber también en aquel tipo de naufragio. Yo llevaba veinte años como segundo y me quedé con él. En el barco abandonado.
Nos quedamos completamente solos.
Dos semanas tardaron en arreglarse las diligencias para embargar el buque. El capitán tardó tres en enfermar y cinco en morirse. Podría decir que murió de pena, pero no quiero poesías: murió de una angina de pecho. Los marineros se entierran donde el mar los arrastra: no tenía familia y no mandé repatriarlo.
Al barco y al capitán los llevaron al cementerio. En una sucia ensenada esperaban treinta barcos el infierno del soplete. En una recia colina, once millas más abajo, encontré un pueblo de pescadores donde no pidieron nada por cavar una tumba para un marinero más. Para un marinero menos.
Me quedé solo del todo.
Entonces fui a la embajada y arreglé el viaje de vuelta.
El día que me marchaba suspendieron aquel vuelo. Se desató una tormenta que amarró a tierra por igual barcos y aviones. Hubo olas de quince metros y vientos de sesenta nudos.
La tormenta duró dos días y cuando iba a marcharme, me llamaron de la embajada. Era la funcionaria morena que simulaba comprendernos, pero no me hablaba ya como a un niño perdido en unos grandes almacenes: me hablaba como se habla a un mendigo después de saber que en realidad es un millonario disfrazado.
Nuestro barco había desaparecido de la sucia ensenada donde esperaba su final. El fuerte oleaje había sacado varios buques a mar abierto y los había vapuleado a su antojo durante dos días.
Nuestro barco había encallado, once millas más abajo, frente a un recio promontorio, en un pueblo de pescadores, frente a la tumba del capitán. Reflotarlo costaría más de lo que valía su chatarra. Allí se quedaría hasta disolverse en óxido.
Allí se quedaría cien, quinientos, o mil años.
Aquello era el fin. Cogí el avión y regresé a casa. Con una sonrisa de un hombre que no sonríe y un poema de un hombre que no es poeta:
Nos fuimos quedando solos
el mar, el barco y nosotros.
O no tan solos, quizás,
pues no están solos jamás
los fantasmas y los locos.
Cuando lo sabes todo de una persona y el destino insiste en que te reencuentres con ella, el mundo cambia en base a dos voluntades en lugar de una.
Nuestro viaje comenzó hace mucho tiempo. Fue retomado y ahora toca otro descanso. La travesía, la ironía de la vida de un viaje constante para hallar como respuesta un final. Para eso vivimos, pero no me arrepiento del camino. Jamás lo haré.
Me guiñaste un ojo, lo juro, mi mente manipuló la realidad. Me besaste y ese recuerdo es imborrable, por lo que con orgullo lo tengo izado donde el corazón. Nos alejamos, regresamos. No hubo más besos. Vivimos apartados del mundo donde la roca más seca, aquella necrópolis que debía anunciar destinos nefastos, uniones desnudos. Fue cárcel para ti, sin embargo.
Reencuentros en el camino, es lo que mejor nos define. Paciencia, es la virtud que te acompaña. ¿Cómo alguien puede quererme? Me ofusco sin querer mirar tus lágrimas. Siento que mi ego sea tan impertinente, ¿pero era mejor seguir con la falacia? ¿Sentir que de verdad te quiero como mereces? Claro que te quiero, pero ya no es lo mismo que en nuestro último reencuentro, este que nos ha llevado a conocer mundo, a liberarnos gracias a que comprendíamos qué significa estar encerrados en un mismo lugar y rutina. ¿No es hermoso? Dos presos mirando al mar.
Juntos incluso observando la muerte de cerca. Juntos incluso aguantando a sabios locos. Juntos incluso contra la demencia del día. Juntos siendo la misma risa. Juntos... Fue sincero lo nuestro, es así, entre chascarrillos y bromas privadas; teníamos la misma sombra.
Y decido alejarme. Nadie huiría de un idilio hecho realidad. Y me alejo de escenas felices. Me saboteo sin explicación. Y tengo clavada tu mirada por siempre. Mi primer beso, el último engaño. Me has sido alfa y omega, lo has tenido todo para mí. Y, voy, agarro la piedra preciosa, y la lanzo. No doy motivos sólidos. Soy vago en mi pensar y mi proceder. Soy sincero y no suena convincente. No hay nada más en mí. Estoy hueco, donde antes estaba lleno de ti, ahora hay oscuridad. Mi reflejo. Mis ojos metidos hacia dentro. Soy como a quien critico: juntos pero no revueltos. Egoísta, desgraciado. Sin compromiso pero juntos para siempre. Estúpido.
Lo nuestro fue de cuento, por lo que de ese modo hay un final, me temo. Quiero otra clase de epílogo, una continuación que sea también best-seller... A quien quiero engañar, ha sido la soledad la que me ha transformado.
Y recordaré cuando fuimos a los lagos. Las veces que vimos el mar, nuestro cómplice. Los momentos tensos con los demás y las risas de los amigos de verdad. Esas carreteras largas que regalan el horizonte. Fuimos de buen comer y de dormir regular. Señores de días enteros por calles y sorpresas. Descubrimiento, un regalo para personas tan curiosas como nosotros. Emoción en cada esquina. Magos que pintaron escenas que los demás aún no saben valorar.
