Concurso de microrrelatos de Menéame
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Punto Nemo

En octubre de 2026 los ocupantes de un yate decidieron gastar una broma (no sé si llamar así a este crimen), una venganza o simplemente un acto malvado. La noche en que pasaban por el lugar más remoto del Pacífico, aquel en que existe la mayor distancia a cualquier trozo de tierra firme y que es conocido como Punto Nemo, dejaron abandonado en una balsa de goma a otro pasajero que no gozaba de sus simpatías.

Las retorcidas intenciones del grupo no se aclararon en el juicio posterior, pero fue evidente que nunca imaginaron que la víctima podría alcanzar las costas de Perú remando con las manos durante días, como hizo.

El hombre no atendió a arrepentimientos ni súplicas de perdón. Tampoco pidió penas severas o reparación alguna. Como los abandonados por el amor, había estado solo demasiado tiempo en el mar y al alcanzar de nuevo tierra, nada necesitaba.

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Un punto en el radar (Homenaje a Lem)

En la pantalla del radar aparecía un punto sospechoso. Podía ser una nave enemiga.

La amenaza permanecía a una distancia constante. Si nos alejábamos, avanzaba hacia nosotros. Si nos acercábamos, huía a una velocidad equivalente a la nuestra.

Quien quiera que pilotase aquella nave, parecía dispuesto a hacernos perder los nervios. Eran ya tres semanas de tira y afloja, y nuestras reservas de combustible comenzaban a agotarse.

Informamos a Tierra y dijeron que era prioritario identificar aquel objeto desconocido. Si coordinaba sus movimientos con los nuestros, seguramente era una nave, y seguramente no tenía buenas intenciones. Jugándonos la vida, aceleramos al máximo tratando de sorprenderlos, pero huyeron.

Con muchas dificultades, y casi deshidratados, logramos regresar a Tierra.

Sólo entonces supimos que el punto era un puñetero pixel dañado en la pantalla del radar.

Pero ciertamente era un punto muy peligroso. Por poco nos mata.

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Pixel Art

Desde que soy director del Museo de Arte Contemporáneo, no puedo evitar la tentación de enfrentar siempre a mis conocidos a la más descarada pieza: Pixel, un punto solitario en un vasto lienzo blanco. A su lado, un díptico expone una diatriba pretenciosa, delirante e intrascendente sobre su «profundo» significado. Me regodeo indicando su obsceno precio de mercado, invitándoles a dar su sincera opinión. Nadie se aventura a denunciar que el emperador está desnudo. 

Julia, en cambio, lo vio claro. Era una técnica habitual entre los millonarios para inflar artificialmente el valor de una obra, en connivencia con marchantes y críticos. Una vez madura la estafa, se donaba a una galería amiga y se obtenía una desgravación fiscal de hasta el 50% de su supuesto y disparatado valor. 

—La elusión fiscal, en efecto, es todo un arte —concluyó.

Sonreí en silencio. Punto para ella.

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Las vacaciones como animal mitológico

Mis dos abuelos murieron hace mucho. Como ya he contado alguna vez, uno era falangista y otro de la CNT, lo que a ellos no les impidió ser buenos amigos y a mí aún se me nota, por herencia, en demasiadas ocasiones.

Además, uno era agricultor y otro ganadero, dos oficios, como se sabe, enfrentados desde la prehistoria.

Pero entre tantas diferencias, había una similitud que los unía: las vacaciones.

Para cualquiera de mis dos abuelos, las vacaciones eran algo incomprensible, casi mágico, tan producto de la modernidad como la luz eléctrica, los coches y la televisión. Los dos habían trabajado desde niños, con más o menos ahínco, con mejor o peor fortuna, pero sin disfrutar otra forma de asueto que los días festivos.

¿Vacaciones? Claro hombre, cuando las vacas no coman. No te joroba...

Por eso, entre otras cosas, nadie se quedó en el pueblo.

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También de meneame

Iba a escribir algo, pero prefiero descansar.

