Durante décadas abortar en España fue un acto clandestino, peligroso y solitario. Las mujeres que lo hicieron dentro de nuestras fronteras no dejaron huella en las estadísticas, pero sí en los pisos ocultos donde podían abortar. Algunas, las más privilegiadas, cruzaron fronteras para hacerlo en París o Londres. Se calcula que 40.000 mujeres embarazadas se iban a abortar al extranjero cada año. Mientras tanto, la ley las perseguía, la Iglesia las juzgaba y el Estado las ignoraba.