n estos días se cumplen tres años del lanzamiento de ChatGPT. Tres años desde que los trabajadores de cuello blanco —los de teclado fino y aura profesional— descubrieron que el peligro no venía del robot de fábrica, sino del algoritmo silencioso que escribe, calcula, analiza, desarrolla… y todo a una velocidad de vértigo. Y mientras todo eso sucede, el fontanero sigue ahí. Entra en casa, mira la fuga y la arregla. Hace lo que ninguna IA puede: resolver un problema real, tangible, inmediato.