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Aproximación al punto

«Concéntrate en el punto —le dijo la voz interior con la que había dialogado durante su interminable naufragio—. No lo pierdas de vista ahora que, aunque insignificante, has logrado ver ese lugar en el que terminan todas las cosas. El final de tu deriva en el cosmos de las ideas está en ese punto categórico. Todas las palabras que has dejado atrás, las historias a la espera de desenlace, los axiomas que aún no son teorema, las noticias en curso, quedarán selladas cuando llegues a él. Mantén un rumbo firme y una velocidad constante. No aceleres el vehículo de tu pensamiento ni apresures tu llegada; no quieres aproximarte al punto girando sin control, arriesgándote a quemarte en la densa atmósfera del final. Hay que llegar a él con la paciencia del primer día, disfrutando del viaje, sabiendo que, más tarde o más temprano, la novela estará terminada.»

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Miramare

Abrió la verja con cierta desgana, y bajó catorce escalones blancos.

Por fin miraba al mar de Positano desde una terraza anaranjada. Llegó con su flamante dos caballos charlestón, como en sus sueños. Se acompañó de una guitarra y de algunas canciones petulantes, como en sus sueños.

Pero nada era igual, porque en sus sueños este verano era mil novecientos setenta, y él era un chico más alto, y ella italiana y jamona.

Flipper, bar, café y helado, y el sol muriendo rosa entre sus dedos. No importaba, en realidad, era distinto y perfecto.

Él con camisa de flores, ella con tanga y sombrero.

Qué hermosa tarde para hablar de amor, mientras muere el sol, y se preguntan a qué saben los besos en el Miramare.

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Otra vez es verano

Felipe está contento y nervioso. Van a ser sus primeras vacaciones de verano en 15 años. Hasta hoy ha sido físicamente imposible disfrutar siquiera unos minutos de luz estival.

Guarda su escaso equipaje y se acomoda en el estrecho vehículo. No necesita más. Ni su mujer ni sus hijos, fallecidos durante la Tercera Guerra Mundial, le acompañarán.

Los kilómetros avanzan y las densas nubes se van disipando. El cielo empieza a lucir un azul tan intenso que duele en los ojos. Luego ennegrece y aparecen miles de estrellas. Nítidas, increíbles, ¡qué visión! La finísima capa superior de la atmósfera queda debajo, cubriendo el uniforme marrón y gris de la Tierra.

«Mi primer verano nuclear» se susurra a sí mismo, emocionado, intentando jugar con las palabras. La antítesis de la oscuridad y el hollín que le esperan nuevamente en tierra firme.

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Vacui dies

Imparsifal y Horas se han tomado vacaciones, el tema de esta semana es el de la semana pasada, no se ha designado vencedor de ella, y los usuarios siguen mandando relatos sobre un tema posiblemente caducado.

Pero yo también me tomé vacaciones la semana pasada. Vacaciones de un concurso con el que no tengo ninguna obligación formal, pero sí una autoimpuesta, un compromiso adquirido, una querencia natural: la de enviar cada semana un relato. Porque me gusta, simplemente.

Y, sin embargo, mi cerebro no me "avisó", no se acordó de los microrrelatos: tenía una actividad más absorbente, más deseada, un viaje en ciernes, un encuentro en perspectiva, y eso borró la escritura de mi mente. Curioso, ¿no?

Y, cuando vuelvo, abandono, desolación. Igual es sólo que tenía que pasar, que mi abandono era contagioso, era un síntoma, era el preludio de…

En cualquier caso, fue bonito mientras duró.

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Vacaciones solidarias

Por amor se aguanta casi todo. Cuando mi chica me dijo cómo pretendía pasar las vacaciones, no pude evitar fruncir el ceño justo antes de decirle que me parecía una idea estupenda y muy solidaria. Volamos directamente desde los States. Menos mal que mi suegro, al final, no vino, empeñado como estaba en conocer la tierra de sus ancestros.

Así que ahora me encuentro aquí, al borde de la insolación, en el lugar más elevado de Sderot, desde donde se ve el espectáculo. “No son seres humanos. Son monstruos. Hay que destruirlos”, dice uno de los locales. Mi chica, con ese acento tejano que tanto me pone, susurra: “Quiero ayudarles como sea, después de lo que han pasado. Venir aquí y ver el frente con mis propios ojos ayuda a entender la historia más a fondo”.

Además de guapa, es culta y buena gente. Pero yo quería ir a Magaluf.

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La paella bielorrusa

Ante la tórrida experiencia de los ya habituales cincuenta grados en latitudes impropias, se decidió elegir algún proyecto de geoingeniería. Muchos países suspicaces, ahora no veían otra salida.

