
En la portada de El Economista un titular para alimentar el relato de los inmigrantes viven de las ayudas: "Los inmigrantes acaparan el 50% de rentas mínimas autonómicas". Pero, luego pasar a leer el artículo en el interior y hay un cambio sustancial: "Los inmigrantes acaparan hasta el 50% de las rentas mínimas autonómicas". Vaya, a alguien se le "olvidó" incluir el hasta en la portada, pero no seamos malpensados.
Pero no queda ahí la cosa, que si nos vamos al mapa donde desglosan por Comunidades Autónomas el porcentaje de extranjeros que las cobran, vemos que ninguna llega al 50% y que las dos que más se acercan (Navarra y La Rioja) son precisamente las más pequeñas en cuanto a población, y que todas las más pobladas tienen cifras por debajo del 30%.
¿Es una lucha de clases?
Es una lucha de clases
¿Vamos perdiendo?
Vamos perdiendo
La Constitución Española (CE en adelante) se cocinó con toneladas de hipocresía y oropel, destinadas a fingir que somos un Estado social, callar a los partidos de izquierdas con concesiones simbólicas y mantener los privilegios económicos de las viejas élites franquistas. Esta realidad, que explicaré en los siguientes párrafos, tiene una incidencia decisiva en la cuestión que vamos a analizar en este artículo: la posible inclusión en la CE del aborto como un derecho que, al estar protegido por la Carta Magna, ninguna mayoría parlamentaria puede negar mediante la aprobación de leyes que lo prohíban o desvirtúen. Este blindaje constitucional del aborto ha sido propuesto por el PSOE ante las reiteradas declaraciones de Vox que niegan que sea un derecho y abogan por abolirlo, y el PP se ha opuesto www.heraldo.es/noticias/nacional/2025/10/03/pp-ve-innecesario-blindar-
Antes de entrar en el meollo debemos tener claras varias cuestiones. La primera es el concepto de derecho subjetivo. Un derecho subjetivo es un arma que nos otorga la ley para defender un bien jurídico (vida, libertad, integridad física...) que nos pertenece. El derecho subjetivo está integrado por facultades concretas, que son posibilidades de exigir a los demás acciones u omisiones a nuestro favor (que nadie se cuele en mi casa sin mi permiso, que el Estado me cure si enfermo, que se me proporcione una educación pública de calidad, que nadie me agreda....). Y esas facultades son, por su propia naturaleza, exigibles ante los tribunales, encargados de proteger el contenido de todo derecho subjetivo. Un derecho subjetivo no reivindicable judicialmente es, en la práctica, una pistola sin gatillo. O un camelo, o una burla a su titular, porque no le permite accionar para proteger el bien jurídico que el Estado le reconoce, de modo que cualquiera puede vulnerárselo alegremente.
La Constitución reconoce auténticos derechos subjetivos (los derechos fundamentales) y otros "derechos" que en realidad son camelos. Los derechos fundamentales, ubicados en la sección primera del capítulo segundo del título primero de la CE, son reivindicables ante el Tribunal Constitucional (TC en adelante) mediante el recurso de amparo por cualquier ciudadano si se le violan, y básicamente coinciden con el clásico catálogo de derechos civiles y políticos (reunión, manifestación, libertad religiosa, inviolabilidad del domicilio, participación política, libertad de expresión, vida, integridad física y moral...). Cierto es que para acudir al TC tienes que agotar previamente todas las instancias judiciales ordinarias, y que las probabilidades de que consideren interesante tu recurso y con ello lo admitan a trámite son de menos del 1% (pues el TC solamente admite a trámite los recursos que tengan "especial transcendencia constitucional, que para ellos es básicamente que el caso que les planteas sea novedoso y original, o que afecte a muchísima gente aparte de ti). Pero algo es algo.
Y luego están los falsos derechos o derechos-camelo. Los encontramos básicamente en el Capítulo Tercero, y abarcan el grueso de los derechos sociales, como la vivienda digna. Estos derechos no son reivindicables por el ciudadano, pues la CE no permite usar el recurso de amparo para reclamarlos. Para colmo, el TC ha dicho reiteradamente que, a diferencia de los derechos fundamentales, no tienen contenido esencial (el contenido esencial es ese núcleo central o contenido mínimo del derecho que el legislador debe respetar sí o sí para no violarlo), correspondiendo al legislador decidir cuánto los desarrolla con una libertad que, en la práctica, es absoluta.
