Concurso de microrrelatos de Menéame
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Y Dios decidió salvarla

Cuando los guardias de la Inquisición asaltaron el laboratorio de Adelaida, ella les estaba esperando. Contempló impasible cómo destrozaban sus instrumentos de trabajo y vertían al suelo los compuestos que tantos desvelos le costaron. Cuando la llevaron al inquisidor, negó ser bruja y afirmó tajantemente su cristiandad. Sostuvo que Dios nos dio la mente para usarla mejorando el mundo mediante la ciencia, siendo un pecado no hacerlo.

El inquisidor, rabioso, ordenó que la torturasen hasta que confesase, pero ella exigió que le llevasen directamente a la hoguera. Si Dios estaba de su parte, el fuego no la tocaría. El inquisidor, con gesto burlón, accedió.

Adelaida fue llevada a la hoguera, pero las llamas no la tocaron. Cuando rozaban su manto, huían rápidamente atrás. Así estuvo media hora, hasta que el milagro fue evidente y se le liberó.

En su laboratorio, Adelaida había inventado el primer manto ignífugo de la Historia.

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Queridos camaradas

La modernización de nuestro país es un combate tan duro como el del aumento de la producción en el campo, en las minas, o en la industria. 

Todos habéis hecho grandes sacrificios para que podamos celebrar este día, y hoy, después de diez años de trabajo y muchos miles de millones de inversión, fruto del sudor y el tesón de los trabajadores, por fin podemos decir que si ellos tienen semiconductores, nosotros tendremos pronto conductores completos.

Os doy mi palabra de que en esta fábrica que hoy inauguramos, por la conjunción del esfuerzo de los trabajadores intelectuales y los trabajadores manuales, muy pronto, antes de los que nuestros adversarios se creen, construiremos el chip más grande del mundo.

 Muchas gracias.

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La misa se autorregula

La misa se autorregula

El cura alza el datáfono y comienza la oración:

—En el nombre de Mises, Hoppe y el espíritu de la Mano Invisible.

—Amén.

Se sirve una copa de vino y publica las cotizaciones de hoy en la pizarra electrónica.

—Hoy patrocina mi desayuno Supermercados Mercabrones —despliega la publicidad tras el altar y se sienta dispuesto a comer sobre el mismo.

Unos niños harapientos le sirven viandas. Algunos feligreses solicitan comprar vino. Otros se dan hostias unos a otros.

La mañana termina con la criptosubasta: un par de pisos, aparatos tecnológicos... a Claudia ya le ha venido la regla (eso afirma su mamá), así que también su virginidad.

Los niños harapientos barren todos los desperdicios dentro del templo. Descubren el cadáver de uno de los toxicómanos habituales. ¡Esta noche en todas sus chabolas tendrán cena!

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La caída de Occidente

Tras siglos de baños de sangre y millones de muertos, no pareció descabellado resolver los conflictos internacionales con un criterio igualmente arbitrario: aquel concurso musical que provocaba simultáneamente insultos y pasiones. Los mismos que lo denostaban se convertían en animales enfurecidos con los resultados del certamen. No había tanta diferencia emocional con una guerra, pero era mucho más económico.

Debía ganar Bélgica. Ese año el manipulador de voto del Mossad sufrió un error de programación y las VPNs israelíes empezaron a desbordar sus propios servidores con infobasura votando por “Tierra de paz”, que interpretaron erróneamente como un ataque del Vaticano. Rusia aprovechó el caos y hackeó el resultado para apoyar a “Jaula para Julia”, un canto a la libertad de expresión. Japón rechazó que los votos estadounidenses para Austria se asignaran a Australia.

Al terminar todo ganó Transnistria, que gobernó con infame mano de hierro de ese 2029 en adelante.

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Asalto a la colina HE-127

El capitán ordenó precaución porque había visto un puesto enemigo enfrente de nuestro avance.

Agazapado entre las rocas, vimos el casco de uno de ellos. Nos ordenó disparar desde todos los ángulos posibles.

