Se me presentó y me hizo una proposición. Las pinturas podrían ser entregadas, por ejemplo al Museo de Zaragoza, pero el coste del trabajo que faltaba para terminar la restauración ascendía a unas 6.000 pesetas (del año 1943) que habrían de ser abonadas, además de que el Museo contase con la conformidad de las monjas de Sijena, a quienes probablemente se debería dar una compensación. Transmití la propuesta a mi buen amigo don José Galiay, a la sazón director del Museo zaragozano, pero éste se asustó del compromiso económico que aquello suponía
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