Tantos nombres que conquistamos. Tanta gente que nos ha hablado... Esto lo tengo tatuado, y sé que tú también. Esta vida la contaré con orgullo gracias a ti. Por eso no quiero perderte.
Qué hueco me siento. Me he quedado partido por la mitad. Por desgracia, no brota sangre. Hace tiempo que no lo hace. Y sin sangre, el corazón no late. Soy estatua ahora mismo. Una de esas que se tapan el rostro con las manos. No quiero hacerte más daño, así que no pestañees. Pero juro que no quiero hacerte daño, pero es mi naturaleza la que está siendo cruel. Aún no me conozco, y para variar lo he pagado contigo. Soy un perro encerrado en sí mismo y por lo tanto consigo mismo. Una celda estrecha es mi pecho, y va a reventar.
Lo siento.
-¿Entonces no tenéis guerras nunca, no habéis tenido guerras antes?
-No. Cuando ha habido algún conflicto teórico sobre algún tema y no nos poníamos de acuerdo lo que hacíamos era que “lanzábamos hafgiu” y el resultado era lo que hacíamos. Ese proceso de lanzamiento hafgiu es un proceso matemático de azar. Nos encanta el azar.
-¿Y conflictos con otras civilizaciones? ¿Habéis conocido a otras culturas?
-Conocemos varios mundos habitados por bugihel, seres sentientes, en diferente grado... Los que ya saben cómo viajar instantáneamente a cualquier lugar del universo, los que llamamos "1101", no están interesados en conocer a nadie, están dedicados a crear nuevos universos en otras dimensiones, al menos los dos grupos que hemos conocido y que apenas pudimos comunicarnos con ellos. Los que no han descubierto aun ese tipo de viaje y siguen limitados por la velocidad de la luz quedan demasiado lejos para que el viaje sea factible.
-Pero la lucha por el espacio vital es una constante en las leyes de la selección natural.
-Sí, pero si mantienes un equilibrio con tu entorno no hace falta ser hostil.
-Oye, y eso de que os gusta el azar...
-Es maravilloso, nos hace pensar con más rapidez soluciones ingeniosas o resolver cuestiones.
-Pero la ciencia se dedica a predecir lo que sucederá con las reglas que tiene...
-La profunda es profunda.
-¿Qué?
-Un fallo de traducción. Espera. Que la ciencia más profunda se rige por comportamientos olikui, algo como “azar misterioso”, no porque sea misterioso sino porque a veces es una cosa y a veces es otra por la muergubiliatorni, energía de voluntad.
-No entiendo.
-Imagina que las subpartículas, como las llamáis vosotros, tienen vida... Ah, espera esto lo estamos hablando con “armónico 56h”, otro humano que es astrónomo... y tampoco lo entiende... Mejor lo dejamos, no creo que te lo pueda explicar.
-Y otra cosa... ¿cómo conocéis mi idioma tan bien? ¿Un traductor universal o algo así?
-No, no tenemos ni idea de cómo es tu idioma, ni siquiera usamos palabras para comunicarnos, accedemos directamente a tus pensamientos y plantamos conceptos directamente en tu mente que tú traduces en tu propio lenguaje, de ahí los problemas de traducción a veces.
-Y cómo os comunicáis entre vosotros.
-Emitimos ideas que procesan los demás.
-¿Como si fuera telepatía o algo así?
-No. Cogemos las ideas del vacío de la nada, que ya sabes que no está vacío, las condensamos y las emitimos a otros, quien quiera coge esas ideas y las procesa y quien no quiera, no.
-No entiendo cómo podéis ser tan avanzados en todo.
-Oh, no lo somos, hay mundos donde están diseñando universos en otras dimensiones, recuerda lo que te he explicado hoy.
-¿Y cómo sois físicamente?
-Ah, ya te lo he contando antes, pero te lo explico otra vez... Tenemos una estructura superficial hecha de sílice y otros elementos, el interior es una combinación gaseosa y sólida de órganos funcionales, hay partes con las que procesamos la energía en forma de gas y partes con las que procesamos energía en forma sólida. Nos alimentamos de energía sólida y de energía gaseosa como cianuro, nitrógeno, argón. También tenemos unas especie de plumas, o lo más parecido en vuestro mundo, con las que gestionamos la energía de la luz de nuestro sol rojo.
-¿Tenéis piernas, brazos, dedos...?
-Sí y no, nos desplazamos a veces haciéndonos menos pesados que el aire o a veces nos movemos con la parte inferior del cuerpo sólido que tiene una capa de mucosa pegajosa. Para manipular objetos creamos apéndices concretos para coger, aplastar, doblar, palpar, dependiendo de lo que queramos hacer.
-No debe ser una visión agradable para nosotros.
-Oh, tenemos colores exteriores tornasolados que creo que os gustarían.
(Febrero, 2008. 3ª parte de 6.)
Son hermosas las horas que perdemos si en el perderlas, como en un jarrón, ponemos flores.
Quedó como Dios el poeta, pero, ¿qué flores pueden ponerse en el jarrón de una sepultura que no se enfría? Si acaso las de Baudelaire, y pare de contar.