Esparcir carbonato de calcio era simple y barato, pero las consecuencias eran imprevisibles. Deflectar parte de la radiación con una sonda era más complejo, pero fácilmente controlable y reversible.

Se decidió afectar el tercio inferior del planeta, porque era mayormente agua y hielo, y compensar a las regiones australes, que pasaron a una eterna noche.

La idea funcionó, pero el clima cambió por completo, como si alguien hubiese girado la tierra treinta grados.

Lo peor, sin embargo, fue ver a escoceses cantando saetas, y sacando en procesión a un William Wallace martirizado.

La saudade polaca también hizo daño, pero no tanto como el reggaeton progresivo alemán.

A su lado, el tango iraní y la cumbia coreana eran hasta soportables.

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Presupuesto

Presupuesto

-Lo siento, pero es imposible mantener los árboles, no hay presupuesto- espetó el técnico de Jardines.

Los vecinos ya se temían esa postura del Ayuntamiento, estaba canino y se resistía a gastar ni un euro en "cosas inútiles". Pero, muy al contrario, eran imprescindibles.

-Más lo siento yo: esa respuesta es inaceptable. Los árboles del barrio están casi todos muertos por su negligencia, y su sombra es más que necesaria- dijo el portavoz vecinal.

-Bueno, bueno, lo primero es mirar cómo están los que quedan. Vamos…

Salieron del local comunitario, en Julio, a mediodía, sol de justicia, hacia el primer árbol todavía en pie. El técnico, sudando la gota gorda, se sitúa bajo su sombra.

-No, hombre, venga al sol, con nosotros: no hay árboles, va cargado con compra y no hay resguardo…

A la semana siguiente iniciaron las labores de replantado y protección de los árboles de la calle.

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Villa pato

Cuando llegaba a casa de mis tíos en verano lo primero que hacía era mirar si aquel cactus seguía allí, ese que me regaló unas cuantas púas clavadas en la pierna y que mi tía las quitó riéndose de mi torpeza. Sí, seguía allí. Luego visitaba el columpio, la alberca llena de agua de pozo y saludaba a los conejos y pollos que en días posteriores irían a la cazuela. No, patos no había. Mi prima, la moderna, ponía música pop de aquellos años en un viejo tocadiscos portátil. Eran tardes sin siesta donde nos íbamos los primos al pueblo. Una de aquellas tardes aprendí lo que era un beso de labios, coqueto, simple, sonrojante y sincero. Un beso de labios temblorosos, inseguros, limpios de dos críos de doce años. Recuerdo que cerramos los ojos, recuerdo que ella también veraneaba en la zona, en una casona del pueblo. Nosotros en una zona apartada sin agua corriente ni electricidad. Nada importaba viviendo en Villa Pato. Jamás supe por qué le pusieron ese nombre. Jamás pregunté. Me acuerdo del cactus y de unos labios.

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Los mejores veranos de nuestra vida (Valdesuei)

Mis vacaciones perfectas eran sobre dos ruedas. Unas veces recorriendo los caminos del pueblo en busca de aventuras; otras, huyendo del cinturón de don Ignacio, el hortelano, cuando nos descubría devorando sus sandías. Eran el delicioso sabor de tortilla recién cocinada, del helado almendrado en la piscina y la rebanada de pan con aceite de oliva que mi abuela nos preparaba todos los días para merendar.

Cuando enfermó y tenía tratamiento en la ciudad, nos la dejaba en la alacena junto a una nota: “Pan y oro para mis tesoros”. —Siempre tuvo una vis cómica—.

El día de su funeral, busqué refugió en la alacena para llorar tranquilo. Allí contemplé varias cazuelas de pan con aceite, junto con una nota: “Oro y pan duro para el futuro”. —Siempre tuvo esa vis cómica—.

Lágrimas y risas se entremezclaron confusamente mientras merendaba, en aquel último verano de mi niñez.

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Romanticismo a 40 grados

Dicen que el musgo sienta bien a los recintos abandonados, y que los pintores, especialmente los románticos, adoran esas ruinas verdosas impregnadas de niebla.

Y con esa esperanza vine hoy a este recinto nuestro de los relatos, pero no hay musgo que resista los cuarenta grados, ni niebla, ni siquiera tema de la semana.

