Partimos de la base de que nadie se lee las normas. Son un coñazo y solo les interesan a los que las hacen – piensan aprovecharlas, y a los malos – también piensan aprovecharlas. La gente normal, el afiliado generoso y bienintencionado no se pega tal rollo. Tiene una mentalidad como de club, como de asunto entre caballeros, y da por supuesto que se puede fiar de los que las redactan. Nada más lejos de la realidad.
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