Ciertamente, hay una vía para reclamar los derechos sociales del Capítulo Tercero, pero requiere un mínimo de honestidad e independencia de los magistrados del TC que, por su elección política y su dependencia del PPSOE, es difícil encontrar. Esa vía consiste en vincularlos a derechos fundamentales, de modo que si se me viola el derecho a la vivienda también se atenta contra mi integridad moral al condenárseme a condiciones denigrantes e incompatibles con mi dignidad, al igual que mi intimidad, al privárseme de un hogar donde desarrollar mi vida personal y familiar lejos de miradas ajenas. De este modo, puedo reivindicar el derecho social mediante un recurso de amparo. Pero el TC, tan tristemente politizado, siempre ha rechazado tal posibilidad. Por tal causa, en España no tenemos derecho a la vivienda, ni ninguno de los derechos sociales del Capítulo Tercero, que se incluyeron en la CE para que el PCE y el PSOE pudiesen decir a sus bases que habían conseguido algo que, en realidad, no era nada.
Hemos dicho que el TC está radicalmente politizado. Ello se debe a la elección política de sus magistrados: 4 por el congreso de los diputados, 4 por el senado, dos por el gobierno y dos por el Consejo General del Poder Judicial, cuyos vocales elige el parlamento. A ello se suman las puertas giratorias judiciales, consistentes en que el magistrado apadrinado por un partido tiene, si se porta bien, la garantía de que será colocado en otro alto cargo (magistrado del Tribunal Supremo, Fiscal General del Estado, alto cargo del Ministerio de Justicia...) cuando acabe su mandato.
Una vez aclarado todo lo anterior, vamos al aborto. El TC lo declaró recientemente como parte o facultad inherente a varios de los derechos fundamentales consagrados en la CE, tales como el libre desarrollo de la personalidad o la integridad moral, avalando con ello la última ley del aborto promovida por PSOE y aliados, que nos equiparaba a nuestros vecinos del norte (Francia, Alemania...) al establecer una ley de plazos para abortar www.newtral.es/tribunal-constitucional-aborto-sentencias-2023/20230720.
El razonamiento es, a mi juicio, impecable: los derechos subjetivos implican facultades, esto es, posibilidades de exigir a terceros acciones u omisiones para proteger el bien jurídico que amparan. Exigir que no me obliguen a ser una incubadora andante y destroce mi plan de vida asumiendo un hijo no deseado, encaja de lleno en el contenido esencial de los derechos fundamentales antes citados, constituyendo por tanto una de las facultades que llevan aparejadas. Si el desarrollo del feto es limitado en el momento en que reclamo ejercer tal facultad. podemos decir que la ponderación entre el bien jurídico que constituye la vida humana en formación y los bienes jurídicos que protegen mis derechos fundamentales, mueve la balanza en la dirección del aborto libre. Si el desarrollo del feto es mayor, entonces el aborto no podrá ser libre, quedando circunscrito a una serie de supuestos que todos conocemos.
¿Qué sentido tiene entonces constitucionalizar el derecho al aborto si el TC ha dicho que es parte de los derechos fundamentales ya reconocidos? Tiene mucho sentido, porque lo han dicho unos magistrados elegidos en su mayoría a instancias del PSOE, con la oposición de los magistrados elegidos a instancias del PP. Cuando haya mayoría conservadora, el criterio sería diametralmente opuesto, y podría incluso restringirse de forma radical el derecho al aborto...o prohibirse. Porque, como ya dije, en el TC la razonabilidad jurídica se supedita muchas veces a la lealtad política.
¿Puede el PSOE constitucionalizar el derecho al aborto sin el PP? De ninguna manera. Los artículos 167 y 168 de la CE regulan, respectivamente, los procedimientos de reforma constitucional simplificado (que se usa para cambiar partes de la CE que no se consideran de singular relevancia) y agravado (para aquellas partes esenciales de la CE, como la que regula la monarquía...o los derechos fundamentales). Si el PSOE quisiese meter el derecho al aborto en el Capítulo Tercero, lo cual sería un brindis al sol porque los derechos allí plasmados son papel mojado, necesitaría tres quintos del Congreso de los Diputados y la mayoría absoluta del Senado. No los tiene. Si quisiera incluirlo en el apartado que regula los derechos fundamentales (donde sí tendría un papel crucial) necesitaría dos tercios en ambas cámaras. Y luego disolver las Cortes, convocar elecciones, que las nuevas Cortes avalaran la reforma por dos tercios...y convocar un referéndum ratificatorio. Ciencia ficción en estos tiempos.
Con ello, podemos concluir que estamos ante una maniobra para retratar a PPVox y demostrar lo fachas que son en relación con un derecho que las mujeres españolas, con toda la razón, valoran mucho. Eso y que nuestro sistema constitucional es francamente mejorable, extremo éste imprescindible para que superemos nuestras rémoras franquistas de una vez.