Poco romanticismo se ha pintado representando un solazo de parrilla, gente sudorosa, y perros con la lengua fuera. Imaginaos a Drácula, acojonado en lo más hondo de su tumba. Imaginaos a Frankenstein, huyendo al desierto de Argelia en vez de a las brumas y los hielos del Norte. Nada cuadra, nada encaja en esos escenarios de calor.

Salvo el Infierno, claro. Pero esa ya sería otra historia.

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El tema de la semana es: Vacaciones

El tema de la semana es: Vacaciones

Efectivamente, en una ráfaga de creatividad e inspiración hemos decidido hacer una pausa (hasta septiembre) en nuestro concurso semanal de microrrelatos y lanzar el último tema antes de que todos hagamos las maletas, cerremos el portátil y huyamos —si podemos— del calor, los jefes, los noticieros y las opiniones en Twitter (de Menéame sabemos que no es posible). Es el momento de escribir brevemente sobre eso que todos anhelamos y tememos: las vacaciones.

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Sol y sombra

Sol y sombra les llamaban a las dos hermanas, igual que al coñac con anís que tomaba su padre los domingos.

Una era rubia y otra morena. Una era seria e introvertida y la otra sonriente y habladora. Por eso era tan difícil decidir quién era sol y quien era sombra. Quien no las conocía, pensaba que Cristina, la rubia, era el sol, y Amaya, la morena, la sombra. Quien las trataba con frecuencia, era de la opinión contraria.

Su hermano Juan contrajo una grave enfermedad degenerativa y después de infinita lucha y sufrimiento, pidió la eutanasia. Los jueces se la negaron.

Las dos hermanas decidieron entonces ayudar a Juan por su cuenta. Al final, sol no se atrevió. No tuvo valor en el momento decisivo. Pero sombra sí. Porque el sol se apagará algún día, pero la noche es eterna.

¿Qué importa su nombre? Sombra lo hizo.

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La sombra de Platón

La fábula del viejo Platón nos dice que unos prisioneros vivían en una cueva subterránea donde sus amos, a modo de teatro de sombras chinescas, hacían deslizarse diversas siluetas, simulando la realidad de su mundo. Un día, el elegido descubrió el engaño y decidió actuar. Tras una ardua escalada —pues toda victoria sobre las sombras requiere transitar el camino del héroe— pudo contemplar la realidad con sus propios ojos.

Lo que el maldito griego no nos contó es que, una vez regresó con sus compañeros, estos lo humillaron. Allí fuera era pleno estío y en la cueva se estaba fetén. Además, podía creerse muy listo, pero ya se habían dado cuenta del engaño hacía tiempo; decidieron continuar con la farsa porque sus captores les trataban bien.

Salustio, romano y más práctico, ya nos explicó que el hombre no busca la libertad, sino un amo justo. Y fresquito en verano.

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Una mañana como otra cualquiera

Sebastián Horza se había levantado esa mañana como cualquier otro día, pero casi por casualidad se dio cuenta de que no tenía sombra, miró y remiró varias veces buscando como un perrillo su cola hasta que se convenció de que no tenía sombra. Nunca la había echado en falta hasta que la perdió. Se tocó los brazos, las piernas, la cara, todo parecía seguir en su sitio pero su cuerpo no bloqueaba la luz. Decidió ir a Urgencias.

Justo cuando iba a salir hacia la calle se miró de refilón en el espejo de la entrada. Se detuvo en seco y dio un par de pasos atrás. Se quedó mirando esa lámina reflectante con marco dorado, un espejo vacío que sólo mostraba el cuadrito de la pared de enfrente. Sebastián tampoco se reflejaba en el espejo.

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El punto pequeñito

-Mamá, ¿esto es un punto?

-No, eso es un círculo, porque es muy grande y se puede medir.

-Pero si lo hago más pequeñito también se puede medir.

-Piensa en un puntito tan pequeñito que no lo puedas medir.

-Pero entonces no se vería.

-Coge el bolígrafo de punta muy finita y...

-Espera que voy a por tu regla especial. (...) ¿Ves? Mide la mitad de estas dos rayitas...

-Medio milímetro, sí. Pues más pequeño.

-Mamá, siempre va a medir algo y será un círculo.

-¿Sabes qué? Tienes razón. Pinta un círculo muy pequeñito y ya está.

-¿Y entonces, un punto qué es?

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Yo no soy racista pero...

