
Aliide Truu miraba fijamente a la mosca y ésta le devolvía la mirada. Aquellos ojos globulosos le provocaban náuseas. Era una moscarda excepcionalmente grande, ruidosa, ansiosa por poner los huevos. Mientras aguardaba colarse en la cocina, se frotaba las alas y las patas sobre la cortina, como preparándose para comer. Buscaba carne, sólo carne. Las mermeladas y el resto de conservas estaban a salvo, pero la carne no. La puerta de la cocina se hallaba cerrada. La mosca esperaba. Esperaba a que Aliide se cansase de intentar cazarla, saliera de la habitación y abriese la puerta de la cocina. El matamoscas se estrelló contra la cortina, que se agitó, las flores de encaje se arrugaron y los claveles de invierno quedaron a la vista por un momento a través del cristal, pero la mosca escapó y fue a posarse desafiante en la ventana, justo encima de la cabeza de Aliide. ¡Paciencia! Necesitaba calma para mantener la mano firme.
La mosca la había despertado por la mañana al pasearse por las arrugas de su frente como quien deambula despreocupado por la carretera, en un gesto de arrogante provocación. Aliide había apartado la manta y se había levantado deprisa para cerrar la puerta de la cocina, pues a la mosca todavía no se le había ocurrido entrar allí. Era idiota, idiota y malvada.
Sujetó con fuerza el liso y gastado mango de madera del matamoscas y asestó otro golpe. El agrietado cuero batió contra el cristal, haciéndolo temblar, los ganchos tintinearon y, detrás de la tabla de las cortinas, el cordel que las sujetaba pegó una sacudida, pero la mosca se volvió a escapar, burlona. Ya llevaba más de una hora intentando matarla, pero ella salía airosa de cada golpe y ahora volaba cerca del techo con un fuerte zumbido. Era una moscarda asquerosa, crecida en la alcantarilla. La dejó por un momento. Descansaría un poco, después la mataría y más tarde iría a escuchar la radio y preparar conservas. Las frambuesas esperaban, y también los tomates, los jugosos y maduros tomates. Ese año la cosecha había sido excepcionalmente buena.
Purga, Sofi Oksanen
El que no trabaje, que no coma.
Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses. 3:10
John Smith, uno de los fundadores de las colonias en América.
Vladimir Ilich Lenin. El Estado y la Revolución.
Constitución de la Unión Soviética. 1936.
La violencia es un argumento válido o no, dependiendo de lo que se quiera demostrar.
Oscar Wilde.
“Pintó triunfante a Agamenón Homero
y a los troyanos viles y apocados,
y a Penélope, fiel a su marido,
sufriendo mil ultrajes de los pretendientes.
Pero si quieres la verdad desnuda,
entonces vuelve del revés la historia:
Grecia vencida, Troya vencedora
y, en fin, que fue Penélope una ramera”
Fragmento del poema épico Orlando Furioso ( Canto XXXV)
Ludovico Ariosto ( 1474- 1533)
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
Jorge Luis Borges, "Las ruinas circulares"
En alguien puede la naturaleza
haber puesto colorido y belleza
que jamás el arte logrará igualar.
Mas para conmover a un corazón sensible
menos puede ese don que la gracia invisible
que el amor llega a detectar.
Charles Perrault, "Riquete el del copete" (En algunas versiones: "Riquet el del copete".)
—Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío, y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso... Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: «Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna». Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: «Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre». Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces del tal hombre, que aún hasta agora están dudosos y suspensos, y, habiendo tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intricado y dudoso caso.
A lo que respondió Sancho:
—Por cierto que esos señores jueces que a mí os envían lo pudieran haber escusado, porque yo soy un hombre que tengo más de mostrenco que de agudo; pero, con todo eso, repetidme otra vez el negocio de modo que yo le entienda: quizá podría ser que diese en el hito.
Volvió otra y otra vez el preguntante a referir lo que primero había dicho, y Sancho dijo:
—A mi parecer, este negocio en dos paletas le declararé yo, y es así: el tal hombre jura que va a morir en la horca, y si muere en ella, juró verdad y por la ley puesta merece ser libre y que pase la puente; y si no le ahorcan, juró mentira y por la misma ley merece que le ahorquen.
—Así es como el señor gobernador dice —dijo el mensajero—, y cuanto a la entereza y entendimiento del caso, no hay más que pedir ni que dudar.
—Digo yo, pues, agora —replicó Sancho— que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen, y desta manera se cumplirá al pie de la letra la condición del pasaje.