La noche antes de beber la medicina, soñé que me ahogaba en un río de tinta.
Esto es lo que no te dicen sobre el sufrimiento: que eventualmente te vuelves adicto a tu propia agonía. Que el ego, esa entidad fantasmal que habita el espacio entre quiénes creemos ser y la nada que realmente somos, se alimenta tanto del dolor como del placer. Que después de suficiente tiempo, ya no sabes la diferencia entre existir y defenderte de la existencia.
Durante años viví como un hombre que construye murallas. Cada logro era un ladrillo. Cada mentira, argamasa. Cada acto de generosidad calculada, un torreón desde el cual observar mi superioridad. Mi belleza, mi inteligencia, mi sensibilidad artística... todo lo que podría haber sido simplemente parte de mí se convirtió en munición para la guerra interminable contra mi propia insignificancia.
La doctrina budista tiene una palabra para esto: dukkha. Occidente la traduce como "sufrimiento", pero esa traducción es demasiado pequeña, demasiado limpia. Dukkha es el roce constante de un hueso dislocado. Es la sed que nunca se sacia. Es el sabor metálico del miedo que acompaña cada respiración cuando vives creyendo que eres algo que debe ser protegido, alimentado, perpetuado, cuando vives creyendo que "eres“.
Mi padre murió un martes.
Los budistas hablan del anicca, la impermanencia. Todo lo compuesto se descompone. Todo lo que nace, muere. Pero cuando tu padre deja de respirar en una cama de hospital mientras tú sostienes su mano, el concepto se vuelve carne. La impermanencia deja de ser filosofía y se convierte en el sonido de un monitor que emite un tono continuo, la temperatura decreciente de la piel, el peso imposible de la ausencia.
Después vinieron las otras pequeñas muertes: el trabajo que se evaporó, el dinero que nunca llegó, el cuerpo que comenzó a traicionarme con síntomas que ningún doctor podía nombrar. Me convertí en un hombre hecho de polvo mantenido junto solo por el hábito de la cohesión.
Y aún así, el ego persistía. Incluso en la ruina, especialmente en la ruina, se aferraba más fuerte. "Mira cuánto sufro", susurraba. "Mira lo especial que es mi dolor."
La neurociencia moderna ha descubierto algo extraordinario: que el cerebro tiene una estructura llamada Red Neuronal por Defecto, un sistema que se activa cuando no estamos enfocados en tareas externas. Es el autor de la narrativa del yo, el guionista que convierte el caos de la experiencia sensorial en la telenovela coherente que llamamos "mi vida". Es la voz que comenta, juzga, compara, planea, recuerda, lamenta.
Cada noche, cuando nos hundimos en el sueño profundo, esta red se silencia. Por unos minutos preciosos, el narrador abandona el teatro. La obra continúa sin protagonista. Pero ocurre en la oscuridad, sin audiencia, y al amanecer el actor vuelve al escenario sin recordar que alguna vez existió algo más allá del papel que interpreta.
La ayahuasca no es iluminación en una botella. Es demolición líquida.
La ceremonia ocurrió en una casa a las afueras de la ciudad, un lugar donde las luces de la civilización aún eran visibles pero ya no importaban. Doce extraños sentados en círculo, cada uno cargando su propio peso de desesperación sin nombre. El curandero -un hombre cuya edad era imposible de determinar- sirvió el brebaje en pequeñas copas de cerámica. Sabía a tierra, a muerte vegetal, a todo lo que las ciudades nos enseñan a olvidar.
"Esto te mostrará lo que necesitas ver", dijo. "No lo que quieres ver."
Treinta minutos después, el mundo se desintegró.
La dimetiltriptamina, el principio activo de la ayahuasca, es la única sustancia psicodélica que el cuerpo humano produce naturalmente. Está en tu cerebro ahora mismo, en cantidades traza. Algunos investigadores creen que se libera en grandes cantidades durante el nacimiento y la muerte, que químicamente hablando, nacer y morir se sienten exactamente igual. Que quizás todo lo que llamamos "vida" es solo el espacio entre dos experiencias de DMT.
Cuando la molécula inundó mi cerebro, no experimenté visiones celestiales o encuentros con entidades cósmicas. Experimenté algo mucho más aterrador: la verdad.
Vi cada vez que había elegido la imagen sobre la autenticidad. Vi la pornografía no como placer sino como anestesia, el onanismo como un intento desesperado de tocarme a mí mismo porque nadie más podía alcanzar al hombre detrás de la máscara. Vi mi generosidad como chantaje emocional, mi inteligencia como un muro, mi dolor como vanidad. Vi que había construido una persona entera a partir de reacciones, que "yo" era solo un contrato social sostenido por el miedo a la disolución.
