Amén, dijo uno de los cardenales, para terminar. Amén repitió y todos entendieron amen. Así lo hicieron. El amor se dio entre ellos, sobre ellos, bajo ellos, en cada uno de los rincones del cónclave. Salió humo de la chimenea: fumata blanca. Así que todos se dejaron llevar y, una vez más, el Vaticano se convirtió en Sodoma y Gomorra.