—Pues, señor gobernador —replicó el preguntador—, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad espresa que se cumpla con ella.
—Venid acá, señor buen hombre —respondió Sancho—: este pasajero que decís, o yo soy un porro o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente, porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal. Y esto lo diera firmado de mi nombre si supiera firmar, y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula, que fue que cuando la justicia estuviese en duda me decantase y acogiese a la misericordia, y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.
Vivo bastante cerca del hospital de Motol. Cada año, antes de la llegada del invierno, sobre el hospital se reúnen los cuervos y sus gritos disonantes perturban el silencio. Y aquí, en este lugar de mi libro, en el minuto en que su canto me llega como una recordación del tiempo que ya se me va escapando, quisiera dar las gracias a mi amigo muerto. ¡Mientras me quede aún algo de tiempo! ¡Antes de que sea tarde!
No fue poco lo que me dio, además de su hermosa amistad. Fue más de lo que yo, con mi joven osadía, admitía antes.
Poco a poco, él iba abriéndome el mundo del arte moderno, que yo desconocía y que, dado mi escaso dominio de los idiomas, no podía conocer. Me gustaba la poesía, pero Teige me enseñó a amar igualmente el arte plástico. Me enseñó a mirar las pinturas y esculturas modernas. Me enseñó a tratar el mundo del arte con el necesario cuidado. No es arte todo lo que se llama así, todo lo que se nos ofrece como tal y lo que un día nos fue impuesto.
Recuerdo cómo Teige, muy joven todavía entonces, iba con su amigo Vladimír Štulc, que escribía sobre música y que más tarde fue miembro de Devětsil, iba a los ensayos del Cuarteto Checo. Se trataba de una relación familiar, ya no recuerdo cuál. Teige amaba la música, pero estaba lejos de entenderla como un especialista. Después de uno de los ensayos expresó un reparo característico, diciendo que el primer violinista X. Hoffmann no tocaba su instrumento con la misma belleza con que pintaba Svabinský. Cuando alguien en el periódico expuso un llamamiento gratuito para que se encontrase una palabra checa que sustituyera a la alemana kitsch («cursilería»), Teige, sin dejarse desconcertar y con cierta brusquedad, propuso: R.U.R.[53] Nosotros conocíamos bien a los hermanos Čapek y sus Simas radiantes o El jardín de Krakonoš y nos gustaba La pasión de Dios. También el nombre de Devětsil se lo debíamos a los Čapek.
Tan sólo hubo una cosa en la que los esfuerzos de Teige fracasaron conmigo. Durante mucho tiempo, pero en balde, trató de convencerme para que aprendiese a bailar bailes modernos. Al final me propuso enseñármelos él mismo. Nezval tocaría el piano para acompañar las clases de baile.
Teige bailaba con placer, con un verdadero apasionamiento. En la biblioteca tenía clavada con una chincheta la portada de un viejo número de L’Illustration que llevaba un espléndido dibujo de Gavarni: representaba a una joven que, al volver de un baile, se había dormido, sin quitarse su traje de noche, apoyada en la mesa. Bajo el dibujo se leían las palabras de Cristo parafraseadas: «Mucho le será perdonado, pues mucho ha bailado.»
En los años treinta ya sólo veía a Teige raras veces y de forma más bien casual. Pero durante la guerra, cuando Družtevní práce se propuso, en la medida de sus posibilidades, hacer más llevadera la vida de los escritores que no podían o no se atrevían a publicar, me encontraba con Teige con mayor frecuencia. Junto con Pavel Eisner, Teige fue uno de los que se guarecieron bajo su acogedor techo. Existía una especie de acuerdo que le permitía a Teige cobrar anticipos. Pero yo no estaba al corriente de aquel asunto.
Después de la guerra veía a Teige más a menudo. Iba a la librería de Otto Girgal. En la pequeña y angosta estancia de Ángel en Smíchov se reunía a veces mucha gente. Antes se podía ver allí a Josef Hora, que se detenía un momento cuando iba a casa de Košiřek. También acudía St. K. Neumann. Girgal le compraba a Teige, pagando con verdadera generosidad, libros antiguos y raros, pues al terminar la guerra las cosas seguían sin marcharle bien a Teige.