Los budistas llaman a esto anatta: no-yo. No que no existas, sino que no existes de la manera que crees. Que la sensación de ser un sujeto sólido, continuo, separado, es una ilusión cognitiva, un truco de la conciencia tan convincente que pasamos vidas enteras sin cuestionarlo.
Durante cuatro horas, ese truco dejó de funcionar.
Vomité. Lloré. Grité en idiomas que no conozco. En algún momento, dejé de saber dónde terminaba mi cuerpo y dónde comenzaba el suelo. El curandero cantaba ícaros -canciones medicina- pero sonaban como si vinieran desde dentro de mi propio cráneo.
Entonces llegó el momento que no tengo palabras para describir.
El "yo" simplemente... cesó.
No me disocié. No me desmayé. La conciencia permaneció, más brillante y más vasta que nunca. Pero el punto de vista, la sensación de que había alguien experimentando la experiencia, se evaporó. Era como si toda mi vida hubiera estado mirando el mundo a través de un caleidoscopio, y de repente alguien había quitado el tubo y todo era solo luz, sin fragmentación, sin intermediario.
Los místicos cristianos lo llaman unión mística. Los sufíes: fana, aniquilación. Los budistas zen: kensho, ver la naturaleza verdadera. Pero todos están apuntando al mismo territorio inefable: el momento en que el mapa del yo se quema y descubres que nunca fuiste el cartógrafo. Siempre fuiste el territorio.
No sé cuánto duró. El tiempo había dejado de ser lineal. Pero eventualmente, como una marea, el ego regresó. Excepto que ahora sabía -no creía, sabía- que era una construcción. Útil, quizás necesaria para funcionar en el mundo, pero no más real que un personaje en una obra de teatro.
Los días que siguieron fueron un naufragio en cámara lenta.
La integración -el proceso de tejer la experiencia psicodélica de vuelta a la vida ordinaria- es donde la mayoría de las personas fallan. Tienes el destello, el kensho, y luego regresas al mundo que te exige ser alguien: un trabajador, un hijo, un ciudadano, una identidad. El ego no muere fácilmente. Se reagrupa. Negocia. Incluso trata de apropiarse de la experiencia: "Mira, tuve una experiencia espiritual. Ahora soy aún más especial."
Pero algo en mí estaba roto de una manera que no podía ser reparada. O quizás algo estaba reparado de una manera que no podía ser rota nuevamente.
Durante semanas, caminé en niebla. Perdí grandes franjas de memoria. Personas me contaban historias sobre "nuestro pasado" y sonaban como anécdotas sobre un extraño que compartía mi nombre. No era amnesia en el sentido clínico. Era más como si el pegamento que había sostenido la narrativa de "mi vida" se hubiera disuelto, y los eventos ahora flotaban libremente, sin dueño.
Los neurocientíficos que estudian experiencias místicas han descubierto que pueden causar lo que llaman "interrupción de la continuidad autobiográfica". El sentido de ser la misma persona que ayer, que hace diez años, se basa en redes cerebrales específicas. Cuando esas redes se interrumpen —por meditación profunda, por psicodélicos, por ciertos tipos de trauma— la historia del yo puede fragmentarse, reescribirse, o simplemente dejarse ir.
Entonces, un martes sin importancia, mientras preparaba café en mi cocina, me rendí.
No fue dramático. No hubo decisión consciente. Fue más como exhalar después de contener la respiración durante décadas. El esfuerzo de mantener la persona que había sido simplemente... se detuvo.
Aquí está la cosa extraña sobre la rendición: parece la muerte pero se siente como nacimiento.
Las conductas que habían definido mi existencia -la pornografía, el onanismo compulsivo, la búsqueda desesperada de validación externa- simplemente dejaron de interesarme. No por fuerza de voluntad o represión, sino de la misma manera que dejas de jugar con juguetes de niño. No porque los juguetes sean malos, sino porque has superado la etapa en la que proporcionan lo que necesitas.
Hice algo aún más extraño: comencé a inventar historias falsas sobre mí mismo. Le conté a amigos que había visitado prostíbulos, que había tenido problemas con el alcohol ... cosas que nunca sucedieron. Cuando me preguntaban por qué mentía, no podía explicarlo excepto diciendo que la perfección percibida se sentía como otra prisión. Que si la gente me veía como inmaculado, estaban viendo otro ego, solo que uno más pulido. Y yo quería ser visto como lo que realmente era: nadie en particular. Ordinario. Humano. Imperfectamente real.
