Juán se sentaba en la alfombra de su habitación donde sus padres habían colocado una televisión pequeñita pero de vivos colores. Su madre decía que le iba muy bien a su cuarto. Casi siempre estaba encendida y los dibujos animados volaban en su pantalla de manera que, a veces, casi sin quererlo, atraían su mirada y lo dejaban absorto contemplando los movimientos de los monigotes. Pero Juan estaba solo. ¿Solo?
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