Con el entusiasmo de antes, que yo conocía tan bien por la primera época de Devětsil, Teige me hablaba de un grupo más reducido de amigos, pintores y poetas surrealistas, con el que se reunía. Entre ellos estaban Mikuláš Medek y Vratislav Effenberger. Por aquel entonces estaba trabajando en un libro sobre la «fenomenología del arte moderno» que había venido proyectando desde la época de la guerra y que estaban esperando en Družtevní práce.
Ya se quejaba entonces de una dolencia del estómago. Estaba tratando la enfermedad, pero los dolores no cesaban. No era ni el estómago, ni un cáncer. Era el corazón. Algo en lo que él no había pensado.
Teige murió el 1 de octubre de 1951. Era un melancólico día de otoño. El electrocardiograma había mentido. El médico que se lo tomó poco antes de que Teige muriese, no pudo, basándose en los datos del aparato, decir otra cosa que su corazón estaba funcionando con entera normalidad. No funcionaba así. Hacía mucho tiempo que había dejado de funcionar con normalidad. El corazón de Teige estaba tan desgastado que el médico que realizó la autopsia se negaba a creer que hubiera vivido con aquel corazón.
Era consecuencia de un trabajo intenso que, literalmente, apenas le dejaba dormir. Trabajaba las noches enteras. Pasadas las diez de la noche, se sentaba a la mesa de su casa y trabajaba hasta que despuntaba el día. El tiempo le apremiaba. Tenía miedo a no terminar el libro. Por aquellas fechas le acosaban sistemáticamente unas críticas desfavorables e injustas de la prensa de Praga. Puesto que estaba completamente indefenso, después de su muerte comenzaron a circular varios rumores suscitados por el silencio que súbitamente rodeó su final, su nombre y, como es obvio, sus libros.
André Breton, en su monografía dedicada a la pintora Toyen, menciona como verídico uno de aquellos rumores, según el cual Karel Teige se envenenó en el momento en que fue detenido, y que su mujer se mató poco después arrojándose por la ventana. Es preciso aclarar que Teige no fue ni detenido ni interrogado.
Los acontecimientos, no menos dramáticos, sucedieron de otro modo.
Hay mujeres —y suelen ser mujeres bastante jóvenes, aunque a veces no lo son tanto— que, cuando les ocurre la desgracia de que muera su marido, regresan del entierro llorando. Siguen llorando durante varios días. Luego se enjugan las lágrimas, se empolvan la nariz y echan una mirada de curiosidad en torno suyo. No, no se lo reprocho. Son cosas de la vida. Estoy de parte de las mujeres.
El estupendo poeta francés Alfred de Vigny, cuyo matrimonio se estaba tambaleando, dijo que las mujeres son las destructoras del ardor. ¡No todas! A nuestro Petr Bezruč le gustaba citar este aforismo sobre las mujeres: la madre es la única mujer que ama al hombre desinteresadamente; y precisaba que lo decían los franceses, ¿y quién mejor que ellos para entender de mujeres? No obstante, esto no siempre es cierto.
No dejaré que nadie destruya el mito de la mujer con que los hombres venimos coronando su belleza desde siempre. Ni la vejez, ni la enfermedad, ni siquiera la desilusión, que es lo peor, privarán a mis ancianos ojos de esta hermosa visión de la mujer. Soy un feminista empedernido. Y defiendo a las mujeres, aunque hoy ya es innecesario. Se defienden perfectamente ellas solas.
Estas breves líneas sobre mujeres son una obertura. El telón se levanta y en el escenario aparecen el marido y la mujer. Alguien llama y entra otra mujer. No, por amor de Dios, no es el comienzo de una comedia sobre el matrimonio de las que hemos visto docenas en todos los teatros. Todo lo contrario: es el comienzo de un espectáculo único. La tragedia de un hombre y de dos corazones femeninos.
«Como sabe», me escribía el joven amigo de Teige, Vratislav Effenberger, «el romanticismo de Karel Teige le condujo al entusiasmo por el amor libre. Amaba a su mujer sinceramente. Pero en los comienzos de la guerra, cuando conoció a la señorita E., consiguió demostrarse a sí mismo y a las dos mujeres que su relación podía ser feliz y armoniosa.»
Yo conocía la nueva unión de Teige. Y conocía a su mujer desde su juventud. Era una mujer seria, atractiva, excepcional. A su amiga no la había conocido hasta aquel verano, en casa de Girgal. Tampoco era una mujer corriente, sino igualmente atractiva e interesante de verdad. Una vez, al encontrarnos, me invitó, cordial, a su «Salamounka» de Smíchov. No fue mucho antes de su muerte. Cuánto lamento no haber aceptado entonces su invitación. Después ya fue demasiado tarde.