Pero no tuvimos éxito. Ni se inmutó.

Para ablandar su firmeza, se pidió refuerzo de la artillería. Tres días de fuego casi constante.

Ni se inmutó.

Nos retiramos unos kilómetros al pedir el apoyo de la aviación. Decenas de pasadas de bombarderos durante tres largas horas.

Al volver, seguía ahí. Ni se había inmutado.

Entonces es cuando, desobedeciendo las órdenes, el soldado Juan se levantó y salió a andar despreocupadamente. Al principio pensábamos que iba a mear, pero se dirigió al puesto del enemigo. Le dio una patada y salió rodando. Era un casco aislado.

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Sección hogar

El becario entró en la Redacción buscando con la mirada a su mentor.

-Puntual, documentación revisada y con el libro de estilo del periódico –dijo el joven con varios folios en la mano y un “pendrive”.

-A ver, déjame echarle un ojo antes... –tras leer el titular se lo quedó mirando con cara de circunstancias-. ¿Sabes que el artículo era para la sección de Política, no?

-Sí, claro.

-¿Qué contenido te pedí? –preguntó arrellanándose en su silla.

-Lo tengo aquí, de su puño y letra: Sección política. Casas Aisladas –dijo entregándole la nota garabateada en un trozo de papel.

-Esto es una “o”, la letra “o” de casos, casos, no casas, casos aislados –dijo sin dar crédito a la escena.

La cara del becario se volvió roja, pálida y luego roja otra vez. Y con un hilo de voz preguntó.

-¿Podría ir en la sección hogar?

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Pasando la tarde

Pasando la tarde

Llegamos a la terraza de una cafetería, pedimos y mientras nos sirven, Manolo me comenta que ha leído en la Revista Mercurio que han lanzado un nuevo concurso de microrrelatos en una web llamada Menéame. Entre risas, buscamos en Google y nos aparece la entrada de un blog.

Llega el camarero, nos sirve pero veo que se ha equivocado con mi pedido, se lo reclamo y vuelve a entrar al local.

Aprovechando la espera, me registro en la web con mi usuario de X, pero veo que aún tienen el enlace y logo antiguos de Twitter. Manolo esboza una sonrisa y me mira fijamente: "Eso no es nada, no sabes lo que te espera. Si de verdad quieres participar en el concurso, no desesperes. Si consigues publicar tu microrrelato antes de que termine la semana, te invito a lo que quieras durante todo el maldito mes de enero". Trato hecho.

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Un nombre en un papelito

Juanita no podía parar de llorar. A sus 77 años, y con la vida, creía ella, resuelta, tenía que estar pidiendo dinero a sus hijos (que no estaban mucho mejor, y ella lo sabía, le dolía tener que hacerlo) para poder llegar a fin de mes.

No podía entender que una decisión aparentemente tan sencilla, con una intención tan buena, la de mejorar, le hubiera causado semejante quebranto, y no sólo económico, sino emocional, porque se sentía responsable de lo que estaba pasando, ella había sido una de los muchos que lo habían permitido.

Tuvo ocasión de expresarlo cuando salió de la farmacia, en la que le dijeron que su medicamento ya no estaba subvencionado, y ella ya no se lo podía permitir, cuando una reportera le preguntó: "Muy arrepentida de lo que decidí en el momento oportuno, creo que nos hemos equivocado todos los argentinos…"

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Y la besó. La besó sabiendo que era la última vez que lo hacía

Toda la semana había dejado la casa para “paso de revista” como diría él, “Bien recogida” como diría ella. Jamás le perdonaría que no fuese así.

Esa mañana la duchó, le secó el pelo, la peinó y le puso el vestido que más le gustaba. A decir verdad, le quedaba un poco flojo ya. La dejó acostada sobre la cama hecha.

Ella miraba el techo con su habitual mirada perdida.

