Eran unas enamoradas del arte, trabajadoras y creativas, pero para los circuitos culturales del siglo XIX tenían un gran lastre: ser mujer. No podían acceder a una educación en igualdad de condiciones con el hombre, estaban vetadas en muchos espacios artísticos y su único oficio reconocido era ser buenas esposas. Dedicarse a la pintura como profesional era una frivolidad y una provocación.
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