Nunca tuve dudas respecto a la seriedad de su relación con las dos mujeres. Él no quería, ni podía, ser protagonista de un vulgar triángulo matrimonial. Pero me extraña que aquel hombre, extraordinariamente brillante e inteligente, fuese capaz de suponer que iba a establecer entre las dos mujeres una relación apacible y armoniosa. Cómo podía ignorar que, cuando se trataba de un amor verdadero, algo semejante era imposible entre las dos mujeres. El mismo tal vez podía amar a las dos sinceramente; pero una mujer, si quiere a alguien, no sabe compartir el amor. Aquello pesaba sobre él como una enorme losa y le producía una tensión permanente. Y no añadía fuerzas a su corazón ajado y débil. A lo que parece, estaban sufriendo los tres.
Teige trabajaba cada noche en su casa. No se acostaba hasta el amanecer y dormía hasta el mediodía. Por la tarde, iba a ver a su amiga. Esta vivía cerca de la plaza de Arbes de Smíchov. Allí comía y por la tarde la señorita E. le ayudaba a hacer las fichas para su libro. Así pasaba los días y transcurrieron tres años: desde 1949 a octubre de 1951.
Aquel fatídico día de octubre, como Teige tardaba en llegar, la señorita E. decidió salir a su encuentro. Le estuvo esperando en vano. Se habían cruzado por el camino. Cuando regresaba, vio a Teige en la plaza de Arbes. Se apoyaba en un pilar de hierro fundido y la estaba llamando. Un espasmo de dolor retorcía su rostro. Era ya un rostro marcado por la muerte. A duras penas pudo acompañarlo hasta su piso. El caminar agravó más aún su sufrimiento. Una vez dentro del piso, se sentó; estaba cansado y se sentía mal. Ella se apresuró a llamar al médico. Tardó algún tiempo en dar con él. Cuando volvió, Teige estaba muerto.
Sin reflexionar, decidió que también ella debía morir. Pero antes tenía que comunicar su muerte a la mujer de Teige. Escribió una nota: «Karel ha dejado de existir. Ha muerto esta tarde.» Envió la nota a Salamounka con un taxista.
Su mujer, en cuanto leyó la nota, quemó toda la correspondencia de Teige. Que no era poca. Aunque veía a las dos mujeres cada día, les escribía cartas a las dos casi a diario. Después de cumplir con aquel rito sombrío, se asfixió con el gas.
La señorita E. vivió sólo unos días más. Empleó aquel tiempo para poner en orden los manuscritos que Teige guardaba en su casa y para entregárselos a sus amigos. Después de lo cual, hizo lo mismo que la mujer de Teige: abrió la espita del gas.
Su muerte dio fin a aquel horripilante baile de la muerte del que el público no llegó a enterarse «gracias» a las medidas que fueron tomadas a la muerte de Teige.
¡Al lado de qué hermoso y excepcional hombre y artista habíamos vivido! ¡Cuánta fuerza irradiaba su rica personalidad!
Durante el funeral de Teige, la sala de actos estaba casi vacía. Sólo había allí unos jóvenes, amigos suyos, que yo entonces no conocía aún.
De los amigos y compañeros de nuestra generación —fue la generación de Teige y en absoluto la de Wolker, como se acostumbra a llamarla— no acudió nadie. Sólo el fiel pintor Muzika y yo estuvimos allí, detrás de las sillas vacías.
Toda la Belleza del Mundo. Jaroslav Seifert.
Examinemos el siguiente planteamiento:
Tom W. es un estudiante de la principal universidad de nuestro estado. Ordene los siguientes nueve campos de especialización según la probabilidad de que Tom W. sea ahora un estudiante de alguno de estos campos. Utilice 1 para el más probable y 9 para el menos probable:
● administración de empresas;
● informática;
● ingeniería;
● humanidades y educación;
● derecho;
● medicina;
● biblioteconomía;
● ciencias físicas y biológicas;
● ciencias sociales y asistencia social.