Porque todos tenemos una idea clara de lo que se debe hacer cuando queda inútil una persona a la que queremos, y estamos seguros de que estar a su lado es la postura humana, la ética, y hasta la única posible. Decimos a la familia que yo me ocuparé de él, y lo decimos de corazón. ¿pero qué pasa luego?, ¿quién cuenta los días?, ¿qué ocurre cuando los calendarios se juntan en rebaños de alas negras girando sobre el silencio?
La medalla que dan al mutilado no vale más que su pierna. Ni la admiración del mundo entero por la abnegación y el sacrificio tampoco más que la vida, afantasmada en jirones de lo que pudo haber sido. ¿Ha visto alguna vez las esfinges, a la puerta de los templos? Así me sentía yo.
Tiene un nombre el que da la vida porque lleva vida dentro y tiene nombre también el que propaga la muerte. El primero no lo sé porque nunca he sido madre; el segundo es Satanás, me da igual si es o no es culpable.
¡Y aún hablan de los aztecas, con su sacrificios humanos! ¿Y qué es lo mío? Por lo menos el que moría en la piedra del ritual creía servir a un dios, ¿pero a quién sirvo yo? A un hoyo. Porque es un hoyo. Porque cuanto más le quitan, más grande es. Y más me traga. Y más me entierra.
No sé por qué lo hice. Sé sólo que una mañana salí a comprar pan y fruta y me encontré en la estación. No pensaba hacerlo. No pensaba irme tan lejos. Claro que sabía que sin mi no podía valerse, y por supuesto que agradezco de todo corazón a la vecina que llamase a la ambulancia, e incluso a la policía. Y me alegro de que en el hospital pudieran salvarlo. ¿Qué se cree que soy?
Fue sólo un error. No volverá a suceder.
Perdone, señor Juez. Creí estar viva otra vez. Claro que volveré con él. Sólo fue un espejismo.
Muy corto. Decían que Gabriel era muy corto, tan corto que llegaba con lo justo para opinar de cualquier tema. Con él una charla se volvía un cuento infantil, donde todo tenía un final feliz. Gabriel tenía un optimismo natural, porque todo y siempre se podía solucionar. Recordaba muchos cuentos de esos que nos leían de niños. Todos sabían que Gabriel era así y que era feliz y hacía feliz a todo el que le rodeaba. A veces, no parecía tan corto y no gustaba a los demás, que preferían al otro Gabriel, al de los cuentos con final feliz. Él se reía cuando alguno le llamaba "Grabiel", una de esas personas que sólo contaban cuentos con final triste y terrible. Se reía.
(2001.)
(Como a lo mejor ya no encaja en el concepto "Relato corto" y me paso aporreando teclas para esta historia... esta parte viene de aquí: www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-7 )
***
Juan se levantó como siempre a las ocho en punto, preparó el desayuno según la lista semanal, tostada integral con aceite y queso fresco y un té de jazmín. Un rayo de sol matutino se colaba en la cocina, parecía que hoy haría un día despejado aunque algunas nubes corrían tras la torre del campanario.
Las ganas de leer las noticias crecían en su interior, pero sólo leía noticias después de la comida del mediodía y tras recoger la mesa.
Salió al jardín y se fijó en que un pequeño trozo de plástico estaba ensartado en una espina del rosal. No era posible, el rosal está a unos dos metros de distancia de donde preparó el paquete. Imposible, pero ahí estaba. El azar, como siempre, jugando con la realidad. Cogió el trocito de plástico y se lo llevó a su taller, quería comprobar si era del mismo tipo de plástico que el que usó el otro día. Efectivamente, lo era. Repasó mentalmente sus movimientos y no encontraba explicación, a no ser que mientras acercaba el plástico al cadáver, al ser tan grande... No, no encontraba explicación. Fue a la cocina, y usando el soplete de cocina, lo quemó en el seno del fregadero.
Ese detalle le obligaba a revisar a fondo el maletero del coche. Se vistió de calle y se dirigió a donde tenía el coche aparcado.
Aun era temprano para que las tiendas estuvieran abiertas pero no para los corredores que, con el despuntar del alba, ya estaban sudando la camiseta con los auriculares calados en las orejas. Un señor, que apenas podía dar dos pasos, medio andaba embutido en camiseta y pantalón corto, sano, muy sano. Una jovencita enmorcillada en ropa de colores tan reflectantes que había que mirarla con gafas de sol, el volumen de la música era tan alto que se podía adivinar la música rítmica que estaba escuchando. También estaban los madrugadores paseadores de perros, al menos el perro que se cagó al lado de su coche tenía un cuidador que recogió el excremento con esas bolsitas anudadas a las correas de los chuchos.
