La ofrenda que por delegación de un jefe del Estado (laico) se celebra todos los años en la catedral compostelana con motivo del 25 de julio es un anacronismo histórico, el residuo de un pensamiento político y religioso que sólo se explica desde la nostalgia del privilegio, cuando la Iglesia disputaba con éxito al Estado el derecho a decidir el bien público. El discurso que el pasado sábado pronunció el arzobispo de Santiago, monseñor Barrios, es un ejemplo paradigmático de esa concepción transnochada.
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