Lo que se nos pide es fácil, pues inmediatamente nos damos cuenta de que la cantidad relativa de matriculaciones en los diferentes campos es la clave de la solución. Suponemos que Tom W. ha sido elegido al azar entre los estudiantes de la universidad, igual que se extrae una bola de una urna. Para decidir si es más probable que una bola extraída sea roja o verde, necesitamos saber cuántas bolas de cada color hay en la urna. La proporción de bolas de un tipo particular recibe el nombre de tasa base. Así, la tasa base de humanidades y educación en este ejercicio es la proporción de estudiantes de este campo entre todos los estudiantes. A falta de información específica sobre Tom W., consideraremos las tasas base y supondremos que es más probable que se matricule en humanidades y educación que en informática o biblioteconomía, puesto que hay más estudiantes de humanidades y educación que de las otras dos especialidades. Usar la información de la tasa base es el recurso obvio cuando no se nos proporciona ninguna otra información.
Ahora viene una tarea que nada tiene que ver con tasas base.
Lo que sigue es un esbozo de la personalidad de Tom W. redactado por un psicólogo durante el último curso de Tom en el instituto sobre la base de tests psicológicos de validez incierta:
Tom W. tiene una inteligencia superior, aunque carece de auténtica creatividad. Tiene necesidad de orden y claridad, y prefiere los sistemas ordenados y bien pensados en los que cada detalle tenga su lugar apropiado. Su redacción es más bien insulsa y mecánica, ocasionalmente animada por algunos tópicos y destellos de imaginación propios de la ciencia ficción. Tiene un fuerte impulso a la competencia. Parece tener poco interés y poca simpatía por los demás, y no disfruta en el trato con otros. Centrado en sí mismo, tiene sin embargo un profundo sentido moral.
Tome ahora una hoja de papel y ordene los nueve campos de especialización listados más adelante por la similitud de la descripción de Tom W. con el estudiante tipo en cada uno de esos campos. Utilice 1 para el más probable y 9 para el menos probable.
El lector avanzará en el capítulo si intenta hacer rápidamente esta tarea: una vez leído el informe sobre Tom W., ha de hacer un juicio sobre las diversas especialidades.
Lo que se le pide es bien simple. Requiere que escoja, o quizá construya, un estereotipo de estudiante en los diferentes campos. Cuando el experimento se hizo por primera vez, a principios de la década de 1970, la ordenación media fue la siguiente. Probablemente la suya no sea muy diferente:
1. informática;
2. ingeniería;
3. administración de empresas;
4. ciencias físicas y biológicas;
5. biblioteconomía;
6. derecho;
7. medicina;
8. humanidades y educación;
9. ciencias sociales y asistencia social.
Probablemente haya puesto informática entre los más idóneos por las muestras de simpleza («algunos tópicos»). De hecho, la descripción de Tom W. estaba escrita para ajustarse a este estereotipo. Otra especialidad que la mayoría colocó en los primeros puestos es ingeniería («sistemas ordenados y bien pensados»). Probablemente, el lector pensara que Tom W. no se corresponde con su idea de las ciencias sociales y la asistencia social («poco interés y poca simpatía por los demás»). Los estereotipos profesionales parecen haber cambiado poco en los últimos cuarenta años desde que hice la descripción de Tom W.
La tarea de ordenar las nueve carreras es compleja y ciertamente requiere de la disciplina y la organización secuencial de que solo el Sistema 2 es capaz. Pero las insinuaciones colocadas en la descripción (los tópicos y otras) servían al propósito de activar una asociación con un estereotipo, que es una actividad automática del Sistema 1.
Las instrucciones para esta tarea de similaridad requerían una comparación de la descripción de Tom W. con los estereotipos de varios campos de especialización. Para los fines de esta tarea, la exactitud de la descripción —si es o no un verdadero retrato de Tom W.— es irrelevante. También lo es el conocimiento de las tasas base de varios campos. La similitud de un individuo con el estereotipo de un grupo no resulta afectada por el tamaño del grupo. El lector ha podido así comparar la descripción de Tom con una imagen de los estudiantes de biblioteconomía, aunque no haya tal departamento en la universidad.
Si el lector examina de nuevo a Tom, verá que se ajusta bien a los estereotipos de algunos pequeños grupos de estudiantes (informáticos, bibliotecarios, ingenieros) y bien poco a los grupos más grandes (humanidades y educación, ciencias sociales y asistencia social). Por algo los participantes colocaron casi siempre los dos campos mayoritarios muy abajo. Tom W. fue intencionadamente ideado como un carácter «antitasa base», que se ajusta muy bien a los campos con pocos integrantes, y muy poco a las especialidades más solicitadas.
Pensar rápido, pensar despacio. Daniel Kahneman
Y Jacinta y su marido, extasiados por el hermoso panorama, comentaron:
-¡Qué bonito!