No puedo, de verdad, es que no puedo. Yo no soy racista. Sí, sé que lo habéis leído muchas veces, que lo habéis escuchado muchísimas veces pero es que es verdad. Yo no soy racista pero es ver calcetines de ejecutivo y ponerme malo. Sí, lo primero son los puñeteros calcetines de ejecutivo. A mí es que me gusta mirar a las personas de abajo arriba hasta verles el rostro y saber cómo son. Los malditos calcetines no van solo. Miras y ahí está: el pantalón, la camisa, la chaqueta y la corbata. Si es que no falla, joder. Algunos, además, engominados hasta el cielo. No soy racista pero en cuanto veo uno así, pienso: este es de los que me ha jodido la Sanidad; este es de los que hace que mi hijo, a lo mejor, no pueda estudiar; este es de los que dice que mis padres no van a poder tener pensión porque son insostenibles. No falla: habría que colgarlos por los calcetines y ver si son sostenibles o no, no te jode.

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Big Bang

Solo existía el punto primigenio. Explotó en millones de otros puntos. Disparados, los puntos trazaron las primeras líneas, como lluvia.

Comprimiendo línea sobre línea el tiempo y la presión crearon las primeras superficies. Luego, las formas tridimensionales, tus curvas, el espacio, la luz, tu sonrisa, el viento, las sombras. Sombras en tu ombligo; pero también sobre el terreno, dibujadas por el sobrevuelo de los aviones y sus bombas.

Mi dios me dijo que me olvidara de ti y del amor. Que repartiera ira por las tierras de las gentes. Una ira primigenia que también explota en millones de otras iras. Se disparan, trazan guerras irresolubles, contaminan con hambre los suelos y deforman el futuro.

¿Quién me iba a decir que un misil me haría recordar de nuevo la paz? Aquí, inmóvil, en la cama del hospital, sin ti. Deshaciéndose mis formas, superficies y líneas; a la espera del punto final.

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Tabula rasa

Ben revisó su código por última vez, y vio que todo era bueno.

Pasaba todos los tests, y de todos modos era un cambio muy rutinario. Había que actualizar la fuente del sistema porque el guión largo era apenas indistinguible del guión corto, y eso decía la academia que no podía ser.

Al día siguiente los aviones iban lanzados como cohetes, los semáforos tardaban siglos en cambiar de color, y el mundo estaba como enrarecido, encabritado. Especialmente gracioso era ver a ancianas en sillas de ruedas motorizadas a ochenta por hora y el pelo alborotado, como poseídas de forma repentina y ubicua por el espíritu de Sor Citroën.

Sería un caos si no fuera porque la gente estaba muy contenta con su nuevo saldo. Ebúrneo, redondo, sin decimales.

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El punto decisivo

Miró al médico y sintió admiración: era atento, diligente y muy humano. No pudo evitar pensar que ese podría haber sido él. Desde niño soñaba con estudiar medicina y estaba seguro de que se habría convertido en un gran profesional, pero el pinchazo en selectividad le obligó a cambiar de planes. Otra carrera, otra ciudad, otra vida. ¿Cómo habría sido todo si hubiera sacado solo un punto más?

La mano de su mujer lo devolvió a la consulta. La pantalla mostraba la imagen de la ecografía: era una niña. Sonrió casi sin darse cuenta y ella le devolvió la sonrisa. Bendito punto menos.

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Un puntito de tristeza

Sentía un puntito de tristeza, pero en general, nada concreto, a grandes rasgos. Normalmente no tenía problemas, ni angustia... "el día a día me come", solía decir, y el puntito desaparecía, o se posponía y difuminaba. Sin embargo nunca mostraba una expresión plenamente tranquila, aunque tampoco acelerada. Iba como un autómata, sin sentimientos, solo procesos. Sabía lo que había que hacer, y lo hacía bien.

Incluso al llegar a casa alguna película o libro ayudaban a desconectar, y entonces ese puntito se hacía notable, como un mosquito. Aunque el sueño ya no permitía concentrarse.

Pero al llegar la jubilación, ese puntito de tristeza lo ocupó todo, y esta noche, en el espejo, sí veía signos de cansancio, que afortunadamente nadie más podía ver. Y quizás de alivio.

Y pensé en el resumen de mi nota de despedida: Sabía lo que había que hacer, y lo hice bien.

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