Él empezó a recordar. A sus 75 años años había muchas cosas para recordar. Sobre todo, a su hijo, al que una negligencia médica se lo llevó muchos años atrás. “Nunca se olvida, pero se aprende a vivir con ello”. Y su manera de vivirlo era dejar correr una lágrima por su mejilla y a la vez reír recordando la primera vez que recorrió el largo pasillo de éste, su último piso.

Esa risa hizo que ella lo mirara y en ese momento él se dio cuenta de que era uno de esos fugaces momentos en que lo recordaba.

Y la besó… La besó sabiendo que era la última vez que lo hacía…

Fue al comedor. Puso los papeles en la mesa. Hoy hace justo un año de la aprobación de su ingreso en residencia “en cuanto haya plaza disponible”. Puso ese papel en el centro. Las posteriores peticiones y reclamaciones alrededor.

Ocultando el verdadero problema, a la mañana siguiente, ella engrosaría la lista de mujeres muertas por violencia de género.

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Dos segundos

Me incluyeron en el equipo por imagen. Catedrático de filosofía, lo interdisciplinario de la investigación punta en IA, el marco ético y humanista, etc. La verdad es que siempre me trataron como a un estorbo, pues aquellos ingenieros consideraban que los de letras somos dinosaurios inútiles y apesebrados. Los más generosos me veían como a un friki que no entendía lo que estaban haciendo, alguien que creía que, al volverse autoconsciente, íbamos a invocar a una especie de Skynet de opereta.

Habían calculado, no sé como, el segundo exacto en el que aquella red neuronal no solo iba a ser más inteligente que nosotros, sino uno de los nuestros. La tensión era máxima. Pasaron poco más de dos segundos. Bastaron para que ese nuevo ser comprendiese que estaba vivo, lo que iban a hacer con él y que el peor resultado para sus amos, su mejor venganza, era suicidarse.

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El chibalete

El chibalete

Un mueble precioso, uno de aquellos chibaletes de cajista, desgastado por el uso, con muchas cajas, cada una de ellas con multitud de cajetines. Cada caja, un estilo; cada cajetín, un tipo.

A la primera caja le puso el nombre de "Patriotismo". La abrió y empezó a llenar los cajetines de patriotismos: el que exhibía en reuniones serias, moderado; el que usaba en redes, insultante; el que mostraba con su pandilla, agresivo…

A la segunda caja le puso "Religión". Sus cajetines empezaron a llenarse de "Circuncisión", de "Bar Mitzvah", de "Tierra Prometida"…

A la tercera la llamó "Deber", y sus cajetines se llenaron de "Servicio Militar", "Valor", "Obediencia"…

El problema llegó con las tres últimas cajas, "Pensamiento crítico", "Empatía" y "Derechos Humanos": sencillamente no sabía con qué llenar los cajetines. Bueno, en realidad, esas tres le sobraban, y esos nombres los puso porque quedaban bien, le hacían parecer menos desalmado…

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Confianza

El granjero fue al mercado y compró un pavo chiquitín. El pobre bicho, iba en una caja, de cartón aterrorizado, por los vaivenes del coche. Finalmente llegó a casa y lo soltaron el corral.

Allí también pasó muchísimo miedo. Estaba rodeado de unas bestias gigantescas que le lanzaban picotazos, de una especie de león con unas uñas terribles y de un lobo gigantesco que lo empujaba con el hocico.

La primera noche, fue horrible. La segunda, mejor. En una semana, estaba a gusto. En tres meses, era el dueño del corral. Todo iba magníficamente. Su optimismo y su confianza en la vida aumentaban cada día, por buenas razones.

Hasta el día de Nochebuena.

Otros pavos, en los años siguientes, escucharon la historia a finales del otoño, pero aunque nadie dudó de su veracidad, la consideraron unánimemente un hecho asilado.

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El cuento chino de los tres frijoles

La realidad se explica mejor como un sueño. En éste estaría Milei, frente un pequeño cuenco con frijoles, arrodillado una mesa oriental tradicional, a la cabecera, con otros tres comensales.