-¡Qué bonito!
-Chiquirriquitín -cedió el carretero-, sí, qué concho, que lo es; pero a güeno y a bonito no hay por to er contorno quien le gane. Ahí van ostés, don Esteban, a viví lo mesmo que en la gloria. Ni enfermos que curá va usté a tené, que apuesto yo que no haiga más salú ni onde la crían.
-Nos lleva usted a la fonda, ¿sabe?
-¿Cómo fonda? Pero, ¿quié osté que vaya a habé fondas en Palomas?
-Bien; a la posada, a una hospedería, hasta que busquemos nuestra casa. ¿Las hay desocupadas, que sean buenas?
-Desocupás que desocupás, digo yo que no es sencillo, porque hasta osté no hamos tenido médico, médico propio, vamos ar decí, y no hay pal médico casa que se diga. Cada cualiscual tiene su apaño; pero no es que haigan de fartá, y en tan y mientras, por esta noche, se quearán ostés en la der señó Vicente Porras. ¡Riaá, Morita! ¡Riaá,Serrana! ¡Arsa!... ¡Jaup! ¡Jaup! ¡Jaup!...
Las mulas trompicaban en otro mal paso del camino; atendió a ellas Cernical. Esteban, mirando al pueblo, trataba de compenetrar la impresión de su espectáculo con la única que de él había podido adquirir en un Diccionario enciclopédico donde se hubo procurado los informes. Brevemente, el libro le había dicho que Palomas era una aldea de ciento veinte vecinos, situada en las feraces estribaciones de Sierra Morena, con escuela pública, Juzgado municipal, a diez kilómetros del apeadero Los Torniscos, donde el tren hacía una hora les había dejado, y con producción de cereales, de vinos y de aceites. Él y su mujer, además, por recuerdos de versos y novelas, apoyados con los de la infancia de la Nora, que había nacido en otro pueblecillo andaluz, y confirmados por la verdad tan dulce que la realidad les iba presentando, traían el alma rebosante de la visión de estos edenes perdidos entre idílicas montañas con sus gentes nobles, sencillotas; con sus ricos generosos, sus pastores, sus esquilas de ganados y sus bailes de alegres mozas en medio de una dicha patriarcal regida sonriosa y santamente por la torre de la iglesia y por el cura. Cada estación del año representábaseles con un diverso encanto, siempre lleno de cándidas bellezas: el invierno, de nieves y de fríos cortados por el humo en espiral de los hogares, en que a la hora del Angelus contaríanse cuentos de brujas y de lobos; la hermosa primavera, que tendería sus mantos de esmeralda como alfombras del amor y del trabajo; las eras del estío, con sus noches de chicharras y de estrellas...; y el otoño, en fin, que poblaría las viñas de lindas muchachas y zagales cuyos cestos les coronarían de pámpanos las frentes...
Sin decírselo, dándoselo a entender con medias frases, sentían Jacinta y Esteban la viva sugestión de todo esto, en tanto Nora dormitaba sobre el niño. Fatigados ellos también por el largo viaje, y con ganas de llegar, habían notado que el carro, siguiendo sierra abajo las largas eses de la cuesta, según fue anocheciendo parecía alejarse de Palomas.
El cielo perdía su esplendor de roja lumbrarada, y en los llanos encendíanse por sitios diferentes unas líneas de llamas que brillaban cada vez más, como si caídos del celaje los fuegos de sus púrpuras fuesen abrasando la campiña. El Cernical explicó que era la quema de rastrojos, útiles sus cenizas para abonar las tierras, luego que habíanlos esquilmado las espigadoras y las cabras.
Felipe Trigo, «El médico rural».
Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez…
Mi mujer dormía a mi lado.
Puestas las gafas, la miré.
La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.
El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.
Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.
Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.
Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.
Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.
Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.
Y ahora que veo mi rostro calcado en el agua
Con mis mejillas hundidas bajo tupida barba
Consigo evocar la imagen del niño que era
Cuando mi hogar eran tus brazos y el cielo tu mirada clara
Sí, esa bondad pura que tus ojos empuñan
Madre, esa bondad tuya que mis ojos empaña
Aunque ya debe de ser de luna tu cabello
El olvido es lugar muy pequeño para recuerdo tan bello
Acto IV: La Carta, Rafael Lechowski.
En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: Tengo que acabar con esto cuando antes y ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas.