Juan abrió el coche y fue directo al maletero. Y allí estaban. ¿Cómo se había olvidado de las bolsas de esa cadena de supermercados que llevaba para las compras? Él, metódico, concienzudo, tenaz, no se había acordado de que las llevaba cuando metió el paquete en el maletero. Podría cogerlas y tirarlas a la papelera que había cerca, pero no quería tocarlas, obsesivo como estaba todo le parecía imposible. Sacó un pañuelo de papel de su bolsillo derecho del pantalón y cogió las bolsas reutilizables. Cayó en la cuenta de que las había tocado y manipulado docenas de veces. Se sintió ridículo. El paquete de plástico no podría de ninguna manera haber contaminado sus bolsas. Ni el fondo del maletero. Pero ese trozo de plástico ensartado en el rosal no le había gustado nada. Azar, maldito azar.
Arrancó el coche y lo llevó a un lavado de coche, por el camino observó que algunas calles seguían embarradas de la fuerte tromba de agua, otras estaban más secas, algunas alcantarillas estaban cegadas de barro y objetos, algunos operarios del ayuntamiento ya estaban limpiando muchas zonas. En el lavado de coches se fue directo a la zona de aspiradores y pasó estos concienzudamente, obsesivo. Miró y remiró cada esquina buscando algún error, algún “plástico en el rosal”.
Satisfecho, se dirigió en coche a la zona donde había tirado el paquete, pasó lentamente por allí y ya nadie estaba mirando el cauce del río.
En la zona de su casa, hoy no había aparcamiento cerca, así que lo dejó al principio de la calle. Al bajarse del coche vió cómo la señora “tutticolori” sacaba a su perro a pasear, la siguió mientras se dirigía calle abajo, hacia su casa, la observó y se dio cuenta de que miraba a veces por las vallas de las casas con la excusa de que su perro se paraba en ese lugar a hacer sus cosas. Vieja del visillo tres punto cero, cotilla sin vida de toda la vida.
Cuando llegó a su casa se quedó en la puerta con la botella de vinagre rebajado con agua, desafiante, la señora colorida levantó la cabeza, sin darse por aludida, y tironeó del chucho hasta sobrepasar su portón.
Juan miró la lista de comidas de hoy. Filetes adobados con arroz hervido y ensalada de pimientos asados. Pero no podía esperar más, tenía que leer las noticias del día saltándose sus propias reglas.
Sabía, sentía que esto era un error por su parte, un error de protocolo, pero si el azar a veces jugaba riéndose del mundo, pensó que él también podría reírse del azar. Conectó su portátil con el cable de red al router. Navegó por las noticias en el mismo orden de siempre, primero locales, luego regionales, nacionales e internacionales. Hizo clic en un anuncio de guantes de jardinería, y en una web de creación de páginas web a buen precio. En la información local había una noticia que le dejó sorprendido,
Ana Ferrer de 38 años se había declarado como desaparecida, pero además era la hija de un inspector de Policía de la localidad vecina, los periodistas cotillas habían conseguido su historia personal, divorciada el año pasado, trabajadora en Servicios Sociales en su localidad, buena persona. Su padre movería “Roma con Santiago” para encontrarla, el ex marido parecía que estaba en paradero desconocido. Azar. Buscó más información de la historia. En la prensa más amarilla de la zona se decía que iba a encontrarse con un amigo y que nunca llegó a su casa, había una foto del joven en cuestión. Y unas fotos de su padre hablando a los medios. No encontró los vídeos de sus declaraciones, pero claro, su hija tenía que aparecer, y lo de las 24 horas era una chorrada de las películas. Qué curioso es el azar, pensó Juan. ¿Pondrían más esfuerzo en localizarla? ¿Menos si era un comisario no querido? Azar.
Ahora ya se podía ir a comer tranquilamente.
(Como a lo mejor ya no encaja en el concepto "Relato corto" y me paso aporreando teclas para esta historia... esta parte viene de aquí: www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-7 )
***
Juan se levantó como siempre a las ocho en punto, preparó el desayuno según la lista semanal, tostada integral con aceite y queso fresco y un té de jazmín. Un rayo de sol matutino se colaba en la cocina, parecía que hoy haría un día despejado aunque algunas nubes corrían tras la torre del campanario.
Las ganas de leer las noticias crecían en su interior, pero sólo leía noticias después de la comida del mediodía y tras recoger la mesa.
Salió al jardín y se fijó en que un pequeño trozo de plástico estaba ensartado en una espina del rosal. No era posible, el rosal está a unos dos metros de distancia de donde preparó el paquete. Imposible, pero ahí estaba. El azar, como siempre, jugando con la realidad. Cogió el trocito de plástico y se lo llevó a su taller, quería comprobar si era del mismo tipo de plástico que el que usó el otro día. Efectivamente, lo era. Repasó mentalmente sus movimientos y no encontraba explicación, a no ser que mientras acercaba el plástico al cadáver, al ser tan grande... No, no encontraba explicación. Fue a la cocina, y usando el soplete de cocina, lo quemó en el seno del fregadero.
Ese detalle le obligaba a revisar a fondo el maletero del coche. Se vistió de calle y se dirigió a donde tenía el coche aparcado.
Aun era temprano para que las tiendas estuvieran abiertas pero no para los corredores que, con el despuntar del alba, ya estaban sudando la camiseta con los auriculares calados en las orejas. Un señor, que apenas podía dar dos pasos, medio andaba embutido en camiseta y pantalón corto, sano, muy sano. Una jovencita enmorcillada en ropa de colores tan reflectantes que había que mirarla con gafas de sol, el volumen de la música era tan alto que se podía adivinar la música rítmica que estaba escuchando. También estaban los madrugadores paseadores de perros, al menos el perro que se cagó al lado de su coche tenía un cuidador que recogió el excremento con esas bolsitas anudadas a las correas de los chuchos.
