Imaginemos una situación de lo más común. Dos personas que caminan apresuradamente se cruzan por la calle. Pueden ser amigos, compañeros de trabajo o conocidos. Uno de ellos saluda con un “hey, ¿qué tal estás?” o “¿cómo te va?”. Automáticamente, el otro responde: “Vamos tirando” o “vamos, que no es poco”. Poco después, cada uno sigue por su lado. El breve encuentro está marcado desde el principio por la queja sistemática.
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