"hemos convertido las ideas en una forma bien remunerada de turismo".
Clea. Lawrence Durrell.
Estás mirando un reloj. Tiene manecillas y unas figuras dispuestas en círculo. Las manecillas se mueven. No podrías decir si lo hacen coordinadamente o si una se mueve más rápido que la otra. ¿Qué significa eso? Que hay una relación entre las manecillas y el círculo de figuras, y el nombre de esa relación lo tienes en la punta de la lengua; las manecillas son… algo-u-otra-cosa con relación a las figuras. ¿O lo son las figuras con relación a las manos? ¿Qué significa eso? Son figuras (tu vocabulario no ha disminuido en absoluto), y, por supuesto, puedes contar uno, dos, tres, cuatro, etc., pero el problema está en que no puedes decir cuál es cuál. Cada una es una: ella misma. ¿Dónde comienzas? Si cada una es una no hay…, ¿cuál es la palabra? La tenía hace un instante… «algunidad» entre ellas. No hay un entre. Sólo hay aquí y aquí, una y una, no hay allí. Maya ha caído. Todo es aquí, ahora y uno. Pero si todo es aquí, ahora y uno, no hay fin. No ha comenzado, por lo tanto, no puede terminar. Dios mío, sácame de aquí, ahora Uno…
Estoy intentando describir las sensaciones de una persona normal en un vuelo NAFAL. Para algunos puede ser aún mucho peor, aquellos cuyo sentido del tiempo es agudo. Para otros es relajante, como una droga que liberase la mente de la tiranía de las horas. Y para unos pocos la experiencia es auténticamente mística. El colapso de tiempo y relación les lleva directamente a la intuición de lo eterno. Pero el místico es una rara avis, y lo más cerca que está la gente de alcanzar a Dios en el tiempo paradójico es mediante una oración inarticulada y angustiada en petición de descanso.
Acostumbran a drogar a la gente en los saltos largos, pero dejaron de hacerlo cuando se dieron cuenta de los efectos. Lo que puede sucederle a un drogado, a un enfermo o a un herido durante un vuelo que transcurre casi a la velocidad de la luz es, por supuesto, imposible de determinar. Un salto de diez años luz no tendría que suponer ninguna diferencia, lógicamente, para un enfermo de sarampión o un herido de bala. El cuerpo no envejece más que unos minutos. ¿Por qué se saca al paciente de sarampión fuera de la nave al final del viaje hecho un leproso en tanto que el herido sale cadáver? Nadie lo sabe, excepto tal vez el cuerpo, que mantiene la lógica de la carne y sabe que ha estado enfermo, sangrando o drogado en una inconsciencia de diez años. Después de que muchos enloquecieran y de que se estableciera como un hecho el Efecto Fisher King, dejaron de utilizar drogas y de transportar enfermos, heridos y embarazadas. Hay que tener una salud normal para un viaje NAFAL.
Pero no se ha de estar cuerdo.
Fue durante las primeras décadas de la Liga cuando los terrestres, tal vez en un intento de mantener en alto su apaleado ego colectivo, lanzaron naves que realizarían viajes enormemente largos, mucho más allá de las estrellas. Buscaban mundos que no hubieran sido colonizados ni explotados, como lo habían sido todos los mundos conocidos, por los Founders on Hain, mundos auténticamente extraños; y todas las tripulaciones de aquellas naves de investigación estaban trastornadas. ¿Quiénes si no hubieran salido a recoger información que no sería recibida sino al cabo de cuatro, cinco o seis siglos? ¿Y recibida por quién? Esto era antes de que se inventara el comunicador instantáneo; quedarían aislados tanto en el espacio como en el tiempo. Ninguna persona en su sano juicio que hubiera experimentado el deslizamiento del tiempo, aunque sólo hubiera sido durante unas pocas décadas y entre mundos cercanos, se ofrecería voluntaria para un viaje de medio milenio. Los investigadores eran escapistas; inadaptados; introvertidos.
Diez de ellos subieron a bordo del transbordador en Smeming Port, en Pesm, e hicieron diversos e ineficaces intentos de conocerse durante los tres días que tardaba el transbordador en alcanzar su nave, Gum. Gum es un apodo lowcetiano, que quiere decir, más o menos, nene o animalito casero. En el equipo había un lowcetiano, un hairycetiano, dos hainisianos y cinco terrestres; la nave era de construcción cetiana, pero fletada por el Gobierno de la Tierra. Su tripulación subió a bordo a través de un tubo, uno a uno, como aprensivos espermatozoides que fueran a fertilizar el universo. El transbordador se fue y el Gum comenzó su viaje. Voló durante algunas horas por el borde del espacio a unos pocos cientos de millones de kilómetros de Pesm y luego, bruscamente, desapareció.