Juan abrió el coche y fue directo al maletero. Y allí estaban. ¿Cómo se había olvidado de las bolsas de esa cadena de supermercados que llevaba para las compras? Él, metódico, concienzudo, tenaz, no se había acordado de que las llevaba cuando metió el paquete en el maletero. Podría cogerlas y tirarlas a la papelera que había cerca, pero no quería tocarlas, obsesivo como estaba todo le parecía imposible. Sacó un pañuelo de papel de su bolsillo derecho del pantalón y cogió las bolsas reutilizables. Cayó en la cuenta de que las había tocado y manipulado docenas de veces. Se sintió ridículo. El paquete de plástico no podría de ninguna manera haber contaminado sus bolsas. Ni el fondo del maletero. Pero ese trozo de plástico ensartado en el rosal no le había gustado nada. Azar, maldito azar.
Arrancó el coche y lo llevó a un lavado de coche, por el camino observó que algunas calles seguían embarradas de la fuerte tromba de agua, otras estaban más secas, algunas alcantarillas estaban cegadas de barro y objetos, algunos operarios del ayuntamiento ya estaban limpiando muchas zonas. En el lavado de coches se fue directo a la zona de aspiradores y pasó estos concienzudamente, obsesivo. Miró y remiró cada esquina buscando algún error, algún “plástico en el rosal”.
Satisfecho, se dirigió en coche a la zona donde había tirado el paquete, pasó lentamente por allí y ya nadie estaba mirando el cauce del río.
En la zona de su casa, hoy no había aparcamiento cerca, así que lo dejó al principio de la calle. Al bajarse del coche vió cómo la señora “tutticolori” sacaba a su perro a pasear, la siguió mientras se dirigía calle abajo, hacia su casa, la observó y se dio cuenta de que miraba a veces por las vallas de las casas con la excusa de que su perro se paraba en ese lugar a hacer sus cosas. Vieja del visillo tres punto cero, cotilla sin vida de toda la vida.
Cuando llegó a su casa se quedó en la puerta con la botella de vinagre rebajado con agua, desafiante, la señora colorida levantó la cabeza, sin darse por aludida, y tironeó del chucho hasta sobrepasar su portón.
Juan miró la lista de comidas de hoy. Filetes adobados con arroz hervido y ensalada de pimientos asados. Pero no podía esperar más, tenía que leer las noticias del día saltándose sus propias reglas.
Sabía, sentía que esto era un error por su parte, un error de protocolo, pero si el azar a veces jugaba riéndose del mundo, pensó que él también podría reírse del azar. Conectó su portátil con el cable de red al router. Navegó por las noticias en el mismo orden de siempre, primero locales, luego regionales, nacionales e internacionales. Hizo clic en un anuncio de guantes de jardinería, y en una web de creación de páginas web a buen precio. En la información local había una noticia que le dejó sorprendido,
Ana Ferrer de 38 años se había declarado como desaparecida, pero además era la hija de un inspector de Policía de la localidad vecina, los periodistas cotillas habían conseguido su historia personal, divorciada el año pasado, trabajadora en Servicios Sociales en su localidad, buena persona. Su padre movería “Roma con Santiago” para encontrarla, el ex marido parecía que estaba en paradero desconocido. Azar. Buscó más información de la historia. En la prensa más amarilla de la zona se decía que iba a encontrarse con un amigo y que nunca llegó a su casa, había una foto del joven en cuestión. Y unas fotos de su padre hablando a los medios. No encontró los vídeos de sus declaraciones, pero claro, su hija tenía que aparecer, y lo de las 24 horas era una chorrada de las películas. Qué curioso es el azar, pensó Juan. ¿Pondrían más esfuerzo en localizarla? ¿Menos si era un comisario no querido? Azar.
Ahora ya se podía ir a comer tranquilamente.
La semana que viene terminaban las vacaciones de Juan, volvería a la sucursal bancaria donde trabajaba vendiendo pólizas que nadie necesitaba, limitando hipotecas al que más la necesitaba y, en resumen, mirando por la cuenta de resultados del banco, un empleado modelo. Pelota con los jefes de la central, ladino cuando quería, seco con los clientes que tenían mil euros en la cuenta, modelo perfecto de ese dicho de “así es el mundo en el que vivimos”.
Esa tarde se dedicó a serrar maderas para hacer marcos nuevos para sus cuadros, todos con los mismos colores, rojo y negro, cada uno con formas abstractas, algunos parecían insectos aplastados, otros manchas del test de Rorschach, la mayoría tenían un aire espeluznante, inquietante, alucinógeno. Para él era la única forma de mostrar su mente a los demás. Aunque nadie viera sus cuadros; no recibía visitas, no tenía amigos ni conocidos, no le interesaban las relaciones humanas, ni con hombres ni con mujeres. El sexo para él era algo aburrido y monótono. Y sólo cuando pasaba el tiempo y la llamada del sexo acudía remolonamente se dirigía a la ciudad a donar semen en una clínica, por darle utilidad a la cosa. Por nada más.
