Hay gestos que parecen inocuos. Un clic, un pulgar hacia arriba, un corazón rojo flotando sobre una imagen. Un “Me gusta”, o “Me encanta”, “Me divierte”, “Me enfada”… Cuatro emociones encapsuladas, reducidas a píxeles, a reflejos condicionados. Pero detrás de ese gesto leve, casi automático, se esconde una cárcel. Una prisión emocional que nos hace creer que estamos comunicados, cuando en realidad somos islas flotando en un océano de soledades. El clic es la nueva moneda de cambio en la economía de la atención. Nos esclaviza con su aparente...