Los budistas tienen un concepto llamado upaya, medios hábiles. A veces, para liberarte de una trampa, necesitas una trampa más grande. A veces, para matar al ego espiritual, necesitas profanar la imagen que otros tienen de ti. Incluso si eso significa mentir sobre quién eres para acercarte a no ser nadie.
Hoy, dos años después, vivo en la extraña tierra entre mundos.
Grandes secciones de mi pasado están ahora envueltas en bruma. Miro fotografías de "mí" en eventos que "asistí" y siento la distancia que se siente al mirar fotos de tus abuelos jóvenes. Reconocimiento sin identificación. La sensación de "eso sucedió", pero no "eso me sucedió a mí".
¿Es esto una pérdida? Los neurólogos podrían llamarlo disociación. Los psicólogos podrían preocuparse por fragmentación. Pero el camino budista no tiene como objetivo la preservación del yo. Tiene como objetivo ver a través del yo. Ver que el prisionero y el carcelero son la misma ficción. Que la puerta de la jaula siempre estuvo abierta porque nunca hubo jaula, solo el hábito de actuar como si la hubiera.
No recomiendo la ayahuasca. No recomiendo ningún camino particular. Los budistas tradicionales dirían que tomé un atajo peligroso, que el verdadero despertar viene de décadas de meditación disciplinada, no de una noche de química cerebral alterada. Y tienen razón, hasta cierto punto. El DMT puede romper el ego temporalmente, pero no te enseña cómo vivir sin él. Esa es la obra de toda una vida.
Pero tampoco me arrepiento. A veces necesitas que tu mundo explote para darte cuenta de que está hecho de escenografía. A veces necesitas morir para descubrir que la muerte es solo otra historia que el ego cuenta sobre lo que no puede controlar.
Esta mañana, preparé café nuevamente. Vi el vapor elevarse de la taza, sentí el calor atravesar la cerámica hacia mis palmas. Y por un momento, solo un momento, no había nadie allí para tener la experiencia. Solo la experiencia misma, autoconocida, sin observador. Luego el "yo" regresó, como siempre lo hace, porque esto es lo que hace la conciencia en forma humana: se olvida y se recuerda, una y otra vez, en un ritmo tan antiguo como respirar.
Pero ahora sé la diferencia. Sé que el yo es como las olas en el océano: real en su expresión momentánea, pero nunca separado del agua que lo compone. Y ese conocimiento, ese simple reconocimiento, cambia todo y nada.
Todavía pago las facturas. Todavía siento dolor. Todavía cometo errores. Pero ahora los errores no amenazan con destruirme, porque no hay un yo sólido que destruir. Solo patrones. Solo hábitos. Solo esta extraña, preciosa, ordinaria experiencia de ser temporalmente humano.
Los maestros zen dicen: "Antes de la iluminación, corta leña, carga agua. Después de la iluminación, corta leña, carga agua."
Todo sigue igual. Todo es completamente diferente. Y quizás esa paradoja es la única verdad que vale la pena conocer.
La taza se enfría en mis manos. La bebo de todos modos. Esto, también, es sagrado. Esto, también, desaparecerá.
Y yo, quien sea que sea yo, no podría estar más agradecido de presenciar su desvanecimiento.
"El ignorante yerra, hiere, destruye a veces, pero lo hace con las manos torpes del que nunca ha visto la luz. Su maldad es casi natural, un reflejo del hambre, del miedo o de la estupidez.
El verdadero desprecio imperdonable, en cambio, pertenece al hombre que ha conocido el pensamiento, la belleza, la hondura de lo humano… y, aun así, ha elegido servir al mal. Ese ser ha contemplado el abismo con los ojos abiertos y, en lugar de apartarse, ha decidido habitarlo o incluso convertirlo en lucrativa profesión. Su culpa es consciente. Su crimen no es de acción, sino de espíritu: pervertir la lucidez para justificar la corrupción.
Nada hay más repugnante que la inteligencia al servicio de la vileza. Porque la inteligencia debería ser una forma de pureza: una búsqueda de claridad en el caos. Pero el hombre que, sabiéndolo, se vende al mal, profana esa claridad. Hace del pensamiento una máscara, del verbo una trampa, de la razón un instrumento para degradar. Es el traidor absoluto, el que no tiene excusa ni redención.
(...)
El ignorante puede ser perdonado; el sabio que elige el mal, nunca. Él no es víctima de las tinieblas, sino su arquitecto. Y no merece compasión, porque ha conocido la verdad y la ha escupido".
Albert Camus, Combat, 1944.
"Sobre la intelectualidad del nazismo".
menéame