Mientras quitaba el inglete para hacer los cortes de las esquinas de los marcos, pensaba en los siguientes pasos que daría la Policía. El amigo que iba a visitar y su ex marido serían los primeros sospechosos y la última persona que la había visto con vida, según dicen en las novelas, aunque pensaba que la realidad era bastante diferente, o no, según se mire. La palabra azar seguía rebotando en su mente sin orden ni concierto. No había previsto las lluvias torrenciales. Ni que esa mujer menuda sería la hija de un policía. Tampoco que se acumularan escombros en esa zona del cauce. Que no se llevaran el móvil. Y sobre todo estaba obsesionado con el trozo de plástico enganchado en el rosal. Por lo demás, ardía en deseos de ver qué pasaba después.
Contempló uno de los cuadros que iba a enmarcar, con su firma “Juan 2024”. Le gustaba añadir el año para tener ordenadas sus obras. En las paredes laterales de la escalera que conducía al primer piso los tenía colgados por fechas, el primero era de 2010 y le recordaba una mancha de sangre en la negrura de la noche, o un sol rojo explotando en el firmamento, o... Miró la hora. Fue al salón y esperó hasta que fueran exactamente las ocho en punto de la tarde. Justo en eses instante marcó un número desde el teléfono fijo.
-Hola, ¿cómo estáis?
-Puntual como siempre –dijo una voz anciana al otro lado del teléfono-. Bien, estamos bien, a tu madre le van a hacer unos análisis la semana que viene para controlarle el azúcar y yo, pues como siempre con la artrosis de las rodillas que me duelen y no hay manera de que... ¿Y tú? Se te acaban las vacaciones, ¿no?
-Sí, el próximo lunes vuelvo al banco.
-No has ido a ningún lado este año... eso no es bueno para la salud y... espera que se pone tu madre.
-Hijo, no puedes estar así, tan solo y tan encerrado...
-Madre, estoy muy bien así, sin depender de nadie ni que nadie dependa de mí.
-¿Vendrás este año por las fiestas del pueblo?
-No sé si podré pedir días libres, lo intentaré. Cuidaos mucho.
-Un beso, hijo mío, cuídate mucho.
A Juan le incomodaba hablar con sus padres, no sabía por qué, habían sido unos buenos padres, pero los llamaba por una especie de obligación que no entendía. Se dispuso a dar un paseo antes de preparar la cena, tuvo que ir a la lista para ver qué le tocaba esta noche. Judías verdes salteadas con ajo y una manzana de postre. ¿Cómo era posible que no tuviera manzanas en el cesto de la fruta? Algo estaba fallando en su cerebro ordenado y meticuloso, pero no entendía qué podía ser. Miró el reloj, tenía tiempo de acercarse a la verdulería y comprar manzanas.
A lo largo de ese fin de semana, el último de vacaciones, enmarcó dos cuadros y los colgó en los huecos libres que quedaban en “la pared de los cuadros”, organizó el taller de bricolaje, planchó camisas con pulcra exactitud, cepilló la chaqueta del trabajo y el pantalón. Gris. Por supuesto. Todo listo para el lunes volver al banco. Revisó la lista de comidas y cenas. Tachó de la cena del domingo las alcachofas con jamón, había tenido que tirarlas, hablaría con el verdulero sobre la calidad de algunos productos. Hablaría muy seriamente, el mes pasado le vendió un tomate que no estaba maduro, inaceptable.
Las noticias sobre la desaparecida eran casi inexistentes, cosa que no le gustaba ni mucho ni poco. Había conseguido ver en un periódico local las declaraciones de uno de los tíos de la mujer, haciendo de portavoz de la familia para los medios. La investigación sobre el paradero estaba en marcha. Al parecer, no era una mujer de desaparecer así como así. Tampoco se descartaba que le hubiera pasado algo relacionado con la tromba de agua.
Por un lado a Juan le encantaba la idea de que no hubiera ninguna noticia relevante sobre el caso y por otro le decepcionaba que hubiera sido tan fácil. De algún modo quería vivir cómo era una investigación así; era imposible que lo relacionaran con eso. ¿Cuándo encontrarían el paquete? ¿Cuándo limpiarían esa zona del cauce? Había leído en otro periódico regional que había un problema de competencias sobre la responsabilidad de ese cauce seco: Local, autonómico o de la Confederación de turno.
Pensó que mientras más tardaran en encontrar el cadáver menos información forense obtendrían, aunque creía que poca información podrían obtener en cualquier caso. Se repetía una y otra vez que todo estaba en manos del azar. La idea le gustaba.
El lunes a las ocho menos un minuto ya estaba en la puerta de la sucursal bancaria, listo para entrar en su trabajo. Había tenido que aparcar un poco más lejos de lo habitual ya que las calles cercanas estaban llenas de coches aparcados, suponía que para evitar calles embarradas o zonas con alcantarillado embozado.
Ese primer día se le hizo monótono, incluso para una persona como él, esclava de la rutina y el orden.