Cuando al cabo de diez horas y veintinueve minutos, o sea, 256 años, Gum reapareció en el espacio normal, se contaba con que estuviera en las cercanías de la Estrella KG-E-96651. Con toda seguridad habría también una adorable estrella de luz dorada. Y en algún lugar, dentro de una esfera de cuatrocientos millones de kilómetros, habría también un planeta verde, Mundo 4470, como indicó un cartógrafo hacía bastante tiempo. Lo que tenía que hacer la nave era buscar el planeta. No era tan fácil como parecía. En el espacio planetario, la Gum no podría ir a una velocidad cercana a la de la luz; si lo hiciera, tanto ella como la Estrella KG-E-96651 y el Mundo 4470 podían acabar explotando. Tendría que viajar utilizando cohetes a propulsión, a unos pocos cientos de miles de kilómetros por hora. El Navegante Matemático Asnanifoil sabía muy bien dónde tendría que estar el planeta y calculaba que lo alcanzarían en diez días-E. Entretanto, los miembros del equipo de Investigación podrían conocerse aún mejor.
Ursula K. Le Guin, "Más vasto que los imperios y más lento."
(Incluido en: "Mujeres y maravillas." Antologista: Pamela Sargent.)
“El ser humano es una criatura singular.
Todos su actos los motiva el deseo, pero su carácter lo forja el dolor.
Y por más que intente reprimir el dolor y contener el deseo, no logra liberarse del eterno grillete de sus sentimientos.
Mientras la tormenta brame en su interior, no encontrará la paz ni en la vida ni en la muerte. Y así día tras día, será zarandeado por ella: el dolor es su barco, el deseo es su brújula. De lo que es capaz el hombre.”
De la serie Dark.
También los Estados no cristianos luchan -- interrumpió Daville.
-- Cierto. Pero la diferencia estriba en que los países islámicos luchan sin hipocresía ni contradicciones. Siempre han considerado la guerra como una parte muy importante de su misión en el mundo. El islam ha llegado a Europa como una fuerza beligerante y hasta hoy día se ha mantenido o haciendo la guerra o gracias a las guerras que los cristianos se hacen entre sí. Mientras que esos mismos países cristianos, por lo que yo sé, condenan la guerra hasta el punto de que siempre atribuyen la responsabilidad a los otros y aun reprobándolo no cesan de combatir entre ellos.
Otro extracto de Crónica de Travnik, de Ivo Andrić :)
El amor se parece al carbón: cuando está candente, quema. Cuando está frío ensucia.
Vida y destino. Vassily Grossman.
En esta época nuestra, que es una época nihilista, se acrecienta la ilusión óptica que parece multiplicar las cosas que se mueven, en menoscabo de las cosas que están quietas.
Ernst Jünger. La emboscadura.
En lo cultural se nos debe tratar a todos con el mismo respeto, pero en lo económico la distancia entre los clientes de los bancos de alimentos y los clientes de los bancos de inversión no deja de crecer.
La izquierda habla el lenguaje del género, la identidad, la marginalidad, la diversidad y la opresión, pero con mucha menos frecuencia el idioma del Estado, de la propiedad, la lucha de clases, la ideología o la explotación […] Como señala Marx, ningún modo de producción en la historia humana ha sido tan híbrido, diverso, inclusivo y heterogéneo como el capitalismo, que ha borrado fronteras, derrumbado polaridades, mezclado categorías fijas y reunido promiscuamente una diversidad de formas de vida. Nada es más generosamente inclusivo que la mercancía, que, con su desdén por las distinciones de rango, clase, raza y género, no desprecia a nadie siempre que tenga con qué comprarla.
La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé
¿Quién tiene derecho a seguir viviendo, aun en el caso de depender completamente de los otros?
Todo el que sea útil, como mínimo, a sí mismo.
Konrad Lorenz.
El dialecto de San Lorenzo es fácil de comprender y al mismo
tiempo difícil de escribir. Digo que es fácil de comprender, pero
hablo por mí mismo. Otras personas lo encuentran tan
incomprensible como el vasco, de modo que es posible que yo lo
comprenda por telepatía
menéame