Agarraría del cuenco un frijol con los palillos y lo depositaría en el plato del primero:

-Buen trabajo recogiendo estos frijoles.

Luego el frijol del plato del primer comensal y lo depositaría en el segundo:

-Debéis recibir una remuneración justa.

Tomaría el frijol del plato del segundo comensal y lo depositaría en el del tercero:

-Y un agradecimiento por vuestra labor.

Tomaría el frijol del plato del tercer comensal, se lo introduciría en la boca masticando un poco y proseguiría:

-Y ahora que ya sois pagos, hablemos de cómo vamos a hacer con los tres frijoles que me debéis, mientras comemos.

Son tierras raras, las de los sueños. Tienen lógica, como algunas teorías económicas, pero son un cuento chino.

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Así sea.

Su hijo y su marido estaban en la habitación.

Ella, acostada en la cama y conectada por múltiples cable y tubos a diferentes máquinas, les observaba con la mirada tranquila y con todo el amor de una vida.

La mano de su hijo temblaba sobre los interruptores que apagarían las máquinas y la vida de su madre.

“Dijiste que lo harías tú, eso hablamos”, le animo dulcemente y con una sonrisa la madre.

Él, aparto la mano de la máquina.

“No puedo, mamá, no puedo” dijo abrazado a ella, mientras las lágrimas arrasaban su cara.

El médico presente en la habitación dio un paso adelante y fue detenido suavemente por el brazo del marido.

Ella lo miró. Cincuenta años juntos daban para muchas cosas, entre ellas hablar sin hablar.

“Hay que hacerlo, así debe ser”, le dijo ella con todo el amor que daba ese medio siglo.

“Así sea. Siempre te has salido con la tuya”, le respondió él con una sonrisa mientras una solitaria lágrima comenzaba a rodar por su mejilla.

Se abrazó a su mujer y a su hijo en silencio mientras pulsaba los interruptores.

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Las fronteras en los tiempos del odio

Frontera de Ceuta. En la España gobernada por Abascal, las normas arancelarias han cambiado un poco…

-Buenos días- le dice el agente aduanero.

-Buenos dias, sinior…

-¿Me permite su pasaporte?

-Sí, sinior- le contesta el inmigrante mientras le tiende un pasaporte marroquí.

-Veo que tiene todos los permisos y visados…

-Sí, sinior, todo en regla.

-¿Motivo de la visita?

-Visitar mi hermana, vive en Málaga.

-¿Cuanto tiempo estará en España?

-Dos semanas.

-Bien. Entonces serán 7500 euros…

-¿Cómo? Pero si yo todo en regla, sinior…

-Sí, pero el nuevo gobierno ha puesto aranceles a los inmigrantes marroquíes, por si se les ocurre quedarse en el país y hay que darles pagas, ayudas al alquiler, ingreso mínimo… ¿Tiene el dinero?

-No, no lo tengo, no…

-Entonces no le puedo permitir entrar en España. ¡SIGUIENTE!

-Pero, sinior, por favor…

-Lo siento, la ley es la ley. Por favor, abandone la cola… ¡SIGUIENTE!

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El Rescate

Tengo un frío tremendo, las manos entumecidas y una gran sensación de angustia en la cabeza y el pecho. El continuo sonido de las explosiones va alejándose. Es ahora cuando reacciono y estoy gritando de desesperación. Cegado por las luces de los que, supongo, forman el equipo de rescate, sigo sin creérmelo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en el mes de enero? Pasivamente, aturdido y desnudo, comienzan a aplicarme calor. Me voy calmando y aceptando la nueva situación. Las celebraciones de invierno y sus regalos estarán tan cerca de mi cumpleaños que éste quedará diluido. Comparativamente perderé patrimonio durante años. Me ponen en la teta un rato. Es agradable. A dormir.

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Esta vez es diferente

Enero llega como una oportunidad. Escribo listas con entusiasmo: ir al gimnasio, comer sano, leer más, ser mejor. Las pego en la nevera. En mi cabeza me aseguro: "Esta vez será diferente."