Al llegar a casa, mientras aparcaba el coche, observó que en las casas colindantes a la suya y puestas a la venta había visita. La cancela que daba al jardín de la de la izquierda estaba abierta y un par de señores, acompañados del joven de la inmobiliaria, estaban saliendo de la vivienda al porche de entrada. Mirando y remirando. Tenían algo extraño pero no le dio tiempo a fijarse tanto. Sobre todo porque en la casa de la derecha, se abría el portón y salían un hombre y una mujer, estos estrechaban la mano pero no al señor mayor con aspecto cansado sino a un hombre calvo, trajeado y con aspecto de ejecutivo, o de jefe. Posiblemente el dueño de la inmobiliaria, demasiado especulativa la idea.
Cuando llegó a su casa, tras aparcar el coche, ya no había rastro de las visitas y todo seguía como siempre. Los carteles de cada inmobiliaria en cada casa, las puertas cerradas, todo igual.
La vuelta al trabajo le obligaba a cambiar sus horarios de comidas, pero los fines de semana dejaba comida preparada para varios días. Recalentó las albóndigas con tomate y abrió una bolsa de patatas chip.
Tras comer miró el móvil por si tenía algún mensaje o correo, dos emergentes de actualizaciones que ya haría más tarde, o mañana o... Se dispuso a leer las noticias en el portátil. No sabía para qué tenía un móvil si no lo usaba como teléfono móvil, alguna llamada, algún pedido para servicio puerta a puerta, poco más. El paquete de la compañía incluía en la promoción un móvil.
Ese día las noticias no arrojaban muchas novedades realmente ninguna. En las locales, un anciano de 90 años atropellado en un paso de cebra del centro de la localidad, cerrado un restaurante por problemas sanitarios, el comienzo de las labores de limpieza del cauce y la reconstrucción de la pasarela que se llevó el agua, y poco más. Se entretuvo un poco con un par de recetas, una de “salsa gribiche” y otra de cebolla confitada con mostaza, cerró el portátil.
Mañana sería otro día.
Esta parte del "relato largo" (ya no puede ser corto) viene de aquí y en este orden, primero aquí:
www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-7
Después aquí:
www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-11
Luego:
www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-14
Después...
www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-17
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Al llegar a casa, ni siquiera pensó en comer, su mente estaba enfocada, concentrada en leer toda la prensa posible sobre el caso. Antes de hacer nada en el ordenador, inspiró lentamente y expiró con actitud relajante. Con gran esfuerzo hizo clic en un anuncio de un libro de recetas asiáticas, en un curso de Economía y en una web de viajes al Polo Norte. La noticia, su noticia, estaba en la mayoría de la prensa local y regional. Sospechaba que pronto engrosaría la lista de sucesos nacionales. ¿Reportajes en televisión? Quizás.
Uno de los textos decía: “La ausencia de robo parece un dato clave, ya que la víctima conservaba su reloj y su móvil, alejando la opción delictiva común. El móvil de la mujer ya se encuentra en manos de la Policía Judicial para su análisis. Las actuaciones se mantienen bajo secreto de sumario por orden del juzgado, lo que implica que los detalles específicos de las pruebas y la investigación no se harán públicos por el momento. Todo apunta a que se trata del cadáver de la mujer desaparecida, Ana Ferrer.”
Un robo. No es robo porque llevaba el reloj y el móvil consigo, lo de estar envuelta en plástico le parecía a Juan de poca importancia informativa. Aunque bien mirado en esta noticia no dicen nada de cómo apareció el cadáver. Aun así, el texto le parecía escrito con desgana, prisas y sin mucho interés.
En otro periódico regional había un artículo cubriendo la noticia con más detalles: “La Policía está centrando sus esfuerzos en reconstruir las últimas horas de la víctima, que casi con toda seguridad se trata de Ana Ferrer, desaparecida hace varias semanas, la funcionaria del Ayuntamiento de 38 años ha sido hallada muerta entre cañas y maleza en el cauce de la rambla, en el curso de las labores de limpieza. Cada elemento de la zona está siendo analizado en busca de pruebas que permitan identificar al responsable o responsables. A los medios locales se unirá la Policía Forense de la capital, y expertos en estas tareas. Mientras tanto la zona sigue acordonada y asegurada."
"Según nos indican fuentes policiales, los investigadores rastrearán grabaciones de seguridad de la zona y las comunicaciones de la mujer para reconstruir sus movimientos previos al crimen, recabarán testimonios de posibles testigos, con la clara intención de disponer de una cronología de los hechos. La autopsia se espera como un elemento clave para precisar la causa y el momento de la muerte."
"Todas las hipótesis permanecen abiertas. La Policía mantiene la máxima reserva para no comprometer el avance de la investigación."
"La denuncia inicial de su familia y del amigo con el que había quedado (Juan José González), tras no recibir noticias de Ana desde la fatídica noche del jueves al viernes, permitió activar el dispositivo de búsqueda que ha concluido sin éxito hasta el terrible hallazgo del cuerpo."
