(Por Alberto López Girondo).-El arcaico golpe de Estado contra el hondureño José Manuel Zelaya pone en el tapete los estrechos límites en que se mueven las democracias latinoamericanas. Pero también representa un desafío –quizás el definitivo– para demostrar que no es a través del cuartelazo que se habrán de dirimir los negocios públicos en esta región, cansada de dirigencias retrógradas, con o sin uniforme
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