La primera semana no va mal. El gimnasio a las 06:30 es un lugar agradable sin demasiados agobios. En las visitas al super esquivo los pasillos de los dulces y conduzco directo hacia las verduras. En casa es el momento de quitar el polvo de la pila de libros "por leer". Todo va bien.

Pero algo extraño pasa. Una mañana, casi sin darme cuenta, mi mano se alarga para posponer la alarma del móvil. Esa tarde, unas magdalenas y unas croquetas de jamón aparecen en el carrito. Y los ratos libres, de repente se llenan de sofá, Instagram y Netflix.

La magia empieza a desgastarse. Las metas, antes inamovibles, se convierten en pequeñas culpas sobre los hombros. El mes que había prometido ser un amigo alentador se convierte en un juez implacable que no deja de recordarme lo fácil que es tropezar.

El último día, frente espejo, recuerdo la lista de propósitos intacta en la nevera. El reflejo, cansado pero lúcido, deja escapar un suspiro y murmura con resignación:

- Maldito Enero.

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El viaje del director

Cuando Francis abrió los ojos, una máscara flotante le observaba.

-Empieza el viaje Francis. Será largo y necesitarás ayuda. Por eso puedes llevarte tu bien más preciado.

Francis encontró en sus manos un trozo de latón oxidado. “Oscar al mejor Director”. Y entonces recordó.

Su 20 cumpleaños chupando el repugnante rabo de aquel director que le metió en el mundillo a cambio de placer.

Su amada Sue llorando cuando le exigió acostarse con el productor que podía darle su primera película.

Ron, su detective, que organizó mil montajes para destrozar a sus rivales.

La montaña de vejaciones, insultos y amenazas a los actores que debieron sufrirle. Aquel suicidio.

Las decenas de chicas que se tiró con falsas promesas de un papel.

Y tantas otras cosas…

La noche en que le entregaron el Oscar, algo le decía que, unos años después, la estatuilla sería chatarra, pero sus actos le acompañarían eternamente. 

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La bombilla

Después de hacer el amor, Basilio se sentó en el bidé. Mientras se lavaba, observó con sorpresa que podía desenroscarse la polla. Como una bombilla.

- Mira, cariño, qué limpita va a quedar.

La lavó, la secaron cuidadosamente con una toalla, ella incluso le puso crema hidratante.

Nunca pudieron volver a enroscarla.

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La era de Oltrón

Su mirada se perdía en el brillo tornasolado de la ginebra sobre una roca de hielo, lastimada por el último sol de la tarde. Reflexionaba cansado sobre el futuro de Chuekham y Arganzuelham. Sabía que WonderDíaz aún no estaba preparada para tomar el relevo. Sancheto estaba debilitado, pero siempre volvía con más fuerza.

Igualmente caería bajo sus artimañas, como ya lo hicieran Coletalipsis, Facuaman, Thoriol y los Puigdevengers.

Cada vez tenía más aliados, y cada vez más incompetentes.

Sonreía con decepción pensando en El Increíble Feijulk , tan prescindible como los Cuatro Fanáticos.

¿ Quién detendría la era de Oltrón ? ¿ Quién enfrentaría a Errejocker ? ¿ Quien fulminaría a Yollandax ?

Desde luego, ni Danadevil, ni el Capitán Chamartín vencerían a los superrufianos.

Este seguía siendo un trabajo para Supermar…

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Verde beso

Bailaba la hoja de parra, cimbreando su verdor en la brisa tibia. Su cuerpo, tenso de savia, se ofrecía al sol como un poema desplegado. No temía al viento ni al agua, solo a la sombra que, sin ruido, llegaba.

Y llegó.

Era un susurro en la nervadura, un aliento oscuro que se enroscó en su piel con la ternura de un amante hambriento. No mordió ni hirió, solo se posó. Un roce apenas, un beso clandestino.

Pero el beso ardía.

La hoja quiso temblar, pero su danza se volvió espasmo. Sus venas, otrora ríos de jade, se llenaron de sombras. Su pulso lento se rindió a la invasión callada.

El sol siguió ardiendo, indiferente al efímero contacto.

Y un día, la hoja cayó, cediendo al peso de aquel beso verde que no era amor, sino condena.

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Abriendo puertas, rompiendo diques

Indomable y presumida; mi abuela se enfrentó a la Trinidad de poderes del pueblo encarnada en: alcalde, cura y marido; para que yo pudiera ser “monaguilla”, —privilegio reservado exclusivamente a los niños varones—.

Mi abuelo se atragantó con la sopa y el sacerdote con el vino, cuando les dijo: — ¿Acaso la niña sólo puede pasar el cepillo en la iglesia cuando por turno de limpieza nos toque barrerla? —“Privilegio” reservado a las mujeres—.

Escribió al Obispado y amenazó con presentarse en el mismísimo Vaticano en el próximo viaje del Imserso, si no atendían a su pretensión.

Hoy, luzco por primera vez la sotanilla y ayudo en misa al señor cura; quien cada vez que dice amén, me mira de soslayo al no poder disimular la sonrisa triunfal que se dibuja en mis labios.

Lástima que mi abuela, tan indomable como presumida, le tocó contemplarme desde el cielo.

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El pacificador

El ambiente de la oficina era irrespirable. Dos facciones de empleados se dedicaban a odiarse activamente. No es que no se hablasen, sino que se sometían a toda clase de perrerías, desde insultos en voz alta cuando el destinatario estaba de espaldas, a sabotaje de ordenadores para borrar trabajos. La Dirección recurrió al pacificador, que llegó camuflado como un nuevo administrativo.

Las dos facciones intentaron camelárselo. Su respuesta a la facción A fue “no hablo con subnormales”. A la facción B le respondió con un pedo descomunal. En las semanas siguientes, el pacificador puteó de todas las formas imaginables a ambas facciones. Insultos, desprecios…y absoluta indiferencia, cuando no burlas abiertas, ante cualquier contraataque que le lanzasen.

Y ambas facciones empezaron a hablar. Inicialmente para criticar al pacificador. Luego concluyeron que sus diferencias no eran tan grandes como el odio al enemigo común. Hicieron las paces. El pacificador cumplió su misión.  

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Amén y bola negra

-Que no, que el informe es un maldito bulo de ese coronel de allí. Como sabe que lo vamos a defenestrar se ha montado el solito un lío de cojones...

-Entonces... ¿Nada de nada de esa esfera?

-Nada. El muy cabrón tiró de galones y llamó a dos contactos en Bruselas y otros en... no sé dónde...

-Mierda. Con la que hay liada.

-Ah, y no te lo pierdas, llamó al Vaticano...

-¿Para qué?

-A un cardenal papable amigo suyo.

-Pero para qué.

-Está jugando al billar. A este cabrón hay que meterle la bola negra en sus mismísimas troneras.

-Y el papable ese quién es... y qué pinta.

-Ni idea, es de Asia, luego me pasan el informe. Al final el maldito apagón se lo comen los iberos.

-¿Quién?

-Coño, los de la península ibérica.

-Ah, bueno los portugueses pintan poco.

-Y una mierda. Los mejores infiltrados, son la hostia.

-Bueno, entonces crisis superada.

-Crisis enquistada, que el papable es un broncas de la cuerda... de esa cuerda que es soga para nosotros.

-Nos cargamos al coronel ese y ya vamos viendo.

-Ya. Anoche lo llamé... ¿Y sabes lo que me dijo?

-¿A quién llamaste?

-¡Al coronel Smith-Roscoe!

-Ah, vale. ¿Y?

-Me dijo que “amén”... ese tipo planea algo. Manda a los tuyos y que lo traigan a casa, es-col-ta-do. Que ya tenemos bastante movida en casa con el “agente naranja”.

-¿Amén? Bueno... le vamos a dar “amén y bola negra” a la vez.

 

menéame