"Más allá de la investigación, la muerte de Ana Ferrer Rey ha generado un profundo impacto en toda la comarca. Funcionaria del área de Cultura del Ayuntamiento, licenciada en Geografía e Historia y en Historia del Arte, Ana dedicó mucho esfuerzo a la preservación del patrimonio local. El Ayuntamiento ha decretado dos días de luto oficial mientras la investigación policial busca esclarecer este terrible crimen.”
Juan pasó rápidamente a otro periódico donde se podía leer:
“Un perro fue el que encontró el cuerpo sin vida de la mujer, según testigos tironeaba de un saco de plástico entre la maleza, hasta que consiguió sacarlo y fue entonces cuando los trabajadores de la limpieza del cauce vieron el cadáver. La familia, que no ha hecho declaraciones, está sobrecogida por los hechos. Algunos vecinos de la fallecida, apuntan a que en fechas recientes tuvo un acalorado encontronazo con los actuales dueños del Palacete de Rivababia, patrimonio local, a cuenta de unas reformas en la fachada a las que se oponía Ana Ferrer y el equipo de arquitectos del Consistorio, llevando ante la Justicia al fondo de inversión, WorldMundo Hainsbach, que lo había comprado.”
Le parecía gracioso que los medios más carroñeros dejaran caer un posible ajuste de cuentas que no tenía sentido, sólo para ganar notoriedad y que la maquinaria del rumor se pusiera en marcha. Se detuvo un instante en la parte del plástico, releyendo las frases. No se indicaba que el cadáver estuviera envuelto en plástico, parecía que estuviera encima, o a un lado de la mujer. Curioso. Pensaba que llamarlo “saco de plástico” o era un error de información de los periodistas o significaba algo más. Algo que bien pudiera estar relacionado con la investigación. Tendría que seguir la pista de todos esos datos para hacerse una idea clara de por dónde podrían ir los pasos policiales.
En TV-1999 cubrían también la noticia. “El cuerpo sin vida de Ana Ferrer aparece en el cauce de la rambla, bajo el Puente de los Descubrimientos. Esta cadena se ha puesto en contacto con fuentes policiales y en breve se ampliará la noticia con un artículo detallado con toda la información disponible.”
Escueto y poco motivado. Pensó Juan mientras analizaba cómo otros medios daban más detalles y en la cadena local donde trabajaba esa periodista fueran tan parcos. Abajo había un enlace a un vídeo. En él se podía ver a varios reporteros con diferentes y coloridos micrófonos, dirigiéndose a una policía en la entrada de la Comisaría de la localidad. Juan suponía que la mujer haría las tareas de Prensa e Información.
-...Ya les he dicho lo que puedo contarles, señores.
-¿Se baraja un posible ajuste de cuentas en relación con el fondo de inversión? –preguntaba apresuradamente una reportera con una alcachofa de color verde intenso.
-No se descarta nada ahora mismo. Todas las hipótesis están abiertas.
-¿Qué se sabe de los trabajadores que encontraron el cuerpo? -preguntaba un reportero con melena apuntando el micrófono de color rojo hacia la policía.
-Mantenemos la máxima reserva para no comprometer el avance de la investigación. Señores, por favor, en cuanto tengamos más información daremos una rueda de Prensa.
-¿Quién se encarga de la investigación? ¿Cuándo estarán los resultados de la autopsia? ¿Cuándo se dará más información? –preguntaban sin orden sabiendo que la policía daba por concluida la atención a la Prensa.
-Muchas gracias –dijo ella dándose la vuelta y entrando en la Comisaría.
Juan ya estaba en la siguiente fase mental de su plan. Ya habían encontrado su paquete y el juego se ponía interesante para él, en su mundo, en su juego de crimen perfecto. Volvía a sentir que tenía el control de la situación. Lo primero, volver a hacer una lista de comidas semanales. Como ya no había comido al mediodía, tras el trabajo, cenaría improvisando. Mañana compraría comida para seguir su plan alimenticio. Compraría un lienzo pequeño y pintaría otro vórtice, para completar el hueco que quedaba en la pared. ¿Debía incluir en la ecuación a la tal Lucía? Esta noche reflexionaría al respecto.
Fue a la cocina y se sentó en la pequeña mesa de allí para preparar su lista de comidas. A mano, con la cuadrícula que hacía con regla, creando celdas para los días que le quedaban hasta el fin de semana. Incluyendo compra en el Mercado el sábado. Desayuno, comida y cena.
Cuando terminó, miró su obra culinaria, imperfecta porque no cubría una semana. El domingo completaría la semana entrante. Miró la hora y se decidió por una cena antes de hora, con lo que encontrara en la nevera y en los estantes. No había nada que le inspirara a preparar nada. Se le ocurrió que podría ir a un bar a comer un bocadillo, última vez que se saltaba una de sus reglas. Nunca comer fuera. Nunca. Miró el móvil y tenía dos llamadas de números desconocidos, lo dejó en la mesa del salón, como siempre. Comprobó que llevaba veinte euros y algunas monedas sueltas de euro en su cartera. Salió al jardín y ahora la zona sin césped le parecía hasta bonita. Sonrió.
Salió y comenzó a caminar hacia la calle peatonal que estaba a unos veinte minutos andando y donde sabía que había bares de todo tipo, clase, precios y ruido.
menéame