En una industria caracterizada por la peculiaridad de sus protagonistas, Adam Osborne fue capaz de crear una categoría aparte. Inquieto y dueño de una personalidad indomable, Osborne tuvo la genial idea de producir una computadora que pudiese transportarse fácilmente de un lugar a otro, y gracias a la ayuda técnica de Lee Felsenstein, logró hacerla realidad en 1981. La Osborne-1 fue un éxito instantáneo, pero el destino de la empresa que la comercializó prevalece como una lección para la industria de cómputo sobre